oct
25
Para defendernos adecuadamente de cualquier patógeno que pueda entrar en nuestro organismo, las células del sistema inmunitario deben estar en continuo movimiento, de manera que ejerzan una labor de vigilancia hasta en los más recónditos lugares de nuestro cuerpo. Las células de la inmunidad inespecífica (granulocitos, macrófagos, células dendríticas, células NK y mastocitos, entre otras) tienen una distribución muy dispersa, pero las células de la inmunidad específica se encuentran sobre todo en los órganos inmunitarios secundarios, en los que se va a producir la presentación del antígeno y la estimulación de los linfocitos capaces de reconocerlo.
El carácter disperso del sistema inmunitario plantea tres interesantes incógnitas muy difíciles de resolver: cuántas células inmunitarias tenemos, cuántas tenemos exactamente en cada órgano y cuánto es su peso total.
Un interesante estudio recién publicado trata de responder a estas preguntas. Como contar una a una las células es completamente imposible, los autores han usado una triple estrategia.
En primer lugar, han realizado una extensa revisión bibliográfica, recabando todos los datos disponibles referidos a la presencia de células inmunitarias en los tejidos. En concreto, trataron de recopilar las distintas densidades celulares, es decir, el número de células por gramo de tejido, además de datos histológicos.
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En segundo lugar, emplearon imágenes de células en canales múltiples, una nueva tecnología que permite identificar muchos biomarcadores de manera simultánea. Eso permite reconocer tejidos y fenotipos celulares complejos.
Y, en tercer lugar, echaron mano de la de convolución basada en patrones de metilación. Aunque el nombre puede parecer rocambolesco, la de convolución celular consiste en estimar, mediante técnicas computacionales, la proporción de células que existe en un tejido concreto. Como cada célula tiene un patrón de metilación característico, la combinación de ambas técnicas permite identificar las diferentes subpoblaciones celulares presentes en una muestra.
Nuestro sistema inmune tiene 1,8 billones de células
El uso y la validación cruzada de estas tres técnicas ha permitido a los autores llegar a la conclusión de que una persona prototípica –eso sí, varón de 20-30 años, 176 cm de estatura y 73 kg de peso– tiene un total de 1,8×10¹² células. Es decir, casi dos billones (según la nomenclatura española) de células. Son muchas, especialmente si tenemos en cuenta que los tejidos muscular y adiposo constituyen el 75 % del total de la masa corporal pero que, al tratarse de células muy grandes, solo representan el 0,2 % de todas las células de nuestro organismo.
La mayoría de las células inmunitarias se ubican en dos lugares: la médula ósea y el tejido linfático. La médula ósea contiene un 40 % de esa astronómica cantidad total de células –en un 80 %, neutrófilos–. En el tejido linfático se ubica el 39 % de las células inmunes, con un importante predominio de linfocitos. La piel, los pulmones y el tracto gastrointestinal albergan, cada uno de ellos, un modesto 3 % del total.
Distribución de las células inmunitarias en el cuerpo humano. Estimaciones de las poblaciones de células inmunitarias por tipo de célula y tejido agrupadas por tejidos y sistemas primarios. GI significa tracto gastrointestinal. PNAS, CC BY-NC-ND.
Los macrófagos, que tienen una escasa representación en muchos tejidos, se acumulan en el hígado, donde representan el 70 % de las células inmunitarias de este órgano. También residen aquí un 30% de todas las células NK. De ahí se deduce que el hígado juega un importante papel en la respuesta inmunitaria, en especial en lo que se refiere a la eliminación de antígenos que han entrado por vía digestiva.
Si el sistema inmunitario fuese un órgano sólido pesaría más de un kilo
El estudio ofrece algunos descubrimientos sorprendentes. Por ejemplo, que si el sistema inmunitario fuese un órgano sólido pesaría 1.2 kg. O, lo que es lo mismo, tendría casi el mismo peso del hígado, considerado el órgano más grande y pesado.
De esos 1.2 kilos, los macrófagos, que representan apenas el 15 % del total de células inmunitarias, pesarían 600 gramos. Y las aún más escasas células dendríticas pesarían otros 100 gramos más. ¿Por qué? Pues debido al gran tamaño de estos dos tipos de células, que se contrapone al de los pequeños linfocitos, que a pesar de su elevado número solo representarían menos de 200 gramos en su conjunto. La masa de células inmunitarias contenidas en la médula ósea y el tejido linfático es la más relevante de todas (30 % y 27 % del total, respectivamente).
No obstante, la mayor sorpresa está relacionada con el tracto gastrointestinal. A diferencia de lo que se pensaba, aquí solo se ubica un 3 % del total de células inmunitarias, muchas menos de las esperadas. Y resulta también sorprendente que en el digestivo se acumulen alrededor de un 70 % de las células plasmáticas totales, que son las productoras de anticuerpos.
Mirando al futuro
Este estudio es relevante porque combina múltiples aproximaciones para resolver problemas que no permiten un abordaje directo, y que podría ser de interés para determinar el número de células pertenecientes a otros linajes.
Lo que es más importante aún, al ofrecernos una distribución global de las células del sistema inmunitario puede ayudarnos a entender mejor su organización global y, por tanto, cómo modularlo para diseñar terapias innovadoras.
Sender R, Weiss Y, Navon Y, Milo I, Azulay N, Keren L, et al. The total mass, number, and distribution of immune cells in the human body. PNAS[Internet]2023[citado 23 oct 2023];120 (44): e2308511120. https://doi.org/10.1073/pnas.2308511120.
25 octubre 2023 | Fuente: Conversación
oct
25
Los resultados de un ensayo de fase III confirman el valor de las células CD34+ de la médula ósea como nueva opción de tratamiento.
Investigadores de la Universidad de Kobe han demostrado que la inyección local de células CD34+ repara fracturas de fémur y tibia que no siguen el curso habitual de curación. El ensayo alcanzó su objetivo primario de cura radiológica a las 16 semanas en el 50 y en el 66% de los pacientes con fractura fémur y tibia, respectivamente, en comparación con controles históricos en los que no hubo ninguna cura completa de tibia en el mismo periodo de tiempo. Los científicos también constataron un incremento de los índices de unión, con desaparición de la línea de fractura, así como significativas mejoras en la calidad de vida relacionada con la salud, en algunos casos ya a las 24 semanas.
Takahiro Niikura, director del estudio, afirma que todos los efectos adversos asociados al procedimiento fueron leves o moderados y transitorios, ocurriendo principalmente durante la fase previa al trasplante celular. En el estudio los pacientes recibieron una dosificación diaria de G-CSF, citoquina que moviliza las células CD34+ desde la médula a la circulación. Esta población celular incluye progenitores endoteliales y células osteogénicas y puede ser extraída por leucoféresis y ulterior separación del resto de células mononucleares mediante un método magnético. Niikura señala que, hasta el momento, el tratamiento de este tipo de fracturas ha estado basado en la cirugía, combinada con la adición de aspirado de médula ósea o células madre mesenquimales (CMMs). Sin embargo, ningún enfoque previo había conseguido una tasa de cura del 100%, como la del actual ensayo. El científico concluye subrayando la superioridad de las células CD34+ frente a las CMMs, ya que sólo las primeras tendrían capacidad de generar los diversos tipos celulares necesarios para la reconstrucción del tejido óseo.
Kuroda R, Niikura T, Matsumoto T, Fukui T, Oe K, Mifune Y, et al. Phase III clinical trial of autologous CD34 + cell transplantation to accelerate fracture nonunion repair. BMC Med[Internet].2023[citado 23 oct 2023]; 21(386). https://doi.org/10.1186/s12916-023-03088-y
25 octubre 2023 | Fuente: IMMédico| Tomado de Noticia
oct
25
La fructosa está presente en las frutas y en la miel, pero también se genera por consumo de carbohidratos o alimentos salados. La hipótesis plantea que la fructosa impide que el organismo recurra a la grasa almacenada.
Los científicos expertos en nutrición llevan muchos años advirtiendo que, además del factor genético, las dietas altas en azúcar, carbohidratos y grasas serían responsables de los altos índices de obesidad.
Si bien se ha hablado de reducir la ingesta de alimentos altos en calorías, grasas y carbohidratos, la causa de la obesidad no está del todo clara. Ahora, una nueva hipótesis señala que la fructosa sería responsable de conducir a los humanos hacia la obesidad, según se detalla en el estudio publicado este martes (17.10.2023) por la revista especializada Obesity.
No solo está presente en las frutas
Si bien la fructosa no es la mayor fuente de ingesta calórica, los investigadores proponen que esta desencadena un impulso a comer alimentos altos en grasas y en mayores cantidades, lo que provoca la sobrealimentación.
La fructosa es un tipo de azúcar que puede encontrarse de forma natural en las frutas. Esto no significa que haya que dejar de comer plátanos, manzanas, peras o miel, ya que el organismo puede fabricar pequeñas cantidades de fructosa a partir de carbohidratos como la glucosa o alimentos salados.
Asimismo, este monosacárido puede encontrarse de manera inadvertida en nuestra dieta, puesto que suele ser utilizado como un edulcorante para reemplazar el azúcar o formar parte de algún jarabe o postre.
Una hipótesis unificadora
Los especialistas revisaron diversas hipótesis dietéticas sobre la obesidad: «Aunque prácticamente todas las hipótesis reconocen la importancia de reducir los alimentos ultraprocesados y ‘chatarra’, sigue sin estar claro si la atención debe centrarse en reducir la ingesta de azúcar, o de carbohidratos de alto índice glucémico, o de grasas, o de grasas poliinsaturadas o simplemente en aumentar la ingesta de proteínas», escriben los investigadores.
Y si bien consideraron que las diferentes premisas son gran parte correctas y, en algunos casos, parecen incompatibles entre sí, «todas ellas pueden unificarse basándose en otra hipótesis llamada como la supervivencia de la fructosa».
Comida chatarra – El lado oscuro de la industria alimentaria
La fructosa y el adenosín trifosfato
Los científicos se percataron de que la fructosa provoca un descenso en los niveles de un compuesto llamado adenosín trifosfato (ATP), que proporciona energía necesaria para muchos procesos metabólicos.
A medida que el cuerpo descompone la fructosa, el nivel de ATP baja considerablemente y el organismo recibe una señal de que falta combustible o energía, lo que explicaría por qué se abre el apetito.
«La fructosa es lo que desencadena que nuestro metabolismo entre en modo de baja energía y perdamos el control del apetito, pero los alimentos grasos se convierten en la principal fuente de calorías que impulsan el aumento de peso», señaló en un comunicado Richard Johnson, investigador del Anschutz Medical Campus de la Universidad de Colorado (EE. UU.).
Falta más investigación
Los expertos resaltaron que la fructosa provoca también un efecto que impide que el organismo pueda recurrir a la grasa almacenada. Esto significa que este modo de baja energía se activa aunque haya reservas energéticas disponibles.
La mayor parte de la investigación científica relacionada con la fructosa y sus efectos ha sido realizada en pruebas en animales, por lo que nuevos estudios serán fundamentales para determinar exactamente las implicancias de la fructosa en la obesidad de los humanos.
Referencia
Johnson RJ, Sánchez-Lozada, LG, Lanaspa, MA. The fructose survival hypothesis as a mechanism for unifying the various obesity hypotheses. Obesity (Silver Spring[Internet]. 2023[citado 24 oct 2023]; 1-11. doi:10.1002/oby.23920
25 octubre 2023 | Fuente: DW.com| Tomado de Ciencia
oct
25
Se ha revelado una asociación significativa entre los y la multimorbilidad física, arrojando nueva luz sobre los riesgos para la salud que enfrentan las personas con estas afecciones.
Un nuevo estudio del Reino Unido ha revelado una asociación significativa entre los trastornos alimentarios y la multimorbilidad física, arrojando nueva luz sobre los riesgos para la salud que enfrentan las personas con estas afecciones, hasta el punto que observa que tienen el doble de probabilidades de sufrir múltiples problemas de salud.
La investigación, dirigida por la Universidad Anglia Ruskin (ARU) en colaboración con el Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Cambridge, explora la compleja relación entre los trastornos alimentarios, la salud física y otras cuestiones que pueden influir en ella.
Los investigadores analizaron datos de 7 403 adultos del Reino Unido. Se preguntó a los encuestados sobre 20 afecciones físicas, incluidos cáncer, diabetes, problemas oculares, migrañas, problemas digestivos y problemas cardíacos. Los factores influyentes o mediadores considerados incluyeron la dependencia del alcohol, el insomnio, el tabaquismo, el estrés percibido, la obesidad y el bajo peso.
El estudio encontró que las personas con posibles trastornos alimentarios constituían el 6,4 % de los encuestados, y los individuos dentro de esta cohorte tenían 2,11 veces más probabilidades de informar multimorbilidad física, definida como tener dos o más condiciones de salud física simultáneamente.
El trastorno alimentario se define como una relación patológica con la comida que conlleva alteraciones importantes en el día a día de una persona. Se estima que hasta 3,4 millones de personas en el Reino Unido padecen un trastorno alimentario. La ansiedad surgió como el principal factor influyente en la relación entre el trastorno alimentario y la multimorbilidad física. También se identificaron como importantes el insomnio, el estrés percibido y la depresión.
Investigaciones anteriores han demostrado que la multimorbilidad se asocia con una carga significativa para los servicios de atención médica, incluidos los costos de transición de la atención y la atención primaria, la atención dental y las hospitalizaciones. La multimorbilidad afecta a alrededor del 42,4 por ciento de la población mundial.
«Creemos que este es el primer estudio que investiga la asociación entre los síntomas del trastorno alimentario, o posible trastorno alimentario, y la multimorbilidad física, y también el primero en cuantificar cómo esta asociación puede explicarse por una variedad de factores que influyen», ha señalado el autor principal del estudio, el doctor Lee Smith, profesor de Salud Pública de la Universidad Anglia Ruskin (ARU).
«Esta investigación subraya la compleja interacción entre la salud física y mental. Es fundamental reconocer que los trastornos alimentarios pueden tener consecuencias de gran alcance, afectando no sólo el bienestar emocional sino también la salud física. Comprender el papel de los mediadores potenciales en esta relación es crucial para desarrollar intervenciones efectivas», ha añadido.
Los hallazgos, que han sido publicado en la revista ´Eating and Weight Disorder´, tienen implicaciones significativas para la salud pública, destacando la necesidad de seguir investigando la causalidad y los mecanismos subyacentes del vínculo entre los trastornos alimentarios y la multimorbilidad física. A largo plazo, esta investigación podría guiar el desarrollo de estrategias para reducir la multimorbilidad en personas con trastornos alimentarios abordando los factores que influyen.
Referencia
Smith L, López Sánchez GF, Koyanagi AI, Fernandez-Egea E, et al. Eating disorders and physical multimorbidity in the English general population. Eat Weight Disord[Internet].2023[citado 24 oct 2023]; 72.. https://doi.org/10.1007/s40519-023-01600-0
25 octubre 2023 | Fuente: IMMédico| Tomado de Atención Primaria Endocrinología y Nutrición
oct
25
Investigadores del Institut de Neurociències de la UAB (INc-UAB) y la Universidad de Washington han identificado en ratones las neuronas específicas que transmiten las señales que provocan la sensación de mareo. El estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), ha analizado las células de los núcleos vestibulares de unos ratones sometidos a giros cortos y repetidos, demostrando la importancia de las neuronas que expresan la proteína VGLUT2 en el mareo.
Los investigadores han constatado que el bloqueo de estas neuronas por quimiogenética impide el mareo en los ratones sometidos a la rotación, y que, en cambio, su activación mediante optogenética en ratones quietos reproduce los mismos síntomas de mareo que cuando se les somete a la rotación. Concretamente, han identificado un subgrupo de neuronas VGLUT2 que expresan el gen de la colecistoquinina (neuronas-CCK) como responsables de los efectos del mareo, y han visto que envían señales al núcleo parabraquial.
Los autores señalan que los ratones a los que se administró un fármaco bloqueador del receptor CCK-A presentan una menor activación del núcleo parabraquial y presentaban menos síntomas de mareo. Asimismo, recuerdan que los fármacos comunes contra el mareo se dirigen al sistema histaminérgico, por lo que provocan somnolencia. Los fármacos bloqueadores del receptor CCK-A, que ya están aprobados por las asociaciones de los medicamentos norteamericana y europea (FDA y EMA) como tratamiento para problemas gástricos, son seguros y no tienen ese efecto indeseado, por lo que serían una excelente opción para tratar el mareo.
Referencia
Machuca-Márquez P, Sánchez-Benito L, Menardy F, Urpi A, Girona M, Puighermanal E, et al. Vestibular CCK signaling drives motion sickness–like behavior in mice. PNAS[Internet]. 2023[citado 23 oct 2023]; 120 (44): e2304933120
25 octubre 2023 | Fuente: Neurología| Tomado de Noticia
oct
25
Hasta ahora, se suponía que los primeros homos sapiens no habían dejado herencia genética. La genómica avanzada desmiente esta tesis.
Científicos revelaron un vínculo entre el genoma de los primeros homo sapiens que llegaron a Europa hace 45 000 años, de los que se pensaba no había herencia genética, y el de las poblaciones mucho más tardías de un período del Paleolítico, conocido por sus estatuillas de Venus.
El descubrimiento se hizo a partir de fragmentos de cráneos del sitio arqueológico de Buran Kaya III, en la península de Crimea, al norte del mar Negro, excavado hace más de diez años.
Nuevas técnicas genómicas
Se trata de huesos de dos individuos de hace entre 36 000 y 37 000 años, cuyo genoma fue recientemente extraído gracias a nuevas técnicas, según un estudio publicado esta semana en Nature Ecology & Evolution.
Un equipo internacional de investigadores comparó sus genomas con bases de datos de ADN, y con el genoma del humano moderno más antiguo de Europa, secuenciado en el cráneo de una mujer de hace unos 45 000 años, encontrado en el territorio de República Checa.
Un período en el que los primeros homo sapiens, procedentes de África, desembarcaron en el continente euroasiático, cuya población se formó en oleadas sucesivas.
La revelación genómica podría alterar el esquema evolutivo asumido hasta
Una parte de esta población pionera se estableció en Asia, dejando un legado genético incluso entre las poblaciones actuales.
La historia fue más caótica para la rama europea, de la que hasta ahora no se había encontrado una huella genética.
Esto hacía suponer que había desaparecido, hasta ser «totalmente reemplazada» -varios miles de años más tarde- por una nueva ola de migración, de la que forman parte los humanos de Buran Kaya III, genéticamente cercanos al actual homo sapiens, explicó a AFP Eva María Geigl, directora de investigación del organismo científico francés CNRS y coautora del estudio.
¿Sobrevivientes de una crisis ecológica?
El declive se produjo debido a un enfriamiento del clima y una aridificación ocurridos hace entre 40 000 y 45 000 años, agravados por una gigantesca erupción del volcán de los Campos Fedenos (Italia) que cubrió una parte de Europa con una nube de cenizas.
Esta crisis ecológica fue «lo suficientemente grave como para provocar la desaparición de estos primeros sapiens y quizás también de los neandertales», otra especie humana que se extinguió en el mismo período, continúa la genetista.
Pero el descubrimiento de su rastro en el genoma de los humanos del sitio de Crimea sugiere que una parte de este asentamiento pionero sobrevivió a la catástrofe.
«Algunos individuos sobrevivieron ya que dejaron parte de sus genes», detalla Thierry Grange, director de investigación del CNRS y coautor.
Sus descendientes «se mezclaron con los recién llegados después de que el clima se calentara y se volviese más húmedo», añade Geigl.
Los dos humanos del sitio de Crimea, que también fueron comparados con genomas más recientes, están genéticamente vinculados con poblaciones de Europa del oeste asociadas a la cultura , situada entre hace 31.000 y 23.000 años.
Una cultura conocida por la producción de estatuillas femeninas llamadas Venus, o la Dama de Brassempuy (figura de marfil que representa una cabeza humana).
Prueba genética crucial
Las excavaciones de Buran Kaya III permitieron descubrir objetos bastante similares (herramientas de piedra y marfil de mamut), pero el vínculo con dicha cultura en el oeste era discutido entre los arqueólogos.
Ambas «estaban demasiado alejadas geográficamente, y había más de 5 000 años de diferencia», subraya Grange.
Sus trabajos aportan la prueba genética que permite afirmar que la cultura gravetiana tenía muchos orígenes en el este.
También que los antepasados de Europa del este emigraron hacia el oeste, «contribuyendo a los genomas de los europeos actuales», concluye Geigl.
Referencia
Bennett EA, Parasayan O, Prat S, Péan S, Crépin L, Yanevich A, et al. Genome sequences of 36,000- to 37,000-year-old modern humans at Buran-Kaya III in Crimea. Nat Ecol Evol[Internet]. 2023[citado 24 oct 2023].. https://doi.org/10.1038/s41559-023-02211-9
25 octubre 2023 | Fuente: DW.com