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No tocarlas, manipularlas ni rascarlas y usar productos de higiene suaves durante la ducha, que debe ser con agua tibia, son pautas útiles.
La erupción cutánea de la viruela del mono «suele comenzar entre el primer y el quinto día después de la aparición de la fiebre», como indica a CF el farmacéutico comunitario en Zaragoza, Eduardo Senante , y suele pasar por diferentes etapas. «El cuadro cutáneo comienza con la aparición de máculas, lesiones primarias planas caracterizadas por un cambio en la pigmentación de la piel debido a la llegada de riego sanguíneo -especifica Blanca Llácer, vocal de Dermofarmacia del COF de Alicante-.
Las máculas evolucionan a pápulas, las cuales se caracterizan por ser de tamaño relativamente pequeño, ligeramente elevadas y firmes en la piel circundante a la lesión. Las pápulas dan paso a vesículas elevadas y pequeñas rellenas de líquido de aspecto claro y estas, a su vez, a pústulas, que ya muestran signos de infección y están llenas de líquido amarillento infeccioso. Posteriormente, aparecerán costras que se secarán y acababan cayendo».
Estas lesiones «pueden variar en número enormemente, desde unas cuantas hasta a varios miles. El cuadro se puede llegar a complicar por una parte sobreinfectándose estas lesiones o bien uniéndose gran número de ellas, haciendo que posteriormente se desprendan grandes secciones de piel».
Como señala Senante, normalmente, las lesiones en la piel provocadas por la viruela del mono «causan dolor, pero no picor y ese dolor puede variar de intensidad, independientemente de la zona del cuerpo donde aparezcan estas lesiones. Lo que sí que puede ocurrir es que cuando las lesiones ya están a punto de curarse y se han convertido en una costra, puedan picar».
En la misma línea se expresa la vocal del COF de Alicante, quien afirma que la inflamación y el dolor en estos pacientes «generan discomfort y malestar», y que, en el caso de que suceda el rascado y discontinuidad de la barrera cutánea, las lesiones vierten su contenido infeccioso al exterior y pueden sufrir una sobreinfección bacteriana complicándose aún más el cuadro. «Debemos tener en cuenta, además, que en el momento que las lesiones evolucionan a costras sí que se suceden episodios de rascado intenso a consecuencia del picor que se genera en este estadio, dando lugar a microheridas que son, a su vez, nueva vía de entrada de microorganismos patógenos».
Respecto a su localización, Llácer señala que las máculas suelen aparecer en el rostro y en las extremidades. «En el 95 % de los casos de viruela símica aparecen lesiones en la cara. En el 75 %, en palmas de las manos y pies, cosa que, en el caso de otras enfermedades eruptivas cutáneas como la varicela, no sucede. Las mucosas de la cavidad bucal se ven afectadas en un 70 % de los casos; la zona genital, en un 30 %; las conjuntivas, en un 20 %, e incluso en algunos casos se han visto afectadas estructuras oculares como la córnea», detalla.
El consejo dermofarmacético en esta enfermedad puede ser muy conveniente, haciendo hincapié en un mensaje en el que coinciden tanto farmacéuticos como los dermatólogos de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV): estas lesiones no se deben manipular. «Lo recomendable -afirma el farmacéutico- es esperar a que esas lesiones curen espontáneamente. Esto ocurre cuando llegan a la última fase, en forma de costra, secas, sin contener líquido que pueda transmitir el virus. Por ello, no se recomienda su manipulación. Es algo importantísimo». Por su parte, Llácer recuerda la importancia de una valoración por parte de los expertos: «La lesiones en ese grado deben ser derivadas y valoradas en un primer momento por especialistas sanitarios cualificados y especializados para evitar la transmisión entre personas y convivientes y evitar, por otra parte, complicaciones».
Dicho esto, desde la farmacia se pueden dar otros consejos relacionados con el cuidado de la piel dañada. Además de recordar «seguir las instrucciones indicadas por el personal médico», apunta Senante, se puede indicar limpiar las lesiones con un antiséptico simple, cubrir con un vendaje ligero, si hay una lesión extensa, y, sobre todo, no tocar ni rascar las lesiones», vuele a recalcar. También sería adecuado aconsejar «usar ropa de manga larga para evitar en lo posible la transmisión».
Llácer explica que, en el caso de que sea necesario, el médico pautara la terapia antimicrobiana para evitar complicaciones. «Se deben extremar precauciones para evitar la transmisión de la enfermedad en los núcleos familiares entre convivientes o empleados en el hogar llevando a cabo una higiene exhaustiva de toallas, ropa de cama y ropa del paciente lavándolo todo de forma aislada. Por otra parte, el material de cura debe ser aislado para prevenir el contacto con él de forma accidental», aconseja.
A la hora de la higiene, según Senante, se puede aconsejar utilizar limpiadores suaves respetuosos con la piel y que no agredan la barrera cutánea. En concreto, Llácer menciona los jabones, detergentes sintéticos sin jabón natural y pH eudérmico, «para no alterar el microbioma cutáneo en la medida de lo posible, que no deslipidicen ni resulten agresivos para la epidermis para conservar la función barrera de la piel no lesionada».
Asimismo, ambos farmacéuticos coinciden en recomendar al paciente que opte por la ducha, en vez del baño, emplear agua tibia, evitar esponja o cepillos, puesto que su uso podría contribuir a la transmisión de la enfermedad. Y el secado, con toalla y a toques, con la menor fricción posible.
En cuanto a los activos cosméticos, Llácer cree que en estos pacientes son convenientes la «fórmulas enriquecidas con ingredientes activos con efecto higienizante, como pueden ser los aceites ozonizados, que disponen de estudios científicos que demuestran su eficacia frenando el sobrecrecimeinto de bacterias, virus y hongos, por lo que resultan de elección en este caso». Según la experta, los aceites ozonizados también tienen propiedades calmantes, regenerantes y cicatrizantes. Y añade que también pueden ser interesantes para estos pacientes activos hidratantes, como la glicerina o la betaína; calmantes y reparadores, como la alantoína o el pantenol, y antisépticos y antibacterianos, como el sulfato de zinc o el sulfato de cobre. «Por otra parte, nos inclinaremos por fórmulas que no contengan potenciales irritantes como alcohol, perfumes o algunos aceites esenciales que podrían resultar alergénicos en estas pieles».
Rutinas faciales
Y en cuanto a las rutinas faciales, Llácer cree que habría que revisarlas para eliminar posibles activos cosméticos irritantes. Así, cree que se deberían «evitar procedimientos agresivos, como exfoliantes físicos o peelings químicos en esta fase, aunque, posteriormente, si queda alguna cicatriz o marca sea el tratamiento de elección para intentar disimularlas».
Senante piensa que lo mejor es «centrarse en una higiene básica, que permita mantener el equilibrio natural sin alterarla ni agredirla». Eso sí, añade que, en varios protocolos de actuación, se ha valorado el uso de lociones de calamina (con propiedades calmantes) en ciertas situaciones de picor e irritación.
Sobre este punto, Llácer defiende que la limpieza facial debe ser suave y respetuosa. «Según la valoración de las lesiones del paciente -especifica-, puede estar indicada una doble limpieza con una primera fase oleosa formulada con aceites vegetales que refuercen la barrera cutánea y una segunda fase acuosa syndet que contenga activos reparadores y regeneradores, como el pantenol; hidratantes, como la glicerina, o que refuercen el estado de la función barrera, como los biosacáridos. Se prescindirán, en este momento de determinados activos potencialmente irritantes para pieles alteradas o sensibilizadas, como el retinol, los alfa-hidroxiácidos o beta-hidroxiácidos. En cambio, se podrán seguir beneficiando en las rutinas faciales de activos como la glicerina, betaína, ácido hialurónico, ceramidas, niacinamida, centella asiática, pantenol, manteca de karité, bisabolol, extracto de regaliz o vitamina E, entre otros muchos.
El farmacéutico recurrir también recomienda, igual que Llácer, ingredientes como las ceramidas, que van a ayudar a recuperar esa función barrera de la piel; la niacinamida, que tiene capacidad antiflamatoria a la vez que estimula la producción de ceramidas, y el ácido azelaico (o mejor aún, su derivado azeloglicina, que es mejor tolerada), que, además de ejercer una acción antinflamatoria cutánea, va a ayudar enormemente a mejorar la apariencia de esas manchitas rojas debidas a la hiperpigmentación posinflamatoria».
Y añade que, «una vez que superado el periodo de contagio y las posibles costras se hayan caído, se puede empezar poco a poco con la rutina cosmética facial habitual, pero siempre progresivamente y siempre escuchando a la piel. Debemos tener en cuenta que la barrera cutánea ha estado sometida a numerosas alteraciones debido a la infección, y que, en muchos casos, estas alteraciones han producido una inflamación», advierte.
Marcas y cicatrices
Un tema que puede preocupar a los pacientes es las cicatrices o marcas que puedan dejar la pústulas de la viruela del mono. «Es cierto que es bastante frecuente la aparición de zonas de hiperpigmentación así como cicatrices en zonas donde el paciente ha tenido estas lesiones cutáneas. Para prevenirlas, los dos expertos consultados por CF insisten en que lo mejor que se puede decir a pie de mostrador es no manipularlas, «dejando que la evolución de la lesión lleve su ritmo hasta que se caigan las costras y aparezca piel intacta debajo», concreta Senante.
Además, Llácer indica algunos activos que pueden minimizar esas marcas, como los «aceites ozonizados, centella asiática, pantenol, alantoína, sulfato de cobre o sulfato de zinc».
Y, una vez se hayan curado las lesiones y superado el periodo de contagio, cuando se sale a la calle, un buen consejo es. «en la medida de lo posible, evitar la exposición a la radiación solar, y cuando por la razón que sea esa piel se haya de exponer al sol, se intentará cubrir con prendas físicas», alerta Llácer. «Una vez epitelizada la piel
-prosigue-, se debe hacer uso de fotoprotectores de amplio espectro en texturas altamente hidratantes, como cremas o lociones, y a ser posible enriquecidos con ingredientes activos antioxidantes, cicatrizantes, reparadores y regenadores».
Senante también destaca el papel de la fotoprotección para los pacientes que hayan pasado la viruela del mono y recomienda un «protección solar alta, para evitar el oscurecimiento de la marca producida por la hiperpigmentación posinflamatoria».
Según Llácer, estas recomendaciones de fotoprotección «deben ser exhaustivas mínimo doce meses tras haber desaparecido las lesiones».
Otras recomendaciones
Entre otras recomendaciones que se pueden dar a la persona con síntomas es que «permanezca en una habitación individual siempre que sea posible y, si fuera necesario, utilizar guantes y mascarilla para la protección de la transmisión por contacto y por gotas», explica Senante.
Y, como sucede con el coronavirus, insistir en «realizar una adecuada higiene de manos con agua y jabón o en su defecto con solución hidroalcohólica».
«Asimismo, es muy importante tener mucho cuidado con la ropa sucia, sábanas, toallas, etc. -añade-, que nunca deben ser sacudidas ni manipuladas para evitar la posible dispersión de partículas infecciosas. Y recomendaremos siempre lavar dichas prendas en lavadora a alta temperatura».
Llácer no se olvida de dar un consejo nutricional: «Se debe seguir una dieta equilibrada con la ingesta adecuada de agua, para favorecer todos los procesos de nuestro organismo; de frutas y verduras ricas en antioxidantes, y de proteínas y grasas, que están íntimamente relacionadas con los procesos de cicatrización, queratinización y construcción de una barrera cutánea de calidad».
Y para tranquilizar, Senante dice, recordar que «la viruela del mono suele ser leve y que la mayoría de los infectados se recuperarán en unas pocas semanas sin necesidad de ningún tipo de tratamiento».