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Un pequeño estudio italiano muestra un fenómeno que parece común en otros hospitales: la reducción de ingresos por ictus. Otro misterio de esta compleja pandemia.
¿Tiene algo que ver la infección por el SRAS-CoV-2 con la disminución de ictus?
Piacenza, provincia del norte de Italia cercana a Milán, con unos 280 000 habitantes, ha sido una de las zonas más castigadas por la pandemia. Como en tantos otros lugares de todo el mundo, su hospital, Guglielmo da Saliceto, y su personal, han tenido que reconvertirse en pocos días para atender la avalancha de contagiados.
Pero, como también se ha observado en otros muchos hospitales, a la vez que crecían los casos de COVID-19 disminuían otras patologías habituales en las urgencias.
El equipo de Nicola Morelli, neurólogo del Hospital Guglielmo da Saliceto, expone en el último número de European Neurology la desconcertante desaparición de los casos de ictus. En los últimos cinco años (2015–2019), recuerda, la ciudad de Piacenza había registrado un promedio anual de 612 casos nuevos de accidente cerebrovascular isquémico, con un promedio mensual de 51 casos; el 21 % de ellos padecían oclusión de grandes vasos (LVO). “Sorprendentemente, entre el 21 de febrero de 2020 (primer paciente con SARS-CoV-2 registrado en Italia, en Codogno, una ciudad cercana), y el 25 de marzo de 2020, solo hubo 6 ingresos en el Departamento de Accidentes cerebrovasculares isquémicos: 2 ataques isquémicos transitorios, 1 de grandes vasos cardioembólico y 3 accidentes cerebrovasculares lacunares”.
No es normal
¿Qué ha ocurrido?, se pregunta. El 8 de marzo, el Gobierno italiano estableció medidas extraordinarias para limitar la transmisión viral, incluida la restricción de la movilidad a fin de minimizar los contagios. Se pidió además a la población que acudiera a Urgencias solo si era realmente necesario. Morelli piensa en primer lugar que la reducción significativa de los ictus puede atribuirse a que menos personas vayan al hospital por temor a infectarse. “Sin embargo, esto puede ser cierto solo para ataques leves no incapacitantes. Los derrames cerebrales de LVO siempre son incapacitantes (es decir, afasia y/o hemiplejia), y es imposible evitar la hospitalización en una situación tan grave. Además, puede haber una subestimación del número de accidentes cerebrovasculares, ya que cuando los pacientes llegan a urgencias con fiebre y dificultad respiratoria (síntomas de la Covid-19), tienen ahora prioridad y, por lo tanto, se puede pasar por alto el déficit neurológico”.
Es sabido que las infecciones virales están asociadas por otro lado con un mayor riesgo de accidente cerebrovascular, como en la neumonía por influenza: “Exactamente lo contrario de lo que estamos observando actualmente. ¿Podría entonces el patrón estacional de accidente cerebrovascular y/o tormenta de citocinas descrito en pacientes con Covid-19 desempeñar un papel en la explicación de estas observaciones? No lo parece”, responde el equipo italiano.
Y razona que los datos sobre las diferencias estacionales en la incidencia de ictus son contradictorios. Algunos estudios han informado que ocurren más durante la primavera y el otoño que en verano; sin embargo, otros afirman que hay una distribución bastante uniforme durante todo el año.
En pacientes afectados por COVID-19 se han detectado niveles elevados de marcadores séricos de trombosis e inflamación, como dímero D, fibrinógeno y proteína C reactiva, así como niveles elevados de citocinas inflamatorias (es decir, factor de necrosis tumoral-α, interleucina -2R e interleucina-6). “Todos estos hallazgos de laboratorio, incluido el aumento de IL-6, parecen estar presentes también en pacientes con manifestaciones clínicas leves o moderadas de SARS-CoV-2, sin necesidad de hospitalización”.
Varias hipótesis
Entonces, ¿por qué los pacientes con COVID-19 no tienen un mayor riesgo de desarrollar accidente cerebrovascular isquémico?
Una hipótesis, según los neurólogos de Piacenza, podría estar relacionada con el papel controvertido que desempeña la IL-6 en el accidente cerebrovascular. “De hecho, aunque se ha informado de que los niveles altos de IL-6 tienen un efecto negativo sobre el volumen del infarto cerebral y el resultado a largo plazo, por el contrario, en el accidente cerebrovascular isquémico también hay evidencia experimental de que la IL-6 tiene un efecto protector y ayuda en la mejora de la angiogénesis postictus”.
Según estas observaciones, ¿debería considerarse un papel beneficioso de la IL-6 en pacientes sin otras complicaciones sistémicas?
Otra posible explicación que sugieren está relacionada con la presencia de trombocitopenia en pacientes con COVID-19, también con síntomas leves. ¿Podrían estar involucrados los niveles disminuidos de plaquetas en la reducción de los ictus LVO? Además, “según la evidencia previa, la carga de infecciones crónicas persistentes o infecciones pasadas, en lugar de una sola enfermedad infecciosa actual, parece estar asociada con el riesgo de accidente cerebrovascular”. Las medidas de contención y cuarentena podrían haber reducido indirectamente la propagación de la gripe estacional y su efecto desfavorable sobre la incidencia de accidente cerebrovascular.
De hecho, concluye el equipo de Morelli, lo que puede ser cierto para la neumonía por influenza (es decir, un mayor riesgo de accidente cerebrovascular) puede no ser cierto para el SARS-CoV-2. Pero, con un periodo de observación tan breve, de solo un mes, no se pueden hacer más que suposiciones. El desconcertante caso de la desaparición de ictus en las Urgencias es otro de los misterios aún no resueltos de esta compleja pandemia.
Aclaración de los autores:
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