Esta albaceteña trabaja desde Nueva York en IAVI, una ONG dedicada al desarrollo de fármacos para enfermedades infecciosas con el foco puesto en que sean accesibles y asequibles para toda la humanidad. Para la COVID-19 desarrollan una vacuna con la misma estrategia que les ha dado buenos resultados con el ébola. No necesitarán tanto frío como las actuales, bastará una sola dosis y podrán ser orales o nasales.

coronavirusSon poco más de las cinco de la madrugada en Nueva York y Ana Céspedes ya está en plena vorágine diaria, respondiendo a los correos de la Agencia SINC. “Es que, si no, no llego a todo”, asegura sin perder la sonrisa y el buen humor esta albacetense, directora general de operaciones de IAVI, una organización mundial sin ánimo de lucro dedicada al desarrollo de vacunas y anticuerpos monoclonales para enfermedades infecciosas y a menudo olvidadas con el foco puesto en que, ante todo, sean accesibles y asequibles para toda la humanidad.

Céspedes (Barrax, 1973) es doctora en farmacia por la Universidad Complutense de Madrid, se ha formado en la London School of Economics y es experta en Estrategia e Innovación por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Explica que el mismo 31 de diciembre, cuando China informó de los primeros casos de neumonía desconocida, IAVI ya se puso en marcha a investigar aquella nueva enfermedad causada por un coronavirus hasta entonces desconocido.

Esta oenegé se creó en 1996, en plena pandemia mundial de sida, como una colaboración público-privada para abordar el reto de lograr una vacuna que protegiera frente a la infecció n por(virus de inmunodeficiencia humana) VIH. Detrás están la Fundación Rockfeller y la Bill y Melinda Gates, dos de las principales filantrópicas del planeta, pero también gobiernos de todo el mundo.

Hace cinco años decidieron aplicar todo el conocimiento científico que habían generado al investigar el sida en otras infecciosas, enfermedades emergentes y olvidadas, como fiebre de Lasa, ébola, Marburgo, y otros problemas de salud como la muerte por mordedura de serpiente, que causa cientos de miles de muertes al año. Cuenta con cuatro laboratorios en todo el mundo, en Estados Unidos, Europa, India y África.

Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá ya han empezado a vacunar a sus ciudadanos con la vacuna de Pfizer y Europa podría también empezar a hacerlo en breve. Aún así, siguen faltando datos sobre eficacia y seguridad. ¿Qué te parece?

La vacuna de Pfizer, ya se está utilizando en diversos países fuera del ensayo clínico, gracias a aprobaciones de uso de emergencia (también denominadas condicionales, en otros países). Este mecanismo está precisamente dirigido a situaciones como las que nos encontramos donde los datos disponibles muestran un balance beneficio riesgo positivo, pero todavía no se dispone de toda la información necesaria para una aprobación definitiva. En este caso, no se conocen todavía elementos importantes como potenciales efectos adversos muy raros, la duración de la protección o la protección frente a la infección, además de frente a la enfermedad. Por ello, durante los próximos meses se hará un seguimiento especial en estas áreas, en las que además se están haciendo ya estudios adicionales. Es el proceso adecuado.

Recientemente, se han descubierto nuevas mutaciones del SARS-CoV-2. ¿Ponen en peligro la efectividad de las vacunas?

La evolución genética del virus se está monitorizando desde el principio y por el momento, las mutaciones identificadas no representan un reto. Esta es desde luego un área clave. Y por ejemplo, uno de los grandes retos a los que se enfrentan otras enfermedades infecciosas, como el sida. Sin embargo, desde el principio los científicos predijeron que SARS-CoV-2 sería un target de vacuna más fácil que el virus del sida.

Hay muchas cosas por resolver, pero que en diez meses se hayan logrado estos resultados son noticias excelentes, porque, aunque no es el fin de la pandemia ni mucho menos, demuestran que hemos tenido suerte biológica.

¿En qué sentido?

En sida llevamos casi 40 años de investigación y aún no tenemos una vacuna. Los resultados de Moderna y Pfizer demuestran que la vacuna para la COVID es posible, que la proteína S que estamos usando como diana funciona. Ambas, además, se basan en tecnología de ARN mensajero y, hasta el momento, no hay ninguna vacuna en el mercado aprobada con esta tecnología, que permite mucha rapidez, que se pueda producir a gran escala. Que funcionen estas vacunas va a suponer, pues, también un avance grandísimo en inmunizaciones en general.

Tanto la de Pfizer como la de Moderna requieren dos dosis y conservación a temperaturas muy bajas, lo que complica su administración en algunas regiones del mundo, como África o sudeste asiático.

El ARN mensajero en que se basan ambas, no es fácilmente estable, por eso requiere temperaturas tan bajas. Una vacuna que se tenga que conservar a -70 grados Celsius es un inconveniente, pero la de ébola también tiene que estar a -80 grados Celsius y la enfermedad se consiguió erradicar en África con una vacuna así. Está claro que estas primeras vacunas no son perfectas, pero aportan una solución. Seguramente, tendremos una generación de viales ahora y en el futuro llegarán otras con condiciones termoestables, de una sola dosis y que incluso sean orales o nasales, como la que estamos desarrollando en IAVI.

¿Cómo es esa vacuna?

Utilizamos un vector viral, el virus de la estomatitis vesicular, al que le quitamos un trocito de material genético y le insertamos otro. Es la misma estrategia que hemos usado, con éxito, en ébola, fiebre de Lassa y Marburgo, porque ofrece diversas ventajas. Para empezar, permite una sola dosis, porque genera una respuesta inmunitaria muy potente y duradera, como hemos visto ya en ébola. No hace falta temperaturas de conservación tan bajas. Además, esta plataforma nos permite explorar diversas formas de administración, como nasal u oral.

¿Tenéis capacidad de fabricación a gran escala?

La estamos desarrollando en colaboración con MSD, la farmacéutica americana.  Al requerir una sola dosis, facilita mucho las cosas. Y MSD ya tiene instalaciones para fabricarla a gran escala con una distribución fácil. Acabamos de empezar ensayos clínicos.

Hay al menos otras cinco candidatas a vacunas muy avanzadas que, si no hay sorpresas, podrían comenzar a distribuirse en los próximos meses. ¿No tienen miedo de llegar demasiado tarde?

Vamos más despacio que otras iniciativas, sí. Hacen falta vacunas más rápidas, aunque la distribución a la población quizás sea más difícil, como la de Pfizer, pero también otras que sean las sucesoras y ahí podría situarse la de IAVI.

¿Qué vacunas cree que llegarán a América Latina, África y Asia?

Dependerá de cuánto tarde esa segunda generación de sucesoras a llegar. La de AstraZeneca y Oxford no requiere conservarse a -70 grados Celsius; tampoco la de Johnson & Jonhson y ambas están bastante avanzadas. Si finalmente no hubiera más opciones, habría que encontrar una solución para estos países. Por el momento, los datos que llegan de África son mejores de lo que hubiera cabido esperar; se han registrado 46 000 muertes en todo el continente, una cifra sorprendente buena, porque hubiera podido ser una auténtica catástrofe.

¿Esa cifra baja podría explicarse por la falta de datos?

Es cierto que no tenemos demasiada información sobre lo que está ocurriendo allí, a diferencia de India, donde está siendo una auténtica calamidad. Aunque en ese sentido, por ejemplo, en Estados Unidos hay mucho debate sobre el número de muertos por la COVID, porque los hospitales que atienden a los pacientes que mueren reciben una subvención por parte del Gobierno, lo que ha generado debate acerca de si se estaban inflando los números o no de muertos para conseguir esa financiación. En África eso no pasa, no hay subvenciones por muertos de COVID, pero tampoco demasiados datos.

Ya hay acuerdos millonarios, algunos de ellos públicos y otros bajo cuerda, entre gobiernos de países desarrollados y farmacéuticas para garantizarse el acceso a las primeras dosis de vacunas que empiezan a fabricarse.

¿Cómo garantizar que los países en desarrollo también tengan acceso a esas vacunas?

La iniciativa COVAX nació precisamente para eso. Coordinada por la Alianza para la Vacunación Gavi, se dirige a garantizar que 20 % de la población mundial pueda acceder a la vacuna. Ningún estado en desarrollo tiene preacuerdos de compra con las compañías que tienen las vacunas en fases más avanzadas, por lo que solo tendrán acceso a ellas a través de COVAX. Precisamente, el acceso a los tratamientos y las inmunizaciones de toda la población y no solo de unos pocos países es una de las mayores preocupaciones de IAVI. Y en eso, precisamente, hemos puesto el foco tanto en nuestro proyecto de vacuna, como en el de anticuerpos monoclonales neutralizantes.

¿En qué consiste su proyecto de anticuerpos?

Al inicio de la pandemia, cuando aparecieron los primeros casos de coronavirus en los Estados Unidos, el laboratorio de IAVI-Instituto Scribbs, en California, que se dedica a anticuerpos monoclonales para sida y otras enfermedades infecciosas, extrajo cerca de 2 000 anticuerpos del plasma de personas convalecientes. Los aislaron y seleccionaron aquellos que tenían mayor capacidad de neutralización. Luego, por ingeniería genética los optimizaron para que tuvieran unas características adecuadas para poder producirlos a gran escala. Ahora esperamos lanzar un anticuerpo que, en vez de ser una combinación de anticuerpos, sea uno solo, muy potente, con una gran capacidad neutralizante.

¿Para qué pacientes estará indicado?

Lo estamos desarrollando para pacientes con la COVID-19 de moderada a leve que son diagnosticados de forma temprana, porque se ha visto que en las fases iniciales de la enfermedad es cuando mejor funcionan los anticuerpos. Lo que hacen es evitar que la enfermedad progrese a mayor gravedad. Se administrarían a pacientes con alguna condición de riesgo, ya fuera enfermedades previas o personas de edad avanzada.

¿En qué fase están?

Desde IAVI hemos hecho la investigación y ahora estamos haciendo el desarrollo clínico. Como necesitaremos producirlos a gran escala barato, colaboramos con el Serum Institute de India, que son los principales productores de vacunas del mundo, así nos aseguramos de que sean accesibles para los países en vías de desarrollo. La gente piensa que con las vacunas ya está, pero lo cierto es que va a ser necesario disponer también de tratamientos para la COVID, aun cuando lleguen las vacunas y la población comience a vacunarse.

¿Por qué?

Porque habrá reinfecciones, porque no sabemos cuánto durará la inmunidad. Porque habrá personas que no tengan acceso a la vacuna o que no les funcione. Porque habrá grupos de población que no se van a poder vacunar porque son inmunodeficientes, como las personas con VIH u otras enfermedades. Para todos ellos podemos optar por una estrategia de inmunización pasiva: les damos anticuerpos para que no desarrollen la enfermedad, como se hace en sida con los profilácticos preexposición.

IAVI lleva 25 años trabajando para lograr una vacuna y mejores tratamientos para el sida.

¿Qué lecciones podríamos extraer de la lucha contra el VIH para aplicar en esta pandemia?

Para empezar, que las enfermedades infecciosas son problemas de salud global que requieren un abordaje global. Hasta que no aprendamos eso y sigamos mirando hacia otro lado, pensando que es un problema que no nos toca, dependeremos del comportamiento del virus.

De hecho, en España se insistía en que el SARS-CoV-2 no iba a llegar, como mucho algunos casos aislados a los que íbamos a poder hacer frente sin problema.

“Tenemos que aprender a gestionar las infecciones de forma global, como intentamos hacer con el cambio climático: aportando financiación global”

Lo mismo pasó en Estados Unidos cuando España, en marzo, estaba en plena primera ola. Miraban aquella situación como si no les fuera a llegar, como si el problema fuera de los otros y mira cómo estamos. Tenemos que aprender a gestionar las infecciosas de forma global, como intentamos hacer con el cambio climático, aportando financiación global. Y en ese sentido, hacen faltas más agencias como BARDA (Autoridad de investigación avanzada y desarrollo) de los Estados Unidos, una organización clave en la financiación de la ciencia. Europa no cuenta con una agencia de investigación así, que invierta en proyectos de investigación de enfermedades, por ejemplo.

Ahora todas las inversiones se hacen en COVID, pero no podemos bajar la guardia en otras enfermedades, como la tuberculosis, cada minuto mueren tres personas por esta enfermedad. O el sida, que tampoco está controlado; se infectan cada año 1,7 millones de personas. Y también se tiene que reforzar el liderazgo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

¿Alguna lección más tangible?

Las medidas no farmacológicas. El abordaje de una pandemia no solo requiere de fármacos, vacunas y tratamientos, sino también de medidas como las mascarillas, que en sida fueron los preservativos, que requieren un cambio de comportamiento para el que la educación de la población es clave. Y luego, una buena comunicación de la información, para que la sociedad entienda bien qué significa cada cosa.

Por ejemplo, en los primeros años de la pandemia de sida, las organizaciones empezaron a trabajar muy cerca de los organismos reguladores y se abrieron por primera vez a pacientes las reuniones científicas de la  agencia de administración de alimentos y medicamentos (FDA), para que tuviera un conocimiento inmediato. Y eso fue muy positivo, pero también hizo que se generen situaciones de expectativas irreales.

“Las decisiones se deben tomar en base al conocimiento científico del momento y se debe educar a la sociedad en las expectativas reales, en lo que supone aprobar un medicamento con muy poco conocimiento científico”

Ahora con la COVID un ejemplo claro es el de la hidroxicloroquina, que se aprobó su uso en condiciones de emergencia, pero luego no ha resultado ser eficaz; o el plasma de convalecientes, o los primeros medicamentos usados en China, que se empezaron a usar hasta que se vio que no aportaban nada. Las decisiones se deben tomar en base al conocimiento científico del momento y se debe educar a la sociedad en las expectativas reales, en lo que supone aprobar un medicamento con muy poco conocimiento científico, que es un balance de riesgo-beneficio. Cuando no hay nada, un beneficio bajito es suficiente, pero conforme avanzamos eso ya no es válido. Es lo que ha ocurrido con remdesivir.

Así es, tenía una autorización de uso en condiciones de emergencia y tres días antes de que lo aprobara la FDA, la OMS publicó los datos de su estudio Solidarity en que demuestran que no tiene eficacia alguna. Todo esto ya pasó en sida. Lo que ha fallado de nuevo en esta pandemia es no explicar bien a la población cómo funciona el proceso de aprobación de nuevos fármacos, cómo se toman las decisiones.

Eso va en detrimento de la confianza de la sociedad hacia los tratamientos y las vacunas.

A diario recibo una gran cantidad de mensajes de amigos, familiares, conocidos que me piden que les explique qué ha pasado, qué significa esto o aquello. Por ello comencé a escribir un resumen periódico que publico en LinkedIn. Hay una avalancha de información que no se traduce para que sea comprensible por la sociedad. No podemos pretender que la población entienda qué es un uso de emergencia y qué una aprobación, porque son conceptos muy técnicos. O qué quieren decir resultados preliminares. Hay que explicar las cosas bien y eso no se está haciendo. Encima, a eso se suma que los propios organismos generadores de esa información no se apoyan unos a otros necesariamente, como la FDA, la OMS, los CDC, lo que genera aún una mayor desconfianza.

diciembre 25/2020 (SINC)

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