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Veteranos de guerra, accidentados, supervivientes de cáncer, niños maltratados, mujeres violadas, víctimas de terremotos o huracanes… Cualquier circunstancia trágica puede desencadenar un trastorno de estrés postraumático, cuadro que causa ansiedad, angustia, miedo, pesadillas recurrentes, insomnio, apatía y pesimismo vital. Por lo general, su duración es limitada, pero en algunos casos se cronifica.
El trauma quiebra la suposición ingenua de que el mundo es controlable y de que si vivimos con orden y pulcritud nada malo nos pasará. “No queremos ver la aleatoriedad de la vida”, escriben Jean Rhodes, profesor de Psicología en la Universidad de Massachusetts en Boston, y Mary Waters, profesora de Sociología en la Universidad de Harvard, en Scientific American. “Esa actitud nos ayuda a distanciarnos del sufrimiento ajeno cuando lo presenciamos y a subestimar nuestro propio riesgo”.
Rhodes y Waters, investigadores del proyecto Resiliencia en supervivientes del huracán Katrina, han analizado la otra cara de la moneda: el crecimiento personal y social que puede derivarse de una tragedia. “En agosto de 2005, justo antes de que llegara el huracán Katrina, formamos parte de un equipo que recopilaba datos en diez ciudades de Estados Unidos, entre ellas Nueva Orleans (muy devastada por el Katrina). Es decir, sabíamos cómo vivían los supervivientes antes del huracán”.
Durante una década han estudiado la capacidad de recuperación del ser humano enfrentado a situaciones dramáticas. Entre otras cosas, observaron que más del 60 por ciento de los afectados volvieron a los niveles de salud mental previos al desastre. “Pero quizás lo más sorprendente ha sido el crecimiento psicológico surgido de las profundidades de la desesperación en más de un tercio de los afectados”.
La mayor parte de los estudios sobre el trastorno de estrés postraumático se han fijado en las consecuencias negativas, no en las oportunidades que ofrecen un atentado o un cáncer. Las historias de fortalecimiento a través de la adversidad abundan en religión, filosofía, poesía y literatura, pero no en la investigación científica. “Una mujer que lo había perdido todo y se mudó a Houston nos dijo: ‘Mi vida entera cambió.
Las cosas que solían ser importantes, como la ropa de marca para mis hijos, pasaron a un segundo plano. El Katrina me mostró que puedes perder todo al instante, no solo las cosas materiales, sino hasta la vida o la familia’. Muchos de los supervivientes mostraron una capacidad asombrosa para reconducir sus vidas. Han asumido riesgos profesionales, han abandonado malos hábitos y han perdido su apego a cosas materiales. Ahora aprecian las amistades, experimentan una espiritualidad más profunda y sienten mayor gratitud por su vida cotidiana. El trauma los ha hecho más fuertes y sabios”.
Los autores indican que la resiliencia no puede quedarse en la simple resignación o reconstrucción de las viejas realidades. Tal enfoque evita el crecimiento: “El jarrón roto nunca será tan transparente o estable como lo fue antes, pero los que superan la brecha entre los objetivos previos al trauma y los posteriores pueden crecer y aspirar a nuevas metas”. No se trata, añaden, de un optimismo irracional. “Es una manifestación psicológica de la verdad clásica de que el sufrimiento puede hacernos más fuertes y más capaces de afrontar las inevitables desgracias de la vida”. Y a la vez, son “puntos de inflexión, individuales y colectivos, que revelan nuestra humanidad común y promueven sacrificios y altruismos poco comunes”.
enero 17/2023 (Diario Médico)
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