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Los rigores del calor del verano hacen mella en el organismo y pueden ser una de las causas de las variaciones en los síntomas de enfermos neurológicos, más aún si se trata de ancianos y de niños.
A pesar de que en muchos casos se desconoce el mecanismo concreto de la vinculación entre calor y enfermedad, cefaleas, epilepsias, esclerosis múltiple, párkinson, demencias y patologías neuromusculares, entre otras, pueden agravarse si no se toman las medidas y precauciones adecuadas en esta época estival.
En los meses de verano muchas personas se quejan de cansancio casi perpetuo, dificultad para hacer tareas de una forma activa, imposibilidad para dormir por las altas temperaturas… Males menores, derivados de los rigores del calor, para personas sanas que, no obstante, pueden ser más preocupantes en otras con algún tipo de afección neurológica, más aún si se trata de niños y de mayores. ¿Es, por tanto, el calor del verano enemigo de nuestro cerebro? No es que altere realmente el funcionamiento cerebral, sino que interfiere en determinados patrones de la vida diaria en personas sanas.
La llamada de atención, según la Sociedad Española de Neurología (SEN), se centra en la posible, y en algunos casos probada, alteración de síntomas de patologías neurológicas. «El calor impide que el hipotálamo controle adecuadamente la temperatura corporal provocando que ciertos ciclos biológicos, como el sueño, estén peor regulados. Este hecho debe tenerse en cuenta en pacientes que toman medicamentos que suelen alterar esta regulación, muchos de los cuales son neurológicos», ha indicado David Ezpeleta, miembro de la SEN y neurólogo del Hospital Universitario Quirón de Madrid.
Sueño y crisis
Experimentar problemas de insomnio por calor es muy frecuente y casi universal y puede alterar negativamente a enfermedades neurológicas que dependen mucho de la calidad del sueño: cefaleas y epilepsia, fundamentalmente. En la cefalea suele aumentar la posibilidad de crisis cuando se duerme más, pero también cuando se duerme menos.
En el caso de la migraña, «habitualmente los episodios mejoran espontáneamente durante el verano, por lo que es buen momento para realizar vacaciones de medicación preventiva en personas con varios meses de mejoría». No obstante, matiza que hay factores asociados a esta época estival que pueden empeorar o desencadenar la aparición de crisis, como por ejemplo la exposición directa a la luz solar. «Puede deberse a la activación de terminales periféricas, por fruncir el ceño o por calor directo sobre termorreceptores de cuero cabelludo; y tampoco hay que olvidar las transgresiones dietéticas y de la vida diaria».
Más preocupante, según Ezpeleta, es la epilepsia, enfermedad en la que existe una relación directa entre la reducción de horas de sueño y la frecuencia de crisis en los días siguientes.
«Es importante saber que el insomnio asociado al calor veraniego que tantas consecuencias neurológicas puede tener no es susceptible de tratarse con somníferos». Se recomienda buscar una mejoría ambiental que ayude a regular de forma natural el ciclo de vigilia-sueño. Para los epilépticos, el neurólogo recomienda además mantener un adecuado equilibrio hidroelectrolítico que no influya en las concentraciones de los antiepilépticos. A pesar del asueto vacacional, deberían respetarse al máximo las normas higiénicas y terapéuticas que se siguen en otras épocas del año.
Velocidad de transmisión
El cansancio y la fatiga que conllevan las altas temperaturas, unidos a los cambios en el ritmo de vida que imponen los meses estivales y las vacaciones de verano, pueden repercutir en muchas neuropatías por distintos mecanismos. Así, por ejemplo, una de las relaciones más claras y mejor comprobadas en neurología es la vinculación entre el calor externo, el aumento de la temperatura corporal y la esclerosis múltiple (EM). Esta triada «produce una alteración en la velocidad de la transmisión neuromuscular. Los afectados pueden tener algún tipo de déficit, incluso subclínico, de brotes previos. Debido al calor, estos brotes subclínicos se reactivan apareciendo síntomas que el paciente interpreta como nuevos, pero que en realidad se deben simplemente al calor. Dicha diferenciación es importante para tranquilizar al paciente, aunque se someta a estudio, e indicarle que no se trata de un brote sino de un efecto característico mediado por el calor».
En otras enfermedades neuromusculares que producen debilidad, como la miastenia y otras miopatías, también el calor, el cansancio y la fatiga pueden producir un aumento de los síntomas debido al factor externo y no a un empeoramiento real del proceso primario.
Prevenir en párkinson
El verano puede afectar asimismo a pacientes con demencias y otras neurodegeneraciones, como el párkinson, sobre todo si está muy avanzado, de forma multifactorial y por muchos flancos, según Ezpeleta. «La exposición directa a la luz del sol es muy desaconsejable en un paciente con un proceso grave de este tipo que, además, está polimedicado. También es más probable que los dementes se deshidraten porque tienen alteraciones en los reflejos de la sed y no piden agua».
En párkinson avanzado, además de las dificultades motoras y de movilidad, convive un trastorno vegetativo, con alteraciones de la sudoración, por lo que existe un mayor riesgo de deshidratación. «Como en el resto de la población, el consejo sería beber litro y medio de agua diaria, independientemente de la sed». Se recomienda además evitar posturas mantenidas durante mucho tiempo, como la sedestación, porque pueden favorecer episodios sincopales, facilitados también por la deshidratación.
Planificar
Ambiente fresco: Hay que procurar evitar los lugares calurosos y con poca ventilación.
Vestir para la ocasión: Utilizar tejidos frescos y transpirables.
Hidratarse: Es recomendable beber un litro y medio de agua al día para combatir la deshidratación.
Descansar: Se deben programar descansos de entre 10-15 minutos con el objetivo de que el calor no agrave los síntomas de sus enfermedades o se produzcan problemas de insomnio, somnolencia o excesivo cansancio.
julio 25/012 (Diario Médico)