La microbiota es el conjunto de microorganismos que se encuentran en nuestro organismo, que colonizan normalmente piel y mucosas. El intestino es donde la tasa de colonización es más alta, especialmente a nivel del intestino grueso, y viene condicionada tanto por factores no modificables, como el modo de nacimiento, la genética o la edad como modificables, que serían los hábitos alimentarios, los fármacos o el estilo de vida, entre otros. 

microbiota intestinalSu importancia se aprecia en un dato: la alteración de la microbiota (que se denomina disbiosis) se ha asociado con más de trescientas enfermedades de todo tipo, según Guillermo Álvarez Calatayud, presidente de la Sociedad Española de Microbiota, Probióticos y Prebióticos (Semipyp).

Desde el descubrimiento del genoma de la microbiota y que conocemos el microbioma, «la comunidad médica está más segura de su importancia y de que su equilibrio es clave para poder preservar la salud de nuestro organismo», apunta Beatriz Collado Pérez, vocal de Alimentación y Nutrición del COF de Madrid.

Últimamente, las investigaciones que estudian el papel de la microbiota en el binomio salud/enfermedad “están encaminadas a las enfermedades crónicas no transmisibles (obesidad, diabetes, síndrome metabólico) y a las enfermedades del comportamiento (ansiedad, depresión, Alzheimer y autismo)”, destaca Álvarez Calatayud. En este escenario, añade que “su modelación con la dieta y la suplementación con probióticos y prebióticos nos ayudan al mantenimiento de una microbiota sana”.

Un campo de gran amplitud

Los expertos hacen hincapié en la amplitud de este campo, ya que no se no se circunscribe a un único aspecto u órgano concreto del cuerpo. Álvarez Calatayud incide en que, «efectivamente, tenemos diferentes microbiomas repartidos por todo nuestro organismo, aunque la mayoría se localizan en aquellas cavidades que se conectan con el exterior como el aparato digestivo (la mayoría están en intestino grueso) y la vagina. Pero también son muy importantes la microbiota de la piel y la cavidad oral. Su desequilibrio puede ocasionar diversas enfermedades (por ejemplo, vaginitis, dermatitis o caries)».

Una investigación asocia la presencia del virus caudovirales en la microbiota a una mejora de las funciones cognitivas

Collado Pérez añade que, «en concreto, en el intestino están descritas más de 1.500 especies de microorganismos diferentes, que viven en equilibrio entre ellos y conviven con nosotros en una relación de simbiosis mutualista, es decir, en beneficio mutuo». Sus principales funciones son, entre otras, digestiva, defensa frente a la colonización por gérmenes patógenos, metabólica, trófica, estabilización de la barrera epitelial (permeabilidad), inmunitaria, regulación del peristaltismo o modulación del eje intestino-cerebro.

Así, se podría clasificar la microbiota en siete grandes grupos: inmunomuduladora, protectora, muconutritiva, sacarolítica primaria, neuroactiva, proteolítica y hongos y levadura.

Los especialistas coinciden en que la alimentación y una suplementación cuando sea necesario, son elementos claves en el buen funcionamiento de la microbiota. En el primer escalón, apunta Álvarez Calatayud, «una dieta equilibrada en todas las edades (desde el lactante hasta el anciano) junto con un estilo de vida saludable (ejercicio físico, ingesta moderada de alcohol, no hábito tabáquico, etc.), nos puede ayudar a tener una microbiota intestinal sana».

María Romero Barrero, del Centro de Información del Medicamento (CIM) del COF de Sevilla, destaca que «se ha observado que poblaciones más primitivas que siguen una dieta variada basada en frutas, verduras, fibra y alimentos poco procesados en general son las que tienen una microbiota más diversa». 

Por el contrario, la alimentación occidental, más rica en alimentos ultraprocesados y grasas, se traduce, en muchos casos, «en una pérdida de la diversidad de las poblaciones microbianas y, con ello, un aumento de enfermedades cardiovasculares, metabólicas, etc.». Por todo ello, es aconsejable “un aumento en el consumo de alimentos ricos en fibra (frutas y verduras) y pobre en grasas saturadas (carnes). Los alimentos fermentados, como el yogur, nos ayudan a mejorar nuestra microbiota intestinal”, apuesta Álvarez Calatayud.

En esta línea, Collado Pérez insiste en que se debe «prestar especial atención a la toma de alimentos ricos en fibra soluble e insoluble». Para Romero Barrero, «ejemplos de alimentos prebióticos serían las fibras presentes en frutas y verduras y el almidón resistente del arroz y las patatas cocidas y enfriadas. Alimentos con actividad probiótica serían, por ejemplo, los lácteos fermentados (yogur, queso), los encurtidos (como el chucrut) o bebidas como el kéfir y la kombucha».

Respecto a la suplementación, los expertos coinciden en que su manejo puede ser de gran utilidad. Según Álvarez Calatayud, “hay evidencia científica que apoya el empleo de probióticos y prebióticos en muchas enfermedades, sobre todo en aquellas en las que es necesario fortalecer nuestro sistema inmune, jugando un papel tanto preventivo como curativo en enfermedades infecciosas, alérgicas, digestivas, etc.”. En las personas sanas, añade, “se pueden usar en situaciones de estrés o tener malos hábitos alimenticios”.

Las personas que tienen una dieta basada en frutas, verduras, fibra y alimentos poco procesados tienen una microbiota más diversa.

Por su parte, la vocal del COF de Madrid argumenta que «hay multitud de ocasiones en las que es absolutamente necesario aportar probióticos para preservar el equilibrio de la microbiota y, así, evitar una disbiosis que podría alterar el bienestar de nuestro organismo. Podríamos citar los ejemplos más comunes, como la toma de antibióticos, antifúngicos, corticoides…». 

Y son muchos los complementos nutricionales que necesitan una microbiota intestinal en equilibrio para que funcionen al 100 %, «ya que el final de su metabolismo se lleva a cabo en el intestino, como las isoflavonas de soja, los flavonoides… y una infinidad de casos en los que la toma de probióticos es muy importante», comenta la vocal.

Romero Barrero también coincide en que «hay ocasiones en las que puede estar recomendado tomar un producto comercializado que contenga probióticos, prebióticos o los dos, como sucede en pacientes con diarrea infecciosa o si se está en tratamiento con antibióticos, para restablecer las poblaciones microbianas».

Aval científico

Un ejemplo de cómo existe una asociación directa entre microbiota, salud y alimentación se observa en unainvestigación liderada por el Instituto de Investigación Biomédica de Girona Josep Trueta (Idibgi) y el Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (Ciberobn), en el que se asocia la presencia de virus caudovirales en la microbiota intestinal a una mejora de las funciones cognitivas y de la memoria en humanos, ratones y moscas. Además, el trabajo, publicado en la revista Cell Host & Microbe, muestra que los individuos que tenían más caudovirales en la microbiota intestinal consumían más productos lácteos de forma habitual.

Los bacteriófagos representan uno de los mayores vacíos en el conocimiento del microbioma humano. Esta investigación -liderada por Jordi Mayneris-Perxachs y José Manuel Fernández-Real, del grupo de Nutrición, Eumetabolismo y Salud del Idibgi y del Centro de Investigación Biomédica en Red de la (Ciberobn), se ha centrado en el estudio de dos tipos de bacteriófagos prevalentes en la microbiota intestinal: los caudovirales y los microviridae.

En una muestra de 114 personas, ampliada a 942 sujetos (participantes del proyecto del Imagenoma del Envejecimiento, del Idibgi), el equipo investigador ha encontrado que «los individuos con más caudovirales tenían un mejor rendimiento de los procesos ejecutivos y la memoria verbal; en cambio, la presencia de mayores niveles de microviridae se relacionaba con un mayor deterioro de las capacidades ejecutivas del cerebro», afirma Fernández-Real.

Para saber cómo las personas pueden acceder a estos virus, el equipo llevó a cabo encuestas alimentarias a los participantes para conocer su dieta. Curiosamente, los individuos que tenían más caudovirales en la microbiota intestinal consumían más productos lácteos de forma habitual. Este hallazgo está también apoyado por la literatura científica, tanto es así que algunas investigaciones previas señalaban que las personas que tomaban más lácteos tenían mejores funciones cognitivas.

Con el objetivo de reforzar aún más el resultado, se hizo un experimento con ratones, mediante la microbiota presente en las diferentes muestras de las heces humanas, para lo que la trasplantaron al intestino de los roedores. Los ratones que recibieron una microbiota rica en caudovirales presentaron un mejor rendimiento cognitivo y más memoria que otros ratones. Un segundo experimento de confirmación se realizó utilizando moscas Drosophila melanogaster (también conocidas como las moscas de la fruta). Primero, un grupo de moscas fue alimentado con suero láctico y demostró tener más memoria que el otro grupo de Drosophila que ingirió el suero láctico esterilizado y, por tanto, sin virus.

El experimento se repitió, pero en este caso se suplementó la alimentación de las moscas con los bacteriófagos aislados. Los resultados se replicaron de nuevo. Al observar un grupo de genes en el cerebro de la mosca, los autores encontraron que la presencia de los caudovirales regulaba al alza los genes asociados con la memoria.

La importancia de la investigación

Expertos consultados confirman que la importancia de la microbiota intestinal en la salud de las personas es un hecho ya demostrado científicamente, así como la influencia de la dieta en la composición de la microbiota.

De hecho, los diferentes patrones alimenticios hacen que se puedan encontrar diferencias significativas en la composición de la microbiota intestinal de la población. Todo ello hace necesario apostar por la investigación para conocer en profundidad las particularidades y las interacciones alimentación-individuo. En este contexto, a modo de ejemplo, el Hospital Vall d’Hebron, de Barcelona, en concreto el equipo que lidera Chaysavanh Manichanh, responsable del Grupo de Investigación en Microbioma del Vall d’Hebron Instituto de Investigación (VHIR), pone en marcha un estudio para evaluar la composición de la microbiota en individuos sanos frente a varios grupos de alimentos.

Hace unos meses se completó la fase piloto y ahora se necesitan aproximadamente 1 000 personas voluntarias que tendrán que responder un cuestionario muy sencillo sobre sus hábitos alimentarios y aportar una muestra de heces, tres veces a lo largo de un año. Gracias a la información que se obtenga, se evaluará el efecto de la dieta sobre el perfil microbiano.

Todas aquellas personas que quieran apuntarse como voluntarias sanas deben cumplir los siguientes requisitos: tener entre 18 y 75 años, no importa el sexo, no padecer patologías crónicas que puedan afectar a la microbiota intestinal -como enfermedad inflamatoria intestinal crónica, infecciones intestinales, diabetes mellitus o enfermedades autoinmunes (lupus, artritis reumatoide, etc.)- y no haber tomado antibióticos en los tres últimos meses (si durante el estudio tuviera que tomar antibióticos debe comunicarlo).

El estudio tiene también en cuenta un aspecto clave para facilitar la participación ciudadana y es generar las «mínimas» molestias, sin que suponga un trabajo adicional o presente inconvenientes. Por ello, el material para la recolección se les hará llegar al domicilio y tendrán que devolverlo por correo. Además, no es necesario ningún desplazamiento al centro hospitalario.

agosto 23/2022 (Diario Médico)

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