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Un virus respiratorio emerge en China, franquea las fronteras, se convierte en pandemia y se cobra varios miles de muertos en países como Estados Unidos y Francia. ¿El coronavirus de 2020? No, la gripe de Hong Kong de finales de los 60.
Esta epidemia de gripe A (H3N2), detectada a mediados de 1968 en Hong Kong, dio la vuelta al mundo en un año y medio, matando un millón de personas.
La gente llegaba en camilla, en un estado catastrófico. Se morían de hemorragia pulmonar, con cianosis en los labios, comp
letamente grises. Había de todas las edades, 20, 30, 40 años y más, recordaba el infectólogo Pierre Dellamonica en 2005 en el diario galo Libération.
Los cadáveres se amontonaban en hospitales y morgues durante el pico de la epidemia en Francia en diciembre de 1969, explica el historiador especialista en cuestiones sanitarias Patrice Bourdelais.
Pero entonces, la pandemia no copó títulos, el gobierno no tomó ninguna medida y no hubo siquiera una alerta sanitaria. La calma se impuso a una posible movilización, afirma Bourdelais.
¿Cómo explicar semejante placidez? En esa época, el entorno médico, los dirigentes, los medios y la población en general tenían una fe casi ciega en el progreso y sus nuevas armas, como las vacunas y los antibióticos milagrosos, que habían funcionado por ejemplo con la tuberculosis, según este experto.
Además, la sensibilidad a la muerte no era la misma que hoy en día: Las 31 000 víctimas de la gripe de Hong Kong (en Francia) no crearon ningún escándalo, incluso pasaron varias décadas desapercibidas, comenta el historiador. Hubo que esperar a 2003 y los trabajos del epidemiólogo Antoine Flahault para conocer esa cifra.
Era además la época de los 30 gloriosos, del boom económico posterior a la Segunda Guerra Mundial. En esta curva de progreso multidimensional un accidente como una gripe mortal no era tan intolerable como hoy.
Las tensiones internacionales con guerras en curso como la de Vietnam y la crisis humanitaria derivada del conflicto de Biafra en África permitieron relativizar la desdicha causada por una epidemia más mortal que las otras.
Todo lo contrario que en la actualidad: la epidemia de la COVID-19 aniquiló de la esfera pública cualquier otro asunto y condujo a una parálisis gigantesca.
Quizás porque la salud se convirtió en la preocupación individual primordial y que la sociedad estaba convencida de forma inconsciente de que disponía de todas las armas para combatir las epidemias, según Bourdelais.
Para el geógrafo Michel Lussault, la aplastante importancia que cobró la pandemia de la COVID-19 refleja simplemente la envergadura de los grandes cambios de la globalización, con una movilidad internacional extrema para las mercancías, las personas y la información.
El infectólogo Philippe Sansonetti ilustra la propagación internacional del coronavirus en el hemisferio norte, mostrando un mapa de vuelos internacionales desde China a Europa y América del Norte: la difusión del virus coincide perfectamente con la densidad de las conexiones aéreas.
Estas enfermedades emergentes infecciosas son enfermedades del Antropoceno, la época en que la incidencia de la actividad humana en la Tierra se vuelve preponderante, y están relacionadas en exclusiva con la apropiación del planeta por parte del hombre, explica Sansonetti en el marco de su cátedra Microbiología y enfermedades infecciosas, en el Colegio de Francia.
La pandemia de la COVID-19 cuenta una historia en tres episodios: un salto de especie con el paso del coronavirus del murciélago al hombre, un desbordamiento con el contagio de un hombre a otros y una tercera etapa que tiene que ver con la explosión del virus debido a la acción del hombre en el planeta, mediante los transportes intercontinentales, indica.
En 1968 y 1969, el virus de la gripe A (H3N2) tardó varios meses en pasar de Asia a Estados Unidos y Europa. Esta vez, bastaron unas cuantas semanas.
mayo 06/2020 (AFP) -Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2019. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.