Los factores sociales y biológicos que hacen a algunas personas más resistentes pueden dar pistas preventivas. El tratamiento actual dista de ser óptimo. Se evalúan nuevas psicoterapias y alternativas farmacológicas.

estres-post-traumatico1Los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la violencia en el mundo reflejan que millón y medio de personas pierden la vida cada año debido a la guerra, desastres naturales, agresiones personales, violencia machista… Las noticias sobre actos violentos inundan los periódicos, la televisión y la radio. Más del 70 por ciento de los adultos de todo el mundo viven un acontecimiento traumático en algún momento de sus vidas y el 31 por ciento sufrirán cuatro o más.

Los heridos y testigos presenciales del incendio de Portugal y de los últimos atentados terroristas en Europa tienen todas las papeletas para desarrollar un trastorno de estrés postraumático, pero la mayoría no lo padecerán. Lo que diferencia a quienes lo sufren de quienes no puede proporcionar las claves para prevenir un problema muy incapacitante que va más allá de los síntomas de depresión, ansiedad o enfado que suelen ser habituales tras una experiencia trágica. Los afectados reviven el suceso una y otra vez, rehúyen el contacto con cualquier persona o cosa que les recuerde el acontecimiento, están en alerta permanente, experimentan síntomas físicos, abusan de fármacos, alcohol o drogas….

Un problema muy prevalente

La prevalencia de este trastorno es de en torno al 7 por ciento de la población. Benedikt Amann, coordinador de la Unidad de Psiquiatría y de Investigación del Centro Fórum, perteneciente al Hospital del Mar, de Barcelona, apunta que la cifra es elevada si se compara con otros trastornos psiquiátricos: “La prevalencia de la esquizofrenia se sitúa en el 1 por ciento, y la del trastorno bipolar, en el 4-5 por ciento”. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, aclara que los datos epidemiológicos varían porque en algunos estudios se aplican criterios diagnósticos demasiado laxos, y subraya que no debe considerarse “cualquier tipo de violencia, sino acontecimientos en los que se vea comprometida la vida del individuo”. Por lo tanto, cree que no se puede hablar de un aumento en Europa, ya que “desde hace tiempo no hay guerras activas”.

Amann explica que el trastorno se diagnostica cuando, transcurridos tres meses desde el evento traumático, “el cerebro no puede procesarlo”.

Aún no se sabe a ciencia cierta por qué algunas personas son capaces de superar las peores tragedias y otras sufren los rigores del estrés postraumático. No obstante, la investigación ha empezado a arrojar pistas. Los autores de una revisión que se acaba de publicar en The New England Journal of Medicine (NEJM) enumeran los principales factores asociados a una mayor susceptibilidad: sexo femenino, trauma infantil, menos años de escolarización, trastornos mentales anteriores, exposición a cuatro o más eventos traumáticos y una biografía marcada por la violencia interpersonal.

Factores biológicos

También se han descrito genes, elementos epigenéticos, factores neuroendocrinos y marcadores de inflamación relacionados con el trastorno. Entre los rasgos biológicos que constituyen factores de vulnerabilidad se encuentra un polimorfismo del gen FKBP5 y la variabilidad de la frecuencia cardiaca. Otros, como cambios inmunológicos, la neuroinflamación y la regulación epigenética postexposición, refejarían alteraciones inducidas por el trauma. Asimismo, hay estudios que muestran irregularidades en los niveles de citocinas proinflamatorias y endocannabinoides, variación alélica en genes relacionados con los glucocorticoides y alteraciones en ciertas redes neuronales, que podrían contribuir al riesgo de trastorno de estrés postraumático y una baja resistencia (resiliencia) ante las situaciones más adversas.

En lo que se refiere al tratamiento, Arieh Shalev, de la Universidad de Nueva York, y sus colaboradores desglosan en el NEJM las principales herramientas disponibles: intervenciones psicológicas y farmacológicas y propuestas innovadoras. Todas ellas tienen una eficacia limitada: “Tras décadas de intensa investigación, hallar un tratamiento eficaz para cada paciente sigue siendo complicado”.

Entre las terapias psicológicas, la más respaldada es la cognitivo-conductual focalizada en el trauma. La medicación incluye antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y antipsicóticos. Y entre los tratamientos experimentales se encuentran, entre otros, la estimulación magnética transcraneal, la ketamina y la cicloserina.

Una terapia basada en el movimiento ocular

Una de las hipótesis que explicaría la mayor susceptibilidad de algunas personas al trastorno de estrés postraumático tiene que ver con alteraciones del sueño. En la fase REM movemos los ojos de forma muy rápida. La función sería, según explica Benedikt Amann, “procesar los eventos que nos pasan durante el día”. Un individuo con problemas en esta fase tendría, por lo tanto, mayor dificultad para asimilar lo que le ha sucedido.

El movimiento de los ojos es, precisamente, el elemento en el que se apoya una psicoterapia que ha ido ganando aceptación en el trastorno de estrés postraumático: el tratamiento de desensibilización y reprocesamiento por movimiento ocular (EMDR).

Se basa en la comprensión del efecto de los acontecimientos vitales adversos y traumáticos y en el procesamiento de esas experiencias a través de procedimientos estructurados que incluyen movimientos oculares u otras formas de estimulación bilateral. Su aplicación se ha extendido a un amplio rango de problemas clínicos. Amann es uno de los organizadores del 18º Congreso Europeo de EMDR, que se celebrará en Barcelona del 30 de junio al 2 de julio.
junio 29/2017 (diariomedico.com)

junio 30, 2017 | Lic. Heidy Ramírez Vázquez | Filed under: Psiquiatría, Salud Pública | Etiquetas: |

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