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Los niños y jóvenes con problemas externalizantes pueden estar sujetos a una mayor propensión a sufrir impactos negativos en el aprendizaje, en el desarrollo social y en el mercado laboral.
Una investigación publicada en la revista científica European Child & Adolescent Psychiatry, muestra la existencia de una asociación entre la pobreza infantil y una mayor propensión al desarrollo de trastornos externalizantes como el déficit de atención e hiperactividad en la juventud, especialmente entre mujeres.
Los investigadores arribaron a la conclusión de que la pobreza multidimensional y la exposición a situaciones estresantes, entre ellas muertes y conflictos familiares, constituyen factores de riesgo evitables que deben enfrentarse en la infancia para disminuir el impacto de los trastornos mentales en la edad adulta. Se tuvieron en cuenta el nivel educativo de los padres, las condiciones de vivienda e infraestructura de las familias y el acceso a los servicios básicos, entre otros factores.
Durante alrededor de siete años, se realizó en el marco de este estudio un seguimiento de 1 590 alumnos de escuelas públicas de las ciudades de Porto Alegre y de São Paulo, en Brasil, que participaron en tres etapas de evaluación, la última de ellas entre 2018 y 2019. Esos estudiantes forman parte de una gran investigación de base comunitaria, que desde el año 2010 sigue a 2 511 familias con niños y jóvenes, en un principio con edades entre 6 y 10 años, en el Estudio Brasileño de Cohortes de Alto Riesgo para Trastornos Psiquiátricos en la Infancia (BHRC).
También conocido como Proyecto Conexión – Mentes del Futuro, el BHRC es considerado uno de los principales seguimientos sobre riesgos de padecimiento de trastornos mentales entre niños y adolescentes desarrollados en la psiquiatría brasileña. Está a cargo del Instituto Nacional de Psiquiatría del Desarrollo en la Infancia y la Adolescencia (INPD), apoyado por la FAPESP y por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq).
El coordinador general del instituto es el profesor del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FMUSP) Eurípedes Constantino Miguel Filho. Y el mismo cuenta con la participación de más de 80 docentes y científicos de 22 universidades brasileñas y de otros países.
“Parece algo común decir que la pobreza puede tener un impacto futuro en el desarrollo de problemas de salud mental. Pero aún no había en Brasil una investigación que permitiera analizar el desarrollo de los niños hasta el comienzo de la vida adulta basado en estudios psiquiátricos realizados en más de un momento. Por el modo en que realizamos este trabajo, fue posible observar la tendencia tanto en la adolescencia como al comienzo de la edad adulta”, explica la investigadora Carolina Ziebold, del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y primera autora del artículo.
Los diagnósticos psiquiátricos se obtuvieron aplicando la Evaluación de Desarrollo y Bienestar (DAWBA, por sus siglas en inglés) aplicada en la infancia, tras la adolescencia (cuando los alumnos tenían una edad promedio de 13 años y 5 meses) y en la franja etaria de los 18 años. El estudio tuvo en cuenta los trastornos externalizantes y también los internalizantes, tales como la depresión y la ansiedad. Sin embargo, en el caso de estos últimos, no surgió un registro significativo en el resultado general.
Para analizar las carencias de las familias, los científicos aplicaron cuestionarios socioeconómicos. En total, el 11,4 por ciento de la muestra se encuadraba en distintos niveles de pobreza.
“Esta evaluación psiquiátrica en tres momentos nos permitió obtener un resultado consistente. Sucede que se registró una variación en el transcurso del tiempo. Los niños de familias pobres llegaron exhibir niveles de trastornos externalizantes menores que los de familias no pobres al comienzo del seguimiento. Empero, al cabo de algunos años, la curva se invirtió, con un incremento constante de los trastornos entre niños de familias pobres. La probabilidad de padecer problemas entre estos fue del 63 por ciento, mientras que entre los de familias no pobres disminuyó en ese lapso de tiempo”, afirma Ziebold.
La desigualdad de género
Los autores del artículo destacaron que, en los análisis estratificados por género, la pobreza infantil mostró consecuencias perjudiciales especialmente para las mujeres.
“Este resultado llamó mucho la atención y sería uno de los más relevantes. En general, los trastornos externalizantes son más comunes entre los varones. Nuestra hipótesis indica que las niñas pobres tienen menos posibilidades de arribar a un diagnóstico precoz de los problemas, ya sea en la familia o en la escuela.
Asimismo, ellas asumen más tareas desde tempranamente en casa, tales como cuidar a los hermanos menores y a las personas enfermas. Esta sobrecarga las expone a más eventos estresantes, que aumentan las posibilidades de sufrir problemas mentales cuando llegan a la edad adulta”, dice la investigadora.
Los trastornos externalizantes también fueron particularmente perjudiciales para las mujeres en los resultados educativos, fundamentalmente con relación al atraso escolar, tal como lo demostró otro trabajo del grupo, recientemente publicado en la revista Epidemiology and Psychiatric Sciences.
En la referida investigación, realizada con la misma base del BHRC, se arribó a la conclusión de que al menos diez de cada cien niñas que estaban fuera del año escolar adecuado a su edad podrían haber seguido el ritmo del curso si los trastornos mentales, fundamentalmente los externalizantes, hubiese sido prevenidos o tratados. En el caso de la repitencia, cinco de cada cien alumnas no hubieran sido reprobadas.
“Los niños y los jóvenes con problemas externalizantes pueden estar sujetos a mayores chances de padecer impactos negativos en el aprendizaje, en el desarrollo social y en el mercado laboral, con lo cual aumentan las posibilidades de mantenerse en la pobreza cuando lleguen a la edad adulta”, añade Ziebold.
En Brasil, las posibilidades de que un hijo repita la baja escolaridad de los padres corresponden al doble de las probabilidades de que eso suceda en Estados Unidos, por ejemplo, y se ubican muy por encima del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un grupo de 38 países ricos y emergentes. Casi seis de cada diez brasileños (el 58,3 por ciento) cuyos padres no habían completado la enseñanza media también dejaron de estudiar antes de concluir esa etapa. Entre los estadounidenses, ese porcentaje cae al 29,2 por ciento, y en la OCDE se ubica en un 33,4 por ciento, de acuerdo con un estudio del Instituto Morbilidad y Desenvolvimiento Social (IMDS), que analizó las transformaciones educativas entre generaciones.
Por otra parte, en el mercado laboral, las probabilidades de que los hijos lleguen al estrato de ocupaciones más sofisticadas y con mejores rendimientos aumentan en la medida en que los padres son más escolarizados. Los hijos cuyos padres poseen nivel superior exhiben 3,3 veces más posibilidades de estar en el estrato más sofisticado del mercado cuando se los compara con la media de la población, y tienen casi nueve veces más chances que los hijos de padres sin instrucción.
La pandemia
Ziebold destaca que, como los trastornos externalizantes pueden tener impactos a largo plazo sobre la salud y sobre los resultados sociales durante la vida adulta, los descubrimientos de este estudio refuerzan la importancia de las intervenciones antipobreza desde el comienzo de la vida.
“Cuando hablamos de que es necesario disminuir la pobreza para achicar las chances de padecer trastornos mentales, estamos pensando en el tema de una forma multidimensional. No es una solución rápida. Las acciones inmediatas, tales como conceder becas y ayudas para que las familias tengan ingresos, son importantes, pero también es necesario pensar en medidas más amplias, que comprendan la promoción de habilidades socioemocionales, la disminución del estrés y el acceso a servicios de educación y salud, la salud mental inclusive.”
La investigadora recuerda que la pandemia de COVID-19 terminó elevando el porcentaje de personas que viven en la pobreza a niveles alarmantes. Un informe difundido por Unicef, un organismo de las Organizaciones Unidas (ONU) para temas concernientes a la infancia, estimó que 100 millones de niños más están viviendo en la pobreza multidimensional en el mundo, un aumento del 10 por ciento desde 2019.
Según ese documento, en octubre de 2020, el 93 por ciento de los países llegaron a interrumpir o suspender servicios esenciales de atención de trastornos mentales, problemas que afectan a más del 13 por ciento de las chicas y los chicos de 10 a 19 años en todo el mundo. El informe proyectó que, aun con los mejores escenarios, serán necesarios entre siete y ocho años para recuperar y regresar a los niveles de la pobreza infantil anteriores a la pandemia.
Referencia:
Ziebold, C., Evans-Lacko, S., Andrade, M.C.R. et al. Childhood poverty and mental health disorders in early adulthood: evidence from a Brazilian cohort study. Eur Child Adolesc Psychiatry (2021). https://doi.org/10.1007/s00787-021-01923-2
Nota: La pobreza infantil se refiere al estado de los niños que viven en la pobreza y se aplica a los niños de familias pobres y huérfanos que se crían con recursos estatales limitados o nulos. UNICEF estima que 356 millones de niños viven en extrema pobreza.