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Los temores iniciales no se han cumplido: apenas hay ictus entre los pacientes de la COVID-19.
El daño inflamatorio del endotelio vascular que provoca la COVID-19 es una de sus características: promueve la coagulación de la sangre y, secundariamente, puede conducir a infartos en los diferentes tejidos: corazón, cerebro, pulmones. Se pensó por eso que los ictus serían uno de sus peligrosos efectos, y algunos estudios alertaron del mayor riesgo entre los pacientes. Afortunadamente, tras ocho meses de pandemia, los vaticinios no se han cumplido.
“El porcentaje de ictus provocados por la COVID-19 es muy bajo”, dice Francisco Gilo, del Servicio de Neurología del Instituto de Neurociencias Avanzadas de Madrid, del Hospital Nuestra Señora del Rosario. Sí subraya que, cuando se produce, “se observa generalmente en las formas graves, pudiendo también afectar a pacientes jóvenes sin factores de riesgo vascular previos”.
“A lo largo de estos últimos meses -corrobora María Alonso de Leciñana, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología-, se ha publicado numerosa información -en ocasiones contradictoria- sobre la incidencia de ictus en enfermos de la COVID-19 o sobre el riesgo de los pacientes con antecedentes de ictus en tener un peor pronóstico en caso de contraer esta enfermedad. Aunque, como en otras infecciones, el estado proinflamatorio y de hipercoagulabilidad inducidas por el coronavirus puede desencadenar la aparición de ictus en pacientes predispuestos, no podemos afirmar que la infección aumente específicamente el riesgo de padecer un ictus y desde luego -tranquiliza- el ictus no es una de las principales complicaciones de la infección”.
Etiología no relacionada
Un estudio que publicará en noviembre en Journal of Stroke and Cerebrovascular Diseases, el equipo de Manuel Requena y Marc Ribó, de la Unidad de Ictus del Hospital Valle de Hebrón en Barcelona, ha analizado los pacientes con la COVID-19 confirmado y diagnóstico de accidente cerebrovascular entre el 2 de marzo y el 30 de abril.
De 2 050 pacientes infectados, solo 21 (1,02 %) presentaron un accidente cerebrovascular isquémico agudo y 4 (0,2 %) una hemorragia intracraneal. Después del diagnóstico, en el 60 % de los ictus isquémicos y en todos los hemorrágicos se identificó una etiología no relacionada con la COVID-19. Solo en 6 pacientes se consideró posiblemente una relación con la COVID-19.
Concluyen por tanto que la presencia de accidente cerebrovascular agudo en pacientes con la COVID-19 fue inferior al 2 % y la mayoría de ellos presentaba previamente factores de riesgo. “Sin otra causa potencial, el accidente cerebrovascular fue una complicación poco frecuente y exclusiva de los pacientes con una lesión pulmonar grave”.
Otros estudios recientes, aunque de menor entidad, confirman los datos del Valle de Hebrón. “En todo caso -añade María Alonso de Leciñana, los datos sí apuntan a que los pacientes con la COVID 19 que, sufren un ictus lo padecerán de forma más grave y tendrán peor evolución”. En efecto, el riesgo de muerte o dependencia en pacientes con ictus y la COVID-19 es hasta cuatro veces mayor que en los no COVID. Además, el ictus es la complicación neurológica grave más frecuente entre las personas que han padecido la COVID-19, de acuerdo con el registro que está llevando a cabo la Sociedad Española de Neurología.
“Aunque no es una de las complicaciones principales de la COVID-19, algunos estudios también apuntan a que tener antecedentes de ictus aumenta tres veces el riesgo de fallecer por esta infección. Por lo tanto, aconsejamos a todas aquellas personas que hayan superado un ictus, igual que al resto de la población, que sigan estrictamente las normas para evitar el contagio”, recomienda María Alonso de Leciñana.
“Además debemos recordar que no se debe dejar de acudir al hospital por miedo a contagiarse con COVID-19, en caso de que alguna persona piense que puede estar sufriendo un ictus. El ictus es una urgencia médica y los sistemas de atención al ictus siguen estando plenamente operativos a pesar de la pandemia y los hospitales ofrecen ahora todas las garantías para evitar contagios”.
Misteriosa disminución
Otro de los fenómenos que han puesto de relieve varios estudios es la aparente reducción de los casos de ictus durante los meses más críticos. Así, un estudio multicéntrico que se publica este mes en la revista Stroke y en el que participaron 93 unidades italianas de ictus con datos del 1 al 31 de marzo señala que los accidentes cerebrovasculares isquémicos disminuyeron en ese periodo analizado de 2 399 en 2019 a 1 810 en 2020, los ictus hemorrágicos de 400 a 322, y los ataques isquémicos transitorios pasaron de 322 a 196. Las hospitalizaciones por estas causas disminuyeron en el norte, el centro y el sur de Italia. Se redujeron por tanto los tratamientos trombolíticos intravenosos, si bien los tratamientos endovasculares se mantuvieron inalterados e incluso aumentaron en el área de máxima expresión del brote. Los autores del análisis apuntan como posibles razones a la hospitalización limitada de los pacientes menos graves y a los retrasos en el ingreso hospitalario, debido a la sobrecarga de las urgencias.
Una encuesta que acaba de finalizar el Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN, en la que han participado el 75 % de las Unidades de Ictus que hay en España, concluye que el Código Ictus se activó un 28 % menos en marzo de este año que en marzo de 2019. Y aunque esta reducción no fue igual en todos los hospitales -en algunos no ha sido significativa, pero en otros ha disminuido en más del 50 %, los datos parecen no estar relacionados solo con la incidencia del coronavirus o la saturación sanitaria de las distintas regiones.
Desde la SEN afirman que el miedo de los pacientes a acudir al hospital, junto con las situaciones de soledad o aislamiento que pueden dificultar el reconocimiento de los síntomas y la solicitud de atención urgente, podrían explicar gran parte de este descenso.
“Otra de las consecuencias que tuvo el primer pico de la pandemia en marzo -comenta De Leciñana- fue la necesidad de reasignar los recursos de los hospitales a la atención a pacientes con la COVID-19. Debido a ello, se suspendieron muchas consultas de Neurología y muchas pruebas complementarias. Aún es pronto para saber si estas circunstancias pueden haber impactado negativamente en la aplicación de las medidas adecuadas de prevención y si pueden haber dado lugar a un aumento de la morbimortalidad por ictus. O si en los próximos meses podría aumentar la incidencia de ictus por un menor control de los factores de riesgo”.
Una buena ocasión
En todo caso, añade que es importante recordar la importancia de adquirir o mantener hábitos de vida saludables y de que el ictus es siempre una urgencia médica. El ictus es la segunda causa de muerte en la población española y la primera causa de discapacidad adquirida en el adulto. En nuestro país unas 110 000 personas sufren un ictus cada año, de las cuales al menos un 15 % fallecerán.
“Es importante por eso hacer un llamamiento a la población para que se extremen las medidas de precaución frente al contagio: con ello, además de prevenir la COVID-19, también ayudaremos a preservar la atención de pacientes que sufren otras enfermedades como el ictus”.
Y Francisco Gilo alerta de que la alta demanda asistencial que ha generado y sigue generando la pandemia no puede comprometer la respuesta de actuación del resto de emergencias sanitarias. “En el caso del ictus, una patología cuyo mayor beneficio terapéutico se obtiene en el contexto de una atención precoz, se debe insistir en que debe seguir primando su carácter asistencial prioritario”.
noviembre 17/2020 (Diario Médico)