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El lenguaje bélico se ha adueñado del discurso presidencial y gubernativo: la guerra contra el coronavirus. No es el único lenguaje: emotivo, para infundir ánimos (“esta batalla la vamos a ganar”; “vamos a derrotar al virus”); científico, para informar sobre el estado de salud de la población en términos estadísticos; o político, para transmitir las medidas adoptadas. No obstante, aquel resulta comunicativamente predominante.
Aun aceptando su sentido metafórico, este lenguaje origina dos errores. El primero es un error de diagnóstico: no hay que hablar de guerra, sino de crisis sanitaria. Es decir, de una mutación profunda con consecuencias importantes en el cuidado de la salud. El segundo es un error de enfoque y de tratamiento, pues el estado de guerra alumbra un modelo de relación y de toma de decisiones de naturaleza excepcional, más allá del juicio moral y de las normas comunes: inter arma silent leges (et mores).
La Bioética puede corregir ambos errores. “Crisis” proviene del latín crisis, y este del griego krísis, decisión, lo que revela que esta situación no exige combatir a un enemigo sino enjuiciarla para tomar buenas decisiones que orienten una intervención acertada con medidas científicas y clínicas frente al virus, y medidas personales, sociales y económicas.
Respecto del segundo, conviene recordar que la guerra no es un mundo aparte en el que nos despojamos de la civilización. No vale todo y ni siquiera la importancia del fin perseguido (salvar vidas) legitima cualquier medio elegido para lograrlo. Incluso en la guerra actuamos en un mundo moral, y aunque las decisiones concretas sean difíciles, problemáticas o atroces, nuestro lenguaje permite formular juicios morales compartidos.
«No vale todo y ni siquiera la importancia del fin perseguido (salvar vidas) legitima cualquier medio elegido para lograrlo»
La deliberación es el método de la ética clínica. Elegir el lenguaje de la deliberación significa acoger voces minoritarias o discordantes y fomentar el diálogo con ellas. En cambio, escoger el lenguaje bélico lleva a enfrentar posiciones antagónicas que pugnan por imponerse: cada una persigue un objetivo diferente y vence quien elimina al enemigo. No existen fines comunes y la decisión conduce a un curso de acción extremo y a la derrota de uno de los valores en juego. Por el contrario, en el escenario deliberativo se comparte un objetivo común aunque se propongan vías distintas para alcanzarlo, y por eso es indispensable dialogar, escuchar e integrar perspectivas diferentes para comprender la realidad de forma más plena y mejorar la decisión.
«La deliberación es el método de la ética clínica»
La deliberación ética nos enseña a alejarnos de los cursos extremos. A rechazar el tratamiento uniforme y cuantificador de los problemas desde la primacía de los datos, desatendiendo la influencia del contexto y la condición biográfica. A no dejarnos dominar por emociones como el miedo o la angustia y descartar el emotivismo, que decide emocionalmente sin el filtro de la razón. A que la ausencia de jerarquías y la incertidumbre no son una debilidad sino un rasgo de la racionalidad práctica: deliberamos sobre el cuidado de la salud porque no siempre se materializa de la misma manera.
Y así se proyecta en la realidad. Si no se trata solo de curar sino también de cuidar y atender las situaciones de vulnerabilidad, flexibilicemos los criterios de visitas de los pacientes para facilitar el acompañamiento y evitar una despedida en soledad: la vida no es el único valor a proteger. Si la angustia y el estrés moral y asistencial de los profesionales dificultan su actividad, separemos la toma de decisiones sobre el triaje y la atención a los pacientes, que responden a criterios y fines diferentes, y asignemos aquella a un comité interdisciplinario independiente. Si la distribución equitativa de los recursos combina eficiencia y justicia, resistamos la fuerza apremiante de la regla de rescate y recordemos que la COVID-19 no es la única patología ni siempre la necesidad prioritaria del sistema sanitario y sociosanitario. Es probable que existan más muertes de personas con necesidades urgentes de atención que de pacientes diagnosticados con COVID-19.
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En situaciones extraordinarias como esta seguimos reconociéndonos como agentes morales, y la Bioética debe saber adaptarse, ya que la respuesta éticamente correcta no aparece a priori, sino tras la deliberación prudente sobre el caso concreto.
La pregunta
Por ejemplo, ¿debería tener acceso preferente a la prueba diagnóstica un profesional que atiende a pacientes con coronavirus? La integridad física, la salud o la vida son valores que merecen respeto en cualquier persona con síntomas o riesgo de infección. Pero en este contexto excepcional no se trata solo de la salud individual, sino de la salud pública, que afecta a la colectividad y se garantiza mediante la labor asistencial de los profesionales.
El profesional asistencial no es per se más digno o valioso que los demás, pero el contexto justifica la prioridad del profesional cuya intervención resulta decisiva para atender la pandemia y proteger la salud individual en un mayor número de casos. Se ha fundamentado esta prioridad en su valor instrumental: sirve para salvar a otros y maximizar los beneficios esperables, razonamiento que va más allá de un mero criterio pragmático o utilitarista y combina eficacia y equidad. Otro argumento de principio justifica este curso de acción intermedio: la reciprocidad, entendida como reciprocidad proporcional y no basada en la estricta igualdad. Se trata de prestar a los profesionales una atención proporcional a su conducta y a los riesgos asumidos en el cumplimiento de sus deberes profesionales.
«El contexto justifica la prioridad del profesional cuya intervención resulta decisiva para atender la pandemia»
La Ética ha comparecido para afrontar la crisis sanitaria de la COVID-19, confirmando que la Bioética afecta a todos y que una educación ética es esencial para formar la capacidad de reconocer, articular y resolver los desafíos éticos, y guiar a las personas y los órganos deliberativos. Hagámoslo deliberando.