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En la recta final de Madame Bovary, Gustave Flaubert, hijo y nieto de médicos, describe pormenorizadamente el sufrimiento de una muerte provocada por envenenamiento con arsénico. Esas páginas son una clara muestra del innegable talento narrativo de Flaubert, pero también un notable ejemplo de descripción toxicológica de los síntomas provocados por ese veneno.
Éste es solo uno de los muchos ejemplos del «maridaje» entre literatura y medicina que pone Amàlia Lafuente, coordinadora de Farmacología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona (UB) y escritora de thrillers médicos: “Se trata de una relación que beneficia a ambas disciplinas, a pesar de que la tradicional y ya arcaica separación entre ciencias y letras las haya confinado a actuar como pareja de hecho, y no tanto porque no quieran regularizar su relación, sino porque no pueden hacerlo en el marco académico actual”.
Cada vez son más los expertos en Educación Médica y los artículos científicos que abogan por el uso de disciplinas vinculadas al campo de las letras, como la literatura, el cine, el teatro, la música o la pintura en los currículos médicos para fomentar la imprescindible faceta humanitaria de la profesión. “Una de mis obsesiones es que la profesión médica se ha tecnificado mucho y el profesional pierde paulatinamente empatía con el paciente.
El médico se ve atenazado por la presión asistencial, se ve forzado a investigar, a publicar, a realizar tareas de gestión… y por el camino olvida el aspecto humanístico de su quehacer diario”, dice Lafuente, que dirige un curso de verano sobre Literatura Médica en la UB y acaba de publicar su tercera novela ambientada en un entorno médico.
Recursos puntuales
La Fundación Dr. Antoni Esteve acaba de publicar un libro en el que, bajo el título The role of humanities in the teaching of medical students, una veintena de profesores españoles e italianos reivindican la importancia de las humanidades en la formación médica. Josep-Eladi Baños, del departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud de la Universitat Pompeu Fabra y uno de los coordinadores de la obra, admite que no resulta fácil introducir estas materias en los abultados temarios de las facultades de Medicina, “con departamentos muy celosos de los créditos de sus asignaturas”. Aun así, plantea una alternativa: “Más que crear asignaturas específicas de humanidades, que acabarían siendo las marías del grado, la idea es utilizar recursos como películas, series o textos literarios en el contexto de las asignaturas tradicionales, de forma que se normalice la presencia de estas disciplinas en el curriculum médico”.
La música como herramienta de rehabilitación en pacientes con enfermedades neurológicas, como la demencia, el párkinson o la esclerosis múltiple; el uso de películas populares en la enseñanza de la Farmacología, o el empleo de la pintura para estimular las herramientas de observación y el ojo clínico de los estudiantes son algunas de las experiencias docentes que recoge la publicación de la Fundación Dr. Antoni Esteve.
Paradójicamente, Lafuente cree que el médico recupera el aspecto más humanístico de la profesión, clave en su labor asistencial, con el paso de los años, cuando el contacto con los pacientes ya no es tan frecuente ni intenso. “En general, los estudiantes de Medicina son buenos lectotres durante el grado, pero la llegada de la residencia y, sobre todo, de la vida hospitalaria, con las guardias y la dinámica asistencial, postergan esta afición. En suma, la vertiente más humanística del médico se aletarga cuando más falta le haría: al inicio de su carrera”.
José Lázaro, profesor de la asignatura de Humanidades Médicas en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), coincide con Lafuente en que los alumnos recién llegados a la carrera son más receptivos a los aspectos humanísticos y, de hecho, los créditos de su asignatura -y los de otras similares existentes en otras facultades de Medicina- se imparten en las primeras semanas del primer curso de la carrera. “El estudiante que llega a la facultad se enfrenta con áridos contenidos de estadística, física, química, biología…, y la nuestra es la única asignatura que le habla directamente de la enfermedad y del enfermo, aquello a lo que, en teoría, va a dedicar su vida profesional”.
‘Medicina narrativa’
Lázaro es un adalid en España de la llamada medicina narrativa, “una corriente internacional cada vez más en boga frente a la medicina científico-técnica y sus indiscutibles y espectaculares logros. No se trata de cuestionar, ni mucho menos combatir -matiza Lázaro-, ninguno de los logros objetivos de la tecnomedicina actual, sino de complementarlos mediante el diálogo, la empatía y la comprensión narrativa de cada uno de los pacientes”.
Según el profesor de la UAM, todo paciente llega a la consulta “pertrechado con un gran relato (su propia vida), cuyo último capítulo es la enfermedad que padece en ese momento”. El segundo nivel narrativo en esta particular visión de Lázaro lo constituye el diálogo que se establece, “o que debería establecerse”, entre médico y paciente; y el tercero, la historía clínica que elabora el facultativo, “y que, si se hace bien, debería ser una nueva narración, fruto y reflejo de las anteriores, más que la simple compilación de datos y pruebas clínicas”.
Usando técnicas de medicina narrativa y apoyándose en relatos literarios y cinematográficos, el programa de la asignatura que imparte Lázaro en la UAM aborda aspectos concretos, como los valores personales, éticos, culturales o sociales en una consulta de Medicina de Familia (apoyados en la película Las confesiones del doctor Sachs, de Michel Deville), la adicción patológica (Días de vino y rosas, de Blake Edwards), la relación entre conducta, biografía y enfermedad (Él, de Luis Buñuel), o la lectura de un caso clínico merced a la novela La muerte de Ivan Illich, de León Tolstoi. “Esta obra, por ejemplo, brinda la posibilidad de profundizar en la experiencia íntima de un enfermo terminal y expresarlo en unos términos que el médico difícilmente tendrá la posibilidad de escuchar entre sus pacientes reales”, afirma Lázaro.
Según Lafuente, otro escritor ruso muy leído en las facultades de Medicina es Chéjov. “Con apenas 28 años, ya era un escritor famoso, pero también era médico y, además, estaba enfermo de tuberculosis. Una de sus obras más recomendables para los profesionales de la Medicina es Tío Vania, donde el doctor Ástrov se contagia del sufrimiento del paciente en un claro ejemplo de empatía”.
Lázaro alerta, además, de que el paciente “que no encuentra en su médico el nivel de comprensión y escucha que cree que necesita corre el riesgo de volver la vista a curanderos, terapias alternativas u opciones harto peligrosas”.
Eficacia probada
Un estudio elaborado por varios profesores de la Facultad de Medicina de Oviedo evidencia la eficacia de la lectura, análisis y comentario de textos narrativos y poemas para la adquisición de competencias humanísticas.
Durante cinco cursos académicos consecutivos (entre 2010 y 2014), el estudio valora el aprendizaje adquirido por los asistentes a dos seminarios literarios (de 4 horas de duración cada uno) encuadrados en la asignatura Introducción a la Medicina, obligatoria en primero de carrera.
La puntuación media obtenida por los alumnos de los 5 cursos analizados en competencias como organización, claridad expositiva, lenguaje no verbal o defensa y argumentación se acerca a los 3,85 puntos (sobre 4). Además, la encuesta de satisfacción, voluntaria y anónima, que los asistentes rellenaron al final del curso otorga puntuaciones muy próximas al 4 (sobre un total de 5) a aspectos abordados en los seminarios literarios, como formación humanística, descripción de enfermedades, relación médico-paciente, dimensión social de la enfermedad o vulnerabilidad del médico en el ejercicio diario de su profesión.
Según las conclusiones del estudio de Oviedo, la obligatoriedad de los seminarios “asegura que todos los alumnos de nuevo ingreso se sometan a la necesaria inmersión formativa en aspectos humanísticos”. Por contra, el elevado número de asistentes (entre 150 y 155 por curso) impone algunas limitaciones, “como el reducido tiempo de las discusiones posteriores a la lectura o el inevitable retraimiento de los estudiantes menos motivados con la actividad”.
A pesar de ese retraimiento y del inevitable recelo de algunos profesores, Josep Eladi-Baños afirma que “cada vez es mayor el porcentaje de alumnos interesados en la comunión entre humanidades y medicina, hasta el punto de que algunos trabajos de fin de grado ya versan sobre temas vinculados con estas disciplinas”.
La Cátedra de Profesionalismo y Ética Clínica de la Universidad de Zaragoza, que dirige Rogelio Altisent, abordó el año pasado en uno de sus seminarios el uso del teatro como herramienta para el aprendizaje de la ética. Chusa Pérez de Vallejo, coordinadora de ese seminario, actriz y psicopedagoga, convirtió el salón de actos del Colegio de Médicos de Zaragoza en un improvisado escenario, en un laboratorio de nuevas propuestas para la enseñanza de la ética.
“El teatro puede ser una magnífica herramienta para entusiasmar a los estudiantes de Medicina, porque normalmente en las facultades hay muchas horas teóricas o prácticas, pero muy pocas en donde nos entusiasmen o donde nos animen a probar cosas nuevas”, afirma Pérez de Vallejo. Según ella, la actividad teatral es idónea “para jugar, experimentar y ponernos en la piel del otro, de los pacientes, de la gente que sufre enfermedades, pero también para pensar y repensar sobre posibles injusticias que se dan en el campo sanitario e investigar en la búsqueda de soluciones”.
Cine, cine, cine…
Enrique García Sánchez, profesor de Microbiología de la Facultad de Medicina de Salamanca y fundador y coeditor de la revista Medicina y Cine (Journal of Medicine and Movies), que se publica desde 2005, argumenta que el cine y la televisión “son dos medios de gran impacto social y, como tales, tienen enormes posibilidades para informar, divulgar mensajes y formar a la población”.
El germen de esta publicación está en la iniciativa auspiciada en 1995 por José Elías García Sánchez, el otro editor de la revista, de utilizar el cine para impartir docencia médica como una asignatura de libre elección. Publicada en formato online y en edición gratuita y bilingüe, Medicina y Cine tiene una periodicidad trimestral y “analiza los contenidos biosanitarios del cine con fines educativos, divulgativos y de mentalización”. Según García Sánchez, va dirigida a profesionales sanitarios, pero también a expertos en educación, a comunicadores y a público en general.
Desde 2005, suma más de 2 millones de visitas de lectores de todo el mundo, 180 000 de las cuales se han registrado en el último año. “Conceptualmente, la medicina es algo más que hacer una historia clínica, explorar al paciente o pedir pruebas complementarias, y ese algo más podría y debería incluirse no solo en el grado, sino que debería permear toda la formación médica”, dice García Sánchez.
Bolonia, una oportunidad perdida
La reforma docente de Bolonia y la paralela introducción de nuevas competencias en los programas de las facultades de Medicina fue vista por muchos como una oportunidad de oro para incluir nuevas disciplinas humanísticas en los planes de estudio.
No obstante, los expertos consultados por DM coinciden en que ha sido una ocasión perdida, porque la apuesta de Bolonia por reforzar el humanismo y las capacidades comunicativas ha sido más teórica que real. Solo la Bioética, convertida en asignatura obligatoria en todas las facultades, ha logrado el nivel de implantación que muchos otros campos humanísticos querrían para sí.
enero 11/2019 (diariomedico.com)