«Hace semanas que es difícil tener camas libres», lamenta la doctora Mapi Gracia del hospital del Mar de Barcelona, mientras sus compañeros se preparan para recibir una nueva paciente en una unidad de cuidados intensivos abarrotada por la tercera ola de la pandemia en España.

coronavirus1 «Hemos empezado el día con dos camas libres, pero ya tenemos un ingreso y estamos esperando el segundo. Con eso, tendremos otra vez el 100 % de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) ocupada», añade con voz resignada esta médica intensivista de 43 años.

Como se temía, la relajación de las restricciones de movilidad en España para facilitar los encuentros navideños se está cobrando factura en los hospitales.

Los contagios se dispararon, registrando récord de aumentos diarios que llevaron el total de casos diagnosticados a 2,4 millones y los decesos a más de 55 000.

Y el número de hospitalizados e ingresados en UCI creció en un 82 y un 60 % en apenas dos semanas, obligando al despliegue de hospitales de campaña en lugares como Valencia (este).

En este hospital de Barcelona (noreste) situado frente al mar Mediterráneo, fundado en 1905 para tratar a los marineros con enfermedades infecciosas que atracaban en el puerto, destinan cuatro de sus doce plantas a la COVID y tienen su UCI copada por esta enfermedad.

Para atender al resto de críticos se habilitaron camas en las unidades de reanimación quirúrgica, pero a costa de reducir las cirugías no urgentes.

«No es el tsunami que vivimos en marzo o abril, pero estamos peor que en la segunda ola», que en España comenzó en julio y no se pudo contener hasta finales del otoño boreal, reconoce su director médico, Julio Pascual.

«En noviembre no llegamos a tener la UCI completamente llena por pacientes COVID, ahora sí. Y en hospitalización general, teníamos dos plantas COVID, ahora estamos empezando a ocupar la cuarta», añade desde lo alto del hospital, con vistas a la playa de Barcelona.

Diez plantas más abajo, bajo una serenata de pitidos que alertan de problemas en los pacientes ingresados, en su mayoría intubados e inconscientes, el personal de la UCI no tiene un momento de respiro.

Unos tumban de cara a un paciente para facilitar su respiración, otros chequean una placa de tórax que muestra los pulmones emblanquecidos por la neumonía y una fisioterapeuta moviliza las extremidades de una mujer dormida.

«Ingreso inminente», suena por megafonía. «¿Tenéis botellas de oxígeno?», «¿material para intubación?», se escucha mientras ocho sanitarios se arremolinan alrededor de la paciente llegada en camilla desde hospitalización general.

«Estamos cansados, llevamos un año en la misma situación», asegura la doctora Gracia. «Sabíamos que después de Navidades iba a pasar esto, porque las restricciones no fueron duras. Ahora no sabemos hasta dónde llegará, esperemos que no colapse».

La situación es similar en las plantas de hospitalización general, donde una entrañable mujer de 71 años, Dora López, espera ya en ropa de calle en su habitación a que le tramiten el alta tras cuarenta días de ingreso.

Llegó a mediados de diciembre «con mucha fiebre» y al poco tiempo fue derivada a la UCI. «Los primeros días en UCI yo tiré la toalla, no podía, me ahogaba», asegura esta mujer, que terminará su recuperación en casa.

En esta planta tramitaron seis altas durante la jornada, pero ya hay 13 pacientes esperando el ingreso en urgencias. «Nosotros nos esforzamos en agilizar las altas para que el hospital no colapse, pero no para de subir más gente», indica Silvia Gómez, doctora de enfermedades infecciosas.

«Estamos emocionalmente tocados, afectados. Y luego sales a la calle y ves que la gente no cumple y te sientes incomprendida, como que no valoran nuestro esfuerzo», incide esta mujer de 39 años.

Un estudio realizado por el instituto de investigación del mismo hospital entre 10 000 sanitarios españoles demostró que un 45 % sufrían de trastornos de salud mental al terminar la primera ola de la pandemia.

Un 28 % presentan cuadros de depresión, un porcentaje seis veces mayor a la población general, y un 3,5% incluso pensó en suicidarse, explica el director de este estudio, Jordi Alonso.

«Aquí hemos llorado todos. Ha habido muchos compañeros que les ha afectado mucho. Y hasta que no termine esto y empecemos un poco la normalidad, lo seguirán arrastrando», asegura la enfermera de 29 años, Carla Molina.

Ahora, al menos, el inicio de la vacunación a finales de diciembre permite a los trabajadores del hospital empezar a ver la luz al final del túnel.

«Vemos que durante este año llegaremos a esa luz. Pero sabemos que en 2021 queda partido por jugar. Nos queda todavía una batalla larga por cubrir», advierte el director del hospital, Julio Pascual.

enero 22/2021(AFP). Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2019. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.

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