Entre los efectos colaterales de las medidas de aislamiento social implementadas para contener el avance del COVID-19 se encuentra el aumento del sedentarismo, que puede contribuir al deterioro de la salud cardiovascular incluso durante cortos lapsos de tiempo. Los ancianos y los portadores de enfermedades crónicas tienden a ser los más afectados.

ejercicio y corazonEsta fue la advertencia que efectuaron investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP), en Brasil, en un artículo de revisión publicado en el American Journal of Physiology.

Según los autores, el llamamiento que han realizado gobernantes y profesionales de la salud para que la gente “se quede en casa” es válido en la actual coyuntura, sin lugar a dudas. Pero debe estar acompañado de una segunda recomendación: “no se queden quietos”.

“Una persona debe hacer al menos 150 minutos de actividad física entre moderada e intensa semanalmente para que se la pueda considerar activa, de acuerdo con las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de las sociedades médicas. El uso de gimnasios y centros deportivos quedará limitado durante los próximos meses, aun cuando termine la cuarentena. La actividad física realizada en el ambiente domiciliario surge entonces como una alternativa interesante”, afirma Tiago Peçanha, becario posdoctoral de la FAPESP y primer autor del artículo, en el cual aparecen reunidas evidencias científicas relacionadas con el impacto de los cortos lapsos de tiempo de inactividad física sobre el sistema cardiovascular.

Algunos de los estudios evaluados demostraron que mantener a una persona en la cama durante 24 horas puede inducir la atrofia cardíaca y el estrechamiento significativo del calibre de los vasos sanguíneos en un período que varió entre una y cuatro semanas, por ejemplo. Peçanha remarca que se trata de un modelo agresivo, que no representa lo que sucede durante la cuarentena. “Pero existe otros experimentos informados en el artículo que son bastante representativos”, dice el investigador.

En uno de ellos, se indujo a voluntarios a reducir de 10 mil a menos de 5 mil la cantidad de pasos diarios durante una semana. Al final de ese lapso de tiempo, se notó una reducción del diámetro de la arteria braquial (el principal vaso del brazo), una pérdida de la elasticidad de los vasos sanguíneos y daños en el endotelio (la capa de células epiteliales que recubre el interior de las venas y las arterias).

Y se mencionan también experimentos en los cuales los voluntarios se mantuvieron sentados continuamente durante períodos que variaban entre tres y seis horas. El tiempo de inactividad fue suficiente como para promover alteraciones vasculares y una elevación en los marcadores de inflamación y en el índice glucémico posterior a la alimentación.

“Esas primeras alteraciones observadas en los estudios son funcionales, es decir: el corazón y los vasos sanguíneos de los voluntarios sanos pasaron a funcionar en forma distinta como una respuesta a la inactividad física. Pero en caso de que esta situación se prolongue, la tendencia indica que se transformaran en alteraciones estructurales, más difíciles de revertir”, explica el investigador.

Y si los individuos sanos pueden experimentar perjuicios, el impacto del sedentarismo prolongado tiende a ser nefasto en las personas que padecen enfermedades cardiovasculares y otras condiciones crónicas de salud, tales como diabetes, hipertensión, obesidad y cáncer. En el caso de los ancianos, puede también agravar la pérdida generalizada de masa muscular –un cuadro conocido como sarcopenia– y aumentar el riesgo de sufrir caídas, fracturas y otros traumatismos físicos. El grupo de la FM-USP publicó un artículo al respecto en el Journal of the American Geriatrics Society.

“Esas poblaciones más vulnerables a los efectos del sedentarismo también integran el grupo de riesgo de la COVID-19; por ende, deberán resguardarse en casa durante los próximos meses. Lo ideal es que encuentren estrategias tendientes a mantenerse activas, ya sea realizando tareas domésticas, caminando hasta el jardín, subiendo las escaleras, jugando con los hijos o bailando en el living. Las evidencias científicas indican que la práctica de ejercicios en el ambiente domiciliario es segura y eficaz para controlar la presión y mejorar los índices lipídicos, la composición corporal y la calidad de vida y del sueño”, afirma Peçanha.

A los pacientes de mayor riesgo, fundamentalmente a aquellos que no están habituados a la práctica de ejercicios, el investigador les recomienda que cuenten con una supervisión a cargo de profesionales de la salud, aunque sea a distancia, por medio de cámaras, aplicaciones de celulares y otros dispositivos electrónicos. “Los estudios muestran que las personas tienden a adherir mejor a la actividad física cuando se crea un ambiente online que favorece el apoyo social y la interacción entre los practicantes.”

Nuevas evidencias

Datos dados a conocer durante los últimos meses por empresas que comercializan relojes inteligentes y aplicaciones para el monitoreo de actividades físicas indican una merma de la cantidad de pasos diarios de sus usuarios desde el comienzo del confinamiento.

“La estadounidense Fitbit, por ejemplo, mostró en su blog el día 22 de marzo datos de 30 millones de usuarios que registraron una reducción de entre un 7 % y un 33 % en la cantidad de pasos diarios. En Brasil existe un mapeo que realizó el investigador Raphael Ritti-Dias vía internet con más de 2 000 voluntarios. Más del 60 % afirma haber reducido su nivel de actividad física luego del comienzo de la cuarentena”, comenta Peçanha. “Son evidencias todavía preliminares, pero existen estudios en curso tendientes a medir el efecto sobre la salud de la inactividad física durante la cuarentena.”

El grupo vinculado al Proyecto Temático intitulado “Para acortar el tiempo sedentario en poblaciones clínicas: el estudio take a stand for health”, coordinado por el profesor Bruno Gualano, coautor del artículo publicado en el American Journal of Physiology, lleva adelante una de esas iniciativas en la FM-USP.

“Realizamos un seguimiento de algunos grupos clínicos en el ámbito del Proyecto Temático, tales como el de las mujeres con artritis reumatoide, el de los pacientes sometidos a cirugías bariátricas y el de ancianos con compromiso cognitivo leve. El objetivo es inducir el incremento de la actividad física en esas poblaciones mediante acciones cotidianas tales como pasear con el perro o descender dos paradas antes cuando se anda en autobús, y evaluar sus efectos sobre la salud”, comenta Peçanha.

Ahora, durante la cuarentena, los investigadores han venido monitoreando más asiduamente al grupo de las mujeres con artritis reumatoide, a los efectos de medir el nivel de actividad física y compararlo con el del período anterior al confinamiento. “Las pacientes están usando acelerómetros [dispositivos que permiten medir la actividad física y la distancia que recorren las personas durante un lapso de tiempo] en casa y las llamamos por teléfono a menudo para saber cómo está su calidad de vida y su nutrición. Un grupo de investigadores va hasta sus residencias para efectuar mediciones de peso, composición corporal y presión y extraerles muestras de sangre”, explica.

Con la mitad de las voluntarias se efectuarán intervenciones tendientes a estimular la práctica de actividades físicas en casa. “Les enviaremos metas diarias, cartillas y mensajes de texto. Al final, compararemos las diferencias entre ambos grupos”, comenta el investigador.

julio 01/2020 (Dicyt)

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