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Un estudio de la Universidad de Barcelona y el grupo ITA revela deterioro cognitivo grave en pacientes con trastornos alimentarios de larga evolución.
Las secuelas físicas de la anorexia y la bulimia de larga evolución, de más de diez años, están bien descritas pero no así las neuropsiquiátricas; de ahí la trascendencia de un estudio publicado recientemente en Neuropsychiatric Disease and Treatment, que revela que hay importantes tasas de deterioro cognitivo en pacientes con trastornos de la conducta alimentaria de más de diez años de evolución.
El resumen de este estudio ganó el Premio al Mejor póster científico en el XIV Congreso Hispano Latinoamericano de Trastornos de la Conducta Alimentaria, celebrado en Río de Janeiro, Brasil, el mes pasado.
La investigación, llevada a cabo por Antoni Grau, director clínico del grupo ITA (formado por más de 30 centros especializados en la atención a los trastornos alimentarios y repartidos por toda España); Gustavo Faus, director de calidad y seguridad del paciente del mismo grupo, y por Ernesto Magallón-Neri y Guillem Feixas, del Departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Facultad de Psicología y el Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona, consistió en evaluar el rendimiento de un grupo de 82 pacientes en pruebas de memoria, atención, flexibilidad cognitiva, lenguaje, capacidad de resolución de problemas y percepción visual.
La mitad de ellas sumaban más de diez años de evolución y la otra mitad habían empezado con el trastorno hacía menos de dos años. Cada uno de esos grupos se comparó con el rendimiento de otro grupo control sano con mujeres de edades equiparables.
Gracias a esas muestras y a su comparación, se detectó que en el grupo de pacientes de larga evolución existe un importante porcentaje de deterioro cognitivo en las áreas de memoria, atención, flexibilidad cognitiva (capacidad de dejar de hacer una cosa para pasar a otra y luego volver a la primera), capacidad visoconstructiva (imaginación de formas en el espacio), orientación espacial y capacidad de resolución de problemas. A pesar de tener una edad promedio de 30 años, casi la mitad de las pacientes con más de diez años de duración en el trastorno presentaron un deterioro en alguna de esas áreas más propio de personas que superan los 70 años de edad.
Grau afirma que el pobre funcionamiento en esas áreas contribuye a dificultar todavía más las posibilidades de recuperación de estas pacientes. La mayor parte de déficits se detectan dentro de lo que se conoce como funciones ejecutivas; es decir, aquellas implicadas en la capacidad de atender, anticipar, planificar una acción y ejecutarla. La pérdida de esas capacidades supone también una pérdida de oportunidades a la hora de conseguir y mantener un empleo, integrarse en una red de apoyo y conservar los principales hábitos de autonomía. Precisa que esas pérdidas, que afectan a la rehabilitación psicosocial, van a provocar que esas personas solo puedan acceder a puestos de trabajo en los que las tareas sean muy repetitivas y que sufran problemas de relaciones sociales (dificultades para prestar atención a lo que les dicen, para realizar cambios de rol…), lo que puede contribuir más aún a su aislamiento (social).
¿Cuál es la causa?
A pesar de que el estudio no tenía como objetivo describir los factores causantes de ese deterioro, los autores sugieren que la desnutrición prolongada, el uso de conductas de purga como el vómito o el abuso de laxantes y diuréticos o el aislamiento social pueden ser responsables.
El equipo admite que queda por responder qué parte de ese deterioro se puede revertir con tratamiento adecuado. Además del abordaje de los síntomas alimentarios y el malestar psicológico detrás de ellos, tienen previsto estudiar nuevas técnicas basadas en la rehabilitación cognitiva, con la esperanza de poder recuperar, al menos en parte, las capacidades deterioradas en este tipo de pacientes.
Intentar revertir
Confirma Grau que no hay ningún estudio previo sobre ese tipo de deterioro en pacientes con trastornos alimentarios de larga evolución y apunta que, personalmente, considera posible lograr que algunos de esos déficits ahora detectados puedan llegar a revertirse.
Hemos avanzado mucho en sensibilización de estos trastornos (detección precoz) pero no hemos avanzado tanto en conciencia de las Administraciones públicas acerca de lo importante que es este problema y las graves secuelas que pueden quedar en las afectadas (la mayoría son mujeres). No hay conciencia de la gravedad de estos trastornos ni del coste social que tienen.
Además, la esperanza de vida de las afectadas se ve reducida, puesto que ya se han descrito afectaciones como la menopausia precoz (con 30 años), osteoporosis, daños en órganos vitales como hígado, corazón y riñón, problemas digestivos de toda índole (parálisis intestinal que les obliga a usar un estimulador eléctrico), pérdida de visión, infertilidad y problemas dermatológicos.
Entre los trastornos mentales, este es el que tiene mayores afectaciones físicas y también es el que tiene mayor mortalidad, incluyendo el suicidio; más que la esquizofrenia y las adicciones, asegura Grau. La mortalidad en anorexia es del 5 % y en bulimia, del 4 %.
Para calcular la tasa de suicidios se utiliza la tasa de mortalidad estandarizada y, en el caso de los trastornos alimentarios, es de 31. Esto quiere decir que por cada persona de la población que se suicida, se suicidan 31 personas con trastorno alimentario, indica. Las tasas para otros trastornos mentales son: depresión mayor, 27; toxicomanías, 18, y esquizofrenia, 8.
Hay que recordar que, recientemente, un equipo de investigadores multicéntrico internacional, con participación de científicos del Ciber de Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CiberOBN) pertenecientes al Consorcio y grupo de trabajo internacional de Trastornos de la Alimentación y al Consorcio de Psiquiátrica Genética, ha identificado ocho marcadores genéticos en casi 17 000 casos de anorexia nerviosa, lo que ha posibilitado un análisis más preciso de la arquitectura genética del trastorno. Estos investigadores además desvelaron que la patología tiene correlaciones genéticas con ciertos trastornos psiquiátricos, como el trastorno obsesivo compulsivo y el trastorno depresivo mayor, así como la actividad física, la obesidad y otros rasgos metabólicos.
Un 23 % de los adolescentes de entre 12 y 14 años han hecho dieta para adelgazar sin control médico y el 39 % afirma haber recibido burlas por su físico. Lo revela una encuesta reciente de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia de Cataluña, que añade que en cada clase se detecta de promedio un caso de este tipo de trastorno. Esta entidad visitó 88 centros escolares durante el curso 2018-19 con el programa Cuando no gustarse hace enfermar. Se trata de talleres dirigidos al alumnado de primaria, secundaria y bachillerato que tienen como objetivo prevenir los trastornos de la conducta alimentaria y trabajar la autoestima.
noviembre 20/2019 (Diario Médico)