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En los meses más calientes de 2024, un año en el que México y el mundo alcanzaron temperaturas récord, Yanine Quiroz empezó a sentir una fatiga y una angustia que le impedía trabajar por el día.
«Sentí mucho miedo de ver esa escasez de agua y cómo toda mi familia y mis amigos estábamos sufriendo», cuenta esta periodista de 33 años de Ecatepec, uno de los municipios que más padece la sequía del Estado de México, aledaño a la capital, donde el año pasado se temió por la llegada del inminente «día cero», en el que se acabaran las reservas de agua potable.
Diversos estudios han confirmado que la exposición prolongada al calor afecta a la salud física y mental, aumenta el riesgo de agotamiento, insolación, trastornos del estado de ánimo, ansiedad e incluso provoca pensamientos suicidas.
En el caso de Quiroz, a las preocupaciones relacionadas con el clima se sumó un episodio de ansiedad aguda que ya padecía, y comenzó a tener ataques de pánico, que le llevaron a solicitar un permiso por incapacidad en su trabajo. También buscó ayuda profesional que le ha ayudado a hablar más abiertamente sobre su salud mental.
Quiroz cree que estaba sufriendo lo que se ha denominado ecoansiedad, un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo frente a la crisis climática.
Aunque todavía no se reconoce formalmente como una afección médica, este concepto, popularizado por la Asociación Americana de Psicología (APA) en 2017 en su informe Salud mental y Nuestro Clima Cambiante, se refiere a la angustia y el malestar emocional que una persona experimenta debido a la preocupación por el estado del medioambiente y los desastres climáticos.
Es una sensación que, según se ha observado, afecta principalmente a las nuevas generaciones y a quienes trabajan en temas ambientales. Un estudio de 2021 publicado en la revista médica The Lancet arrojó que más de la mitad de sus 10 000 encuestados, todos jóvenes de entre 16 y 25 años y de diez países diferentes, experimentaron emociones negativas como ansiedad e impotencia ante el cambio climático.
Con desastres más potentes y frecuentes, y un clima más errático que amenaza con sequías, inundaciones y olas de calor a las comunidades, es urgente que los profesionales de la salud comprendan el impacto del cambio climático en la salud mental, explica la doctora Ana Laura Torlaschi, asesora de la Organización Panamericana de Salud (OPS) para proyectos sobre salud y cambio climático.
«Puedes tener un profundo conocimiento sobre enfermedades, pero si no reconoces que una persona está expuesta a factores ambientales que la afectan, no podrás ofrecer la ayuda adecuada», afirma.
La salud mental en los desastres climáticos
Estudios han demostrado que las personas que viven un desastre natural de primera mano están expuestas a sufrir impactos agudos en su salud mental. Ese fue el caso de Diana Ruiz, de 35 años, y su madre, que no alcanzaron a prepararse para la llegada del huracán Otis en 2023, la peor tormenta en golpear el Pacífico mexicano en más de tres décadas, que arrasó con el balneario turístico de Acapulco.
Otis solo tardó 12 horas en pasar de tormenta tropical a un huracán categoría cinco, la mayor posible, algo inédito. Ante el rápido fortalecimiento del ciclón, madre e hija no alcanzaron a evacuar, y no les quedó más remedio que encerrarse en el baño de su casa en la ciudad balneario de Acapulco con su gato a la espera de que pasara.
«Fue un shock. Estábamos asustadas. Intentamos dormir, pero había un ruido muy extraño del viento», recuerda Diana. Por la mañana, ilesas, pudieron hacer recuento de daños: su casa estaba muy dañada y habían perdido el local en el que vendían accesorios y ropa.
En las siguientes semanas, el reto fue conseguir comida y evitar que los ladrones entraran a su casa, ya que los robos se hicieron frecuentes tras la tormenta. «Mi mamá se aguantaba muchas cosas, dolor. No lloramos», recuerda la hija. «Tiempo después, te empiezan a caer las cosas y te das cuenta de cómo pasaron», añade.
Tras ese huracán, psicólogos de Médicos Sin Fronteras (MSF) y del Estado de Guerrero llegaron para atender la salud mental de las personas en Acapulco y Coyuca de Benítez, dos de los municipios más afectados.
«Llegamos dentro de lo que se considera la fase inmediata posterior al desastr», explica Berzaida López, encargada de la intervención en salud mental de MSF tras Otis. Según detalla, en esa etapa prevalece la sensación de incredulidad, y los afectados sienten como si estuvieran viviendo una pesadilla.
«El estrés está muy elevado en esos primeros días. Las personas hablan de dificultad para dormir, de tener sobresaltos o estar en constante vigilancia», dice López. «Si venía un viento fuerte que provocaba ruidos que se asocian con el huracán, la gente volvía a experimentar el trauma», agrega. Estos flashbacks, revivir el huracán, son señales de estrés agudo.
La importancia que se le da a la salud mental y el hecho de que existan profesionales que atiendan a las personas en desastres es relativamente nuevo.
En 2011, después del terremoto de Sendai, Japón, que dejó más de 18 000 muertos y problemas agudos de salud mental a los supervivientes, se creó el Marco de Sendai para la reducción del Riesgo de la ONU, que recomienda mejorar los planes de recuperación y ofrecer apoyo psicosocial a los afectados.
Aunque es emergente, especialmente en América Latina, la evidencia de que estos eventos pueden aumentar los riesgos de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, abuso de sustancias y comportamiento suicida resalta su importancia. La organización de Médicos sin Fronteras, por ejemplo, lleva desde la década de 1990 implementando intervenciones de salud mental como parte de su labor de emergencia.
A más de dos años de Otis, la salud mental todavía es un reto para Diana y su mamá. Ella tiene secuelas por el dengue que sufrió tras Otis, una enfermedad que se disparó tras el desastre, que también infligió un golpe a la economía local y que llevó a Diana a trasladarse a la Ciudad de México.
Más allá del desastre: el dolor de perder el paisaje
La ecoansiedad también le afectó a Regeane Oliveira Suares, una joven indígena terena que dejó su comunidad en Nioaque, en el estado brasileño de Mato Grosso do Sul hace más de cinco años para estudiar medicina en la capital del estado Campo Grande.
Para muchos de los pueblos indígenas latinoamericanos, cuyas tradiciones, culturas y medios de vida suelen basarse en una estrecha relación con su entorno, la ecoansiedad también puede ser una respuesta a un paisaje y un clima cambiantes.
«Salí de un pequeño municipio donde todos se conocían y la rutina era diferente. Cuando comencé a vivir en la ciudad, mi salud mental sufrió mucho. Empecé a desarrollar depresión y ansiedad», recuerda.
En su aldea, todo le daba sensación de libertad. Podía caminar o montar en bicicleta sin peligro. Pero si dejar su comunidad fue un reto, describe que también lo fue volver a Nioaque y ver que la tierra y el paisaje habían cambiado.
«Noté cambios drásticos en los cultivos, la falta de lluvias empobreció el suelo y el fuerte sol acabó con la mayor parte de lo que se sembraba para comer o vender», dice. El río cada vez estaba más seco y muchas veces incluso desviado, generando un paisaje que describe como «triste».
Tanto Mato Grosso como su vecino del sur, Mato Grosso do Sul, se encuentran entre los estados agrícolas más importantes de Brasil por sus productos como cereales, caña de azúcar, ganado y soja.
Sin embargo, en las últimas décadas, esta posición también ha llevado a los estados a situarse entre los diez primeros estados líderes en deforestación ―en parte ilegal―, lo que ha provocado cambios en el paisaje y otros impactos en los ecosistemas.
Al desarraigo, a Oliveira se le sumó lo que el filósofo Glenn Albrecht bautizó en 2005 como solastalgia, «un dolor que se experimenta cuando se reconoce que el lugar en el que se reside y se ama está sometido a un asalto». Es una especie de duelo por la pérdida del lugar conocido y un fenómeno que varios estudios, incluida la investigación de Albrecht, han tratado de explorar más a fondo.
«Pienso que mis hijos tal vez no verán de qué fui parte, en dónde crecí. Esto me deprime aún más, porque, poco a poco, vi que ese lugar se estaba desmoronando ante nuestros ojos», comenta.
En 2021, Oliveira participó en una investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad Estatal de Mato Grosso do Sul (UEMS), donde ella misma estudia, liderada por el profesor Antonio Grande que buscaba explorar las acciones que se necesitan para mejorar la salud mental de los indígenas en relación con el cambio climático.
«Estos pueblos están perdiendo su perspectiva de vida, la esperanza, así que, para ellos, todo lo que sucede tiene un significado más profundo», asegura Grande en una videollamada. «En este punto, todo tiene que ver con el cambio climático. Las tierras han sido devastadas y ellos ya no se pueden comunicar con la naturaleza. Incluso algunos hablan de que ya no la pueden escuchar», detalla.
Estudios y organizaciones internacionales, incluidas la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización Panamericana de la Salud, han puesto de relieve el aumento de los problemas de salud mental en las comunidades indígenas de todo el mundo, a menudo relacionados con la expropiación de tierras y los cambios medioambientales.
La investigación de Grande y su equipo propone preservar su territorio, respetar sus formas de vida y romper el tabú sobre la enfermedad mental que existe en estas comunidades. «Es algo político, que empieza por no destruir sus tierras», comenta Grande.
El que lidera es uno de los pocos estudios sobre salud mental y cambio climático hechos en América Latina y da pistas de la transformación que necesita la región para empezar a abordar un tema que ha sido estigmatizado históricamente.
Oliveira, por su parte, arroja sus percepciones como mujer indígena que también está a punto de graduarse de médica.
Las facultades de medicina, dice, deben trabajar en esta relación entre la salud mental indígena y el cambio climático, pero la clave está en abordar las causas fundamentales de los factores que generan ansiedad y presiones en las comunidades.
«Los gobiernos deben garantizar el derecho a la tierra ancestral y a la asistencia financiera, y en las escuelas se debe educar sobre nuestros orígenes, nuestros derechos y nuestros valores como seres humanos en la sociedad», asegura.
La acción: un camino para trabajar la salud mental
Mientras se prevé que los eventos climáticos adversos aumenten, es probable que más personas sientan su salud mental afectada.
La doctora Nora Leal Marchena, psiquiatra que en 2023 impulsó la creación del Capítulo de Salud Mental Ambiental y Urbana de la Asociación de Psiquiatras de Argentina, subraya la importancia de trabajar con acciones concretas para manejar estas emociones. «Cuando se empieza a trabajar por un tema, las acciones motorizan respuestas positivas que ayudan a mitigar la preocupación», dice.
Estudios como el de The Lancet sobre la ecoansiedad juvenil han demostrado que la magnitud de la crisis climática, de escala global, puede llevar a caer en el apocalíptico «ya es muy tarde».
Pero por lo menos a nivel mental, actuar salva. Marchena lo ve sobre todo con los niños y adolescentes, en cuya salud mental se ha especializado. «Hay que llevarlos a tomar acción, porque si no, les generas impotencia», afirma.
Alice Poma, doctora en ciencias sociales e investigación de emociones y movimientos sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México, lo corrobora. «Uno de los resultados de las investigaciones es que el activismo es casi terapéutico en tema de emociones climáticas,» explica. «Porque, al organizarte, al participar, consigues manejar algunas de las emociones climáticas», prosigue.
Tener esperanza en la acción colectiva, en crear espacios de discusión, permite pensar en un futuro diferente, explica Poma. «El cariño o los vínculos afectivos que se forman en la colaboración ayudan a no tenerle tanto miedo al futuro distópico que nos imaginamos», concluye.
Por eso, personas como Yanine Quiroz, buscan estrategias para afrontar el impacto emocional del clima extremo. «Tengo algunas ideas en mente para responder a corto plazo a esas futuras situaciones que podrían desencadenar la ecoansiedad otra vez», dice.
Sus estrategias van desde soluciones individuales, como climatizar sus espacios, hasta acciones colectivas, como participar en reforestaciones con ONG. «Pero definitivamente el miedo aparece cada vez que el calor se vuelve más intenso», reconoce.
14 abril 2025 | Fuente: IPS | Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2025. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A. | Noticia
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17
Las uñas de los pies son uno de los biomarcadores utilizados en estudios epidemiológicos para evaluar la exposición del cuerpo humano a metales y un equipo de investigadores españoles ha generado un nuevo enfoque para mejorar su estudio.
La investigación que publica Environmental Health Perspectives está liderada por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y permite calibrar mejor las concentraciones de metales en las uñas de los pies, las cuales pueden actuar como marcadores de exposición dietética y ambiental a medio y largo plazo.
Las personas generalmente se exponen a metales tóxicos y no tóxicos a través del aire, el agua, los alimentos o su entorno laboral sin ser conscientes de ello, recuerda el ISCIII en un comunicado.
Algunos metales, como el zinc o el selenio, son necesarios para la vida, pero otros, como el arsénico, el cadmio, el plomo y el mercurio son tóxicos y, según su concentración y tiempos de exposición, pueden relacionarse con el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares o cáncer.
La ciencia recomienda estudios epidemiológicos para conocer el grado de exposición humana a dichos metales y valorar estos riesgos. Las uñas de los pies son uno de los biomarcadores, pues al tardar en crecer recogen exposiciones que ocurrieron en el pasado, su obtención es indolora y son sencillas de almacenar.
Las técnicas que se usan para medir los niveles de los metales no son siempre exactas, y su fiabilidad puede verse comprometida por errores sistemáticos y aleatorios asociados con la recogida de muestras, la heterogeneidad en los tamaños y la variabilidad entre lotes de laboratorio.
El estudio, coordinado por del Centro Nacional de Epidemiología (CNE-ISCIII) y con participación del Área de Epidemiología y Salud Pública (Ciberesp), propone un nuevo enfoque para calibrar las concentraciones de metales en función de la citada heterogeneidad.
La metodología propuesta se denomina COMET (por su acrónimo en inglés COrrected METals) y consiste en un modelo matemático que facilita las concentraciones de metales que se habrían observado si todas las muestras hubieran sido del mismo tamaño y se hubieran analizado en un solo lote.
Esta se ha probado en un estudio multicaso-control denominado MCC-Spain, en el que se han analizado las determinaciones de 16 metales en cerca de 8 000 personas (más de 4 000 pacientes con distintos tipos de cáncer y más de 3 000 controles poblacionales libres de la enfermedad).
Los resultados señalan que el nuevo modelo propuesto puede mejorar los estudios de estos biomarcadores en la evaluación de posibles riesgos para la salud tras exposición a metales.
14 abril 2025 | Fuente: EFE | Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2024. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A. | Noticia
abr
17
Un estudio desarrollado por investigadores del Colegio Universitario de Londres mostró que la contaminación atmosférica podría estar dañando el cerebro de las personas mayores, aumentando su riesgo de demencia y deterioro cognitivo.
La exposición al dióxido de nitrógeno y a la contaminación por partículas finas está relacionada con puntuaciones más bajas en las habilidades clave de pensamiento y memoria, en particular en las habilidades lingüísticas, según un artículo publicado en The Journals of Gerontology.
El investigador principal, Giorgio Di Gessa, profesor de Ciencia de Datos del colegio, señaló que «nuestro estudio muestra que la contaminación atmosférica no solo es dañina para los pulmones y el corazón, sino también para la salud del cerebro, sobre todo cuando las personas se exponen a niveles altos durante periodos prolongados».
Detalló que los vínculos más consistentes encontrados fueron con la capacidad del lenguaje, lo que podría indicar que ciertos contaminantes tienen un efecto específico en procesos cognitivos particulares.
El equipo examinó la exposición de las personas a la contaminación del aire durante un período de ocho a 10 años, y la comparó con su rendimiento en las pruebas de memoria, pensamiento y habilidades lingüísticas.
De acuerdo con la pesquisa, las personas que viven en áreas con los niveles más altos de contaminación por óxido de nitrógeno y partículas obtuvieron peores resultados en las pruebas cerebrales en comparación con las que residen en lugares con niveles promedio de contaminación.
El óxido de nitrógeno ingresa principalmente a la atmósfera a través de la combustión de combustibles fósiles, mientras que la contaminación por partículas se crea principalmente por cualquier tipo de combustión que libere cenizas u hollín, comunicaron los expertos.
Añadieron que las habilidades lingüísticas fueron las que más sufrieron por la exposición a la contaminación del aire, y las personas de las áreas más contaminadas puntuaron en el tercio más bajo de las pruebas cerebrales realizadas.
Los resultados mostraron una relación dosis-respuesta entre la contaminación del aire y las habilidades lingüísticas: cuanto peor estaba el aire, peor era el rendimiento de las personas en las pruebas de idiomas.
Una posible explicación para este vínculo podría ser que los contaminantes del aire perjudican el lóbulo temporal del cerebro, la parte del cerebro esencial para el lenguaje y la fluidez, dijeron los investigadores.
Sin embargo, también hallaron asociaciones entre la contaminación del aire y puntuaciones más bajas en las habilidades de planificación y memoria.
11 abril 2025 | Fuente: Prensa Latina | Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2024. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A. | Noticia
abr
14
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) estima que hoy hay más de 113 000 personas afectadas por el derrame petrolero en la provincia ecuatoriana de Esmeraldas, incluidos 44 000 niños. La ruptura de un oleoducto el pasado 13 de marzo, provocó el vertido de 25 000 barriles de crudo hacia ríos y desencadenó una catástrofe ambiental que impacta la vida de los habitantes de la zona, sus medios de vida e ingresos, así como el acceso limitado al agua potable.
Unicef Ecuador advirtió en su reporte, publicado este miércoles en su página web, que los niños, niñas y mujeres embarazadas tienen mayor riesgo de padecer enfermedades gastrointestinales.
El informe señaló que más de 3 500 personas recibieron atención médica por enfermedades relacionadas con la exposición al petróleo, incluyendo dermatitis, infecciones respiratorias y afectaciones psicológicas.
La emergencia ambiental destruyó más de 61 hectáreas de tierras agrícolas y dejó nueve playas contaminadas, lo cual incide sobre pescadores y agricultores.
La entidad reconoció que el Gobierno gestiona la respuesta a todos los niveles y ha implementado medidas de respuesta rápida, incluida la entrega de bonos económicos, aunque eso no constituye una solución a largo plazo.
A propósito del problema, Unicef lanzó una campaña internacional para movilizar ayuda urgente a favor de las niñas y niños de Esmeraldas que sufren por una de las crisis ambientales más graves del país en los últimos años y requiere una respuesta rápida y coordinada.
Esta semana, habitantes de la parroquia Cube, en la provincia costera de Esmeraldas, protestaron en reclamo de atención del Estado luego del derrame petrolero, ya que desde el día del suceso están sin agua potable, con afectaciones a la salud y pérdidas económicas, debido a la paralización de las actividades productivas, la pesca, la agricultura y el turismo.
09 abril 2025 | Fuente: Prensa Latina | Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2025. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.| Noticia
dic
30
Autoridades de Salud exhortaron a la población a implementar acciones preventivas para protegerse de infecciones respiratorias y otros padecimientos ante las bajas temperaturas predominantes hoy en México.
A través de un comunicado, la Secretaría de Salud enfatizó que, a lo largo del año, se han promovido campañas para reforzar medidas de higiene esenciales, como el lavado frecuente de manos, el estornudo de etiqueta y evitar cambios bruscos de temperatura.
Según resaltó, se trata de elementos fundamentales para prevenir enfermedades como las ya mencionadas y reducir los riesgos asociados a la temporada invernal.
La jefa del servicio de Neumología Pediátrica del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias Ismael Cosío Villegas, Claudia Garrido, subrayó la importancia de utilizar cubrebocas en caso de presentar síntomas de enfermedad.
También instó a estas personas a evitar lugares concurridos para interrumpir las cadenas de transmisión de infecciones respiratorias.
«En esta temporada invernal, es crucial que la población se abrigue adecuadamente para protegerse del frío», agregó.
La especialista también destacó la relevancia de mantener completos los esquemas de vacunación, pues estas medidas resultan clave para prevenir padecimientos o disminuir la gravedad de los síntomas en caso de presentar alguno.
Asimismo, hizo un llamado a proteger a los grupos más vulnerables, incluyendo a niños menores de cinco años, personas adultas mayores de 65 y aquellas que padecen enfermedades pulmonares o crónicas, como diabetes e hipertensión.
Para este viernes, el Servicio Meteorológico Nacional pronosticó ambiente gélido, con temperaturas mínimas de -15 a -10 °C y heladas en montañas de Chihuahua y Durango y ambiente muy frío y mínimas de -10 a -5 grados con heladas en sierras de Baja California y Sonora.
Asimismo, se prevé que los termómetros marcaran de -5 a cero grados en regiones de Aguascalientes, Baja California Sur, Coahuila, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas.
También se esperaba de cero a cinco grados en zonas de esta capital, Morelos, Nuevo León y Tamaulipas.
27 diciembre 2024|Fuente: Prensa Latina |Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2024. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.|Noticia
dic
26
La gente comenzó a reunirse el jueves para orar y visitar las fosas comunes en la provincia de Aceh en Indonesia para conmemorar los 20 años desde el masivo tsunami del océano Índico, uno de los peores desastres naturales de la historia moderna.
Muchos lloraron en la fosa común del pueblo de Ulee Lheue, donde están enterradas más de 14 000 víctimas del tsunami no identificadas y no reclamadas. Es una de varias fosas comunes en Banda Aceh, la capital de la provincia más septentrional de Indonesia. Fue una de las áreas más afectadas por el terremoto y el tsunami, junto con el distrito de Aceh Besar.
Un poderoso terremoto de magnitud 9,1 frente a la costa de la isla indonesia de Sumatra el 26 de diciembre de 2004 desencadenó un tsunami que mató a unas 230 000 personas en una decena de países, llegando hasta el este de África. Alrededor de 17 millones de personas fueron desplazadas, principalmente en los cuatro países más afectados: Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia.
Más de 170 000 personas murieron sólo en Indonesia.
Aunque han pasado 20 años, el dolor persiste y los sobrevivientes aún recuerdan a sus seres queridos, perdidos en las gigantescas olas que aplanaron edificios en la mayoría de las áreas costeras de Aceh, hasta llegar a la ciudad de Banda Aceh.
La infraestructura en Aceh ha sido reconstruida y ahora es más resiliente de lo que era antes de que el tsunami golpeara. Se han instalado sistemas de alerta temprana en las áreas costeras para alertar a los residentes sobre posibles tsunamis, proporcionando tiempo crucial para buscar seguridad.
Los esfuerzos de reconstrucción fueron posibles gracias al apoyo de donantes y organizaciones internacionales, quienes contribuyeron con fondos significativos para ayudar a la región a recuperarse. Escuelas, hospitales e infraestructura esencial que fueron destruidos por el desastre han sido reconstruidos con mayor fortaleza y durabilidad, asegurando una mejor preparación para futuros desafíos.
El tsunami también se cobró la vida de más de 8 000 personas en Tailandia, incluidos muchos que aún permanecen desaparecidos, dejando una profunda cicatriz en la historia de la nación. Casi 400 cuerpos siguen sin ser identificados y reclamados.
25 diciembre 2024|Fuente: AP |Tomado de |Noticia