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Un equipo liderado por científicos argentinos realizó electroencefalogramas y mediciones de los latidos de 10 participantes que miraban videos con contenido emocional positivo, neutral y negativo. El trabajo sienta bases para entender mejor trastornos psiquiátricos relacionados con la ansiedad o la depresión.
A partir de un riguroso y elegante experimento, un equipo de científicos argentinos lideró un trabajo que logró reunir por primera vez evidencias directas sobre cómo intervienen las señales corporales internas (en este caso, del corazón) en la dinámica de los procesos emocionales.
“Nuestro trabajo aporta evidencia sobre la participación de las señales cardíacas en el procesamiento cerebral de la emoción”, indicó Leloir uno de los primeros autores del estudio, el licenciado Federico Adolfi, del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCyT), que depende del CONICET, INECO y la Universidad Favaloro.
Estudios previos habían sugerido que la emoción requeriría la integración por parte del cerebro de señales interoceptivas (provenientes del corazón, del pulmón, de las vísceras y otros órganos) y estímulos del entorno, y, por lo tanto, que los estados corporales influirían en la experiencia emocional. “Sin embargo, estos estudios lo habían abordado de manera indirecta, centrándose en el análisis de los correlatos cerebrales asociados a estímulos externos.
Nosotros logramos medir las señales internas mientras 10 participantes procesaban emociones a partir de experiencias puntuales”, puntualizó Adolfi, quien también es músico e integra en el INCyT el Laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencia (LPEN), que lidera el doctor Agustín Ibañez.
En el nuevo estudio, publicado en la revista Autonomic Neuroscience, Adolfi y sus colegas expusieron a 10 hombres y mujeres sanos a la proyección de videos con contenido emocional positivo, neutral y negativo. Por ejemplo, escenas de películas como “La lista de Schindler”, “Titanic’ o ‘Psicosis”.
Al mismo tiempo, los investigadores midieron la actividad cerebral de los espectadores mediante electroencefalografía de alta densidad, una técnica que permite registrar los cambios de voltaje usando una gran cantidad de electrodos que cubren la superficie del cuero cabelludo. Además, los participantes completaron breves cuestionarios antes y después de cada video, que registraban su estado emocional de base y cuán afectados habían quedado después de observar las imágenes.
Mediante el empleo de estas tecnologías, los investigadores midieron la señal cardiaca simultáneamente a la señal cerebral y la usaron para analizar el correlato cortical de los latidos del corazón. “Encontramos que el proceso de evaluación emocional tuvo un efecto claro en la señal corazón-cerebro relacionado con la valencia emocional (positiva, neutra y negativa)”, dijo Adolfi. Asimismo, lograron comprobar que su modulación depende de una red cerebral que incluye tres regiones del cerebro: la corteza insular, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal medial.
Esta línea de investigación es relevante para arrojar más información sobre trastornos psiquiátricos relacionados con la ansiedad o la depresión, “ya que puede dar cuenta de procesos de integración cuerpo-cerebro que podrían estar alterados, dando lugar a una sintomatología relacionada”, afirmó Adolfi. “También allana el camino para entender cómo las alteraciones periféricas, como la hipertensión, podrían tener un efecto sobre los procesos cerebrales de la emoción o el estrés”, agregó.
Actualmente, el laboratorio de Ibáñez lleva adelante toda una línea de investigación sobre estos procesos en participantes sanos y en pacientes con trastornos psiquiátricos, neurológicos y enfermedades neurodegenerativas.
Del avance también participaron los doctores Blas Couto, también primer autor del estudio, Facundo Manes, María Velasquez, Marie Mesow y Tristán Bekinschtein, de INECO, y Mariano Sigman, de la Universidad Torcuato di Tella. Además de contar con el apoyo del CONICET, del trabajo fueron parte investigadores de Estados Unidos, del Reino Unido y de Chile.
septiembre 12/2016 (Ediciones Médicas)