En el abordaje quirúrgico de la parálisis facial son las técnicas las que deben adaptarse a cada paciente y no este al cirujano. Por eso, los especialistas implicados en estos tratamientos insisten en la importancia de las unidades específicas.

Paralisis-de-bellAsí lo ha recordado el cirujano Luis Lassaletta, que ha impartido una conferencia en el 68 Congreso Nacional de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (Seorl-CCC), celebrado este fin de semana en Madrid. Lassaletta es el presidente de la comisión de Otoneurología de la Seorl-CCC y coordina la Unidad de Parálisis Facial del Hospital Universitario La Paz, en Madrid. Este equipo, junto con la pionera unidad del Hospital Universitario de Bellvitge, en Barcelona, se encuentra entre los pocos centros en España que acumulan larga experiencia en esta afección.

La parálisis facial se manifiesta por la incapacidad para cerrar el ojo, levantar la ceja o sonreír con normalidad; además, pueden presentarse alteraciones en la deglución y en el habla, dolores de oído y de cabeza, babeo, sequedad de boca, sensibilidad al sonido y dificultad en el parpadeo con la consecuente disminución de lágrima, lo que puede generar problemas corneales. La parálisis de Bell, de causa inespecífica, es la más frecuente. Lo habitual es que se resuelva de forma espontánea, sin recurrir a la cirugía. En cambio, las indicaciones quirúrgicas pueden ser necesarias para las lesiones del nervio facial de origen tumoral, traumático, iatrogénico y cerebrovascular, entre otros; también para las tipo congénito, como ocurre en el síndrome de Moebius.

El abordaje viene determinado en cada caso por la localización de la lesión y el momento en que ha ocurrido. «La situación ideal es tratar lo antes posible, en los primeros meses. De esta forma, se puede reparar el nervio, bien suturándolo o interponiendo un injerto, o si no es posible, utilizando un nervio donante, generalmente el hipogloso, el maseterino o el nervio facial contralateral», recuerda Lassaletta.

Y aquí es donde entran en juego las unidades multidisciplinares. Son equipos que integran especialistas en Otorrinolaringología (ORL), Cirugía Maxilofacial y Rehabilitación, fundamentalmente, y cuentan con la colaboración de médicos de Oftalmología, Neurofisiología, Neurología, Neurocirugía y Neurorradiología. Todos ellos están bajo la coordinación del otorrinolaringólogo, que aporta el conocimiento del nervio facial en toda su trayectoria, desde el tronco del encéfalo hasta la glándula parótida.

«Ni siquiera un otorrrino con gran experiencia puede dominar todas las técnicas quirúrgicas para todo el recorrido del nervio facial, con las variables que implica. De hecho, como puso nuestra unidad de relieve en el último congreso internacional monográfico sobre parálisis facial, en Los Ángeles, lo óptimo en ciertos pacientes es combinar diferentes técnicas de reinervación», apunta el cirujano.

Así, la anastomosis hipogloso-facial es una de las intervenciones que proporciona mejor tono facial, mientras que la anastomosis con el nervio maseterino recupera una sonrisa más natural. «Ahora, la tendencia quirúrgica intenta combinar las dos técnicas, especialmente en pacientes jóvenes donde las expectativas del resultado son altas. Esto solo se puede plantear en unidades».

Margen de actuación

El límite para efectuar la reinervación se establece en torno a dos años; a partir de ese momento la atrofia muscular hace inviable esta opción. En tal caso, se puede recurrir a la transposición del músculo temporal mínimamente invasiva, «un procedimiento más estático, pero que alcanza resultados aceptables». Otra opción, más compleja pero que puede obtener mejores resultados, consiste en implantar injertos microvascularizados, obtenidos principalmente del músculo gracillis.

El cirujano reconoce que si la lesión es grave resulta casi imposible recuperar la función facial al cien por cien. «Lo que pretendemos es lograr una simetría en reposo, una sonrisa social aceptable y un cierre palpebral funcional para evitar eventuales problemas en la córnea. Lo más difícil de conseguir es la sonrisa espontánea».

Todas estas técnicas hay que complementarlas con la rehabilitación. El paciente ha de reaprender a mover la cara. «Paradójicamente, la reeducación no busca intensificar el movimiento, sino controlarlo de forma que resulte simétrico con el lado no afectado». De hecho, con la rehabilitación se afinan posibles casos de reinervación aberrante, por la que la intensidad en el lado tratado supera a la del no afecto.

Otro aspecto mejorable en este procedimento se encuentra en las escalas de diagnóstico. Es difícil establecer el grado de afección: el mismo tipo de lesión puede provocar secuelas diferentes según la edad del paciente; y el cierre del ojo no depende solo de músculos inervados por el nervio facial, lo que puede confundir a un explorador poco avezado que se encuentre ante una parálisis facial completa. Son dos detalles que indican la complejidad del diagnóstico. Para Lassaletta, la escala habitual, de House-Brackmann, con seis grados, resulta insuficiente: «Un paciente que mejora en la rehabilitación se queda en el mismo grado». De ahí que considere que la más reciente escala eFACE -diseñada hace unos dos años en la Universidad de Harvard, que incluye 15 ítems y es de tipo analógico-visual- se acabará imponiendo entre los especialistas.
noviembre 15/2017 (diariomedico.com)

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