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El lavado y la higiene de las manos parece un tema sencillo y banal dentro de la sanidad. Sin embargo, no funciona todo lo bien que debería y por eso tiene gran responsabilidad en las infecciones nosocomiales. Se ha demostrado como algo fácil de hablar y difícil de llevar a cabo.
Conociendo las dificultades que en realidad implica el lavado de manos en sanidad, Sentara Healthcare, una red hospitalaria estadounidense sin ánimo de lucro que incluye diez centros de agudos con una cobertura de dos millones de residentes de Carolina del Norte y Virginia, inició un proyecto para incrementar el cumplimiento de la higiene de manos de un 77 a un 95 %. Para lograrlo, en Senatara tuvieron que cambiar su cultura, la de los hospitales y la de los profesionales, incluyendo a los médicos más reincidentes.
La intención de Sentara Healthcare venía dada por una serie de tristes realidades. Según un informe conjunto realizado en 2010 por la Sociedad Americana de Microbiología y el Instituto Americano de Limpieza, la probabilidad de lavado de manos es mayor en un baño público que en un hospital. A datos desoladores como este se une que proveedores y otros profesionales sanitarios no son incluidos en las políticas de higiene de manos, cuando en realidad contribuyen a infecciones, peores resultados de los pacientes e incluso muertes, según ha explicado el vicepresidente y director médico ejecutivo de Efectividad Clínica de Sentara.
«La industria sanitaria en este país se ha basado en una industria de producción. Somos como era la industria del automóvil en los setenta; nos hemos preocupado más de construir unidades de asistencia y hemos dejado de lado la calidad», ha denunciado Burke. «Si siempre estás corriendo para sacar adelante todo el trabajo posible, dejas de lado muchas otras actividades inconscientemente».
Por eso lo que hicieron en Sentara fue una reingeniería de procesos de auditoría. Antes de la evaluación se pensaba que el seguimiento del lavado de manos en los hospitales del grupo era del 95 %, pero pronto se dieron cuenta de que en realidad estaba en el 77 %. Por eso, cientos de profesionales de ocho de los centros de esta red hospitalaria llevaron a cabo varias brainstorming, de las cuales salieron 364 ideas acerca de cómo podían mejorar este aspecto.
A partir de ahí probaron 21 nuevos factores, definidos como prácticos, rápidos, seguros y sin coste. Tras dos rondas de ensayo, obtuvieron la receta definitiva: una combinación de métodos que ayudarían a los profesionales a lavarse las manos con agua y jabón.
Lo que funcionó
De todo lo pensado fue sorprendente lo que funcionó y lo que no, según Burke. Por ejemplo, la formación entre iguales, que se esperaba como una de las alternativas más efectivas, redujo la conformidad con el cambio de cultura. Con los dispensadores de jabón al lado de la cama del paciente no se obtuvieron mejoras. Se comprobó, por tanto, que «no nos encaminábamos en la buena dirección, aunque no sabíamos por qué». Por eso Burke cree que se necesitan nuevos estudios acerca de ello.
De hecho, según la consultora que trabajó con Sentara, un 53 % de las intervenciones no afectó a los resultados, un 25 % los mejoró, y un 22 % los empeoró.
Sí se mostraron como efectivos los cuestionarios a los profesionales, más que por el interés de las respuestas, por el intercambio de pareceres entre líderes y el resto de profesionales. En esta línea también ayudaron iniciativas como las conversaciones de enfermería con los pacientes, que a su vez podrían recordar a los proveedores el lavado de manos. Otros recordatorios efectivos fueron los carteles de advertencia sobre este tema.
«Colocar la seguridad a la cabeza de la producción es responsabilidad de todos los profesionales, puesto que se requiere un cambio de cultura», ha concluido Burke. «Este cambio tiene que empezar en las altas esferas».
febrero 12/2012 (Diario Médico)