Los humanos modernos que salieron de África tuvieron relaciones sexuales esporádicas con los neandertales. Así fue como intercambiamos genes y algo más: una nueva investigación apunta a que los humanos arcaicos nos legaron también un tipo agresivo de papilomavirus que puede provocar tumores de cuello de útero, pene, ano, vulva o vagina.
El sexo que los humanos modernos tuvimos con los neandertales no solo nos dejó unos cuantos genes de recuerdo, como ya se ha comprobado. Al parecer, en esos intercambios también viajaron un tipo particular de papilomavirus, curiosamente los más agresivos para nosotros, los que más capacidad tienen para transformar nuestras células en tumorales. Y además, algunos de los genes que nos legaron podrían habernos predispuesto a la infección crónica por estos virus y a los tumores que en ocasiones les siguen.

Esas son las conclusiones de un nuevo estudio publicado en la revista Molecular Biology and Evolution por investigadores del Instituto Catalán de Oncología y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS).

Hasta el 80 % de los adultos con una vida sexual activa sufre alguna infección genital por papilomavirus, que a veces deriva en cáncer.

Como explica Ignacio Bravo, investigador sénior del trabajo, “la historia de los humanos es también la historia de los virus que llevamos y heredamos”. Unos de ellos son los papilomavirus, un grupo muy amplio cuyo pasado y mecanismos encierran todavía muchas preguntas.

Un virus que apenas existe en el África subsahariana
Este es el paisaje: en la inmensa mayoría de los casos, los más de 200 tipos de papilomavirus que existen dan lugar a infecciones asintomáticas o a pequeñas lesiones en la piel o en las mucosas que suelen desaparecen con el tiempo. Dentro de todos ellos están unos pocos que se transmiten por vía sexual. Son tan frecuentes que hasta el 80 % de los adultos con una vida sexual activa se infecta alguna vez.

Pero lo más grave es que en algunos casos acaban provocando un cáncer, fundamentalmente de cuello de útero, pero también de pene, ano, vulva o vagina. Y los llamados VPH16 son, con mucha diferencia, los responsables de la mayor parte de estos tumores.

Los VPH16 se dividen en cuatro grupos: A, B, C y D. De ellos, el A es el más presente y agresivo fuera del África subsahariana, donde apenas existe. Es el que más afecta a los europeos.

Como la genética es una de las formas de desentrañar la historia, los investigadores se propusieron rastrear el pasado del virus para tratar de explicar cómo había sido su evolución, qué rutas habían tomado que explicaran esa variabilidad. Para ello analizaron “la muestra más amplia que se ha estudiado hasta ahora”, afirma Bravo, y los cotejaron con los de casi mil humanos de más de 50 poblaciones diferentes extraídos de las bases de datos del llamado Proyecto de la Diversidad del Genoma Humano.

Los neandertales entran en juego
Lo más aceptado hasta el momento era que los genes de virus y humanos habían coevolucionado juntos dando lugar paulatinamente a las distintas variantes a medida que los humanos modernos salían de África. Pero cuando analizaron los datos algo no cuadraba. Esa hipótesis solo explicaba el 30 % de la variación.

Cuando los neandertales empezaron a coquetear con los humanos modernos recién llegados a Europa, la variante A del virus saltó hasta nosotros.

“Los resultados indicaban claramente que la variante A no se originó en los humanos modernos, sino que era mucho más antigua. Y los tiempos coincidían con los neandertales y denisovanos, la otra rama evolutiva que siguieron los primeros humanos que salieron de África hace unos 500 000 años”, indica Ville Pimenoff, primer firmante y codirector del artículo.

La explicación más sencilla es la sorprendente conclusión de su trabajo: cuando hace unos 100 000 años los neandertales empezaron a coquetear con los humanos modernos que recién habíamos llegado a Europa, no solo nos intercambiamos con ellos unos cuantos genes, también la variante A del VPH16 saltó hasta nosotros. De ahí que apenas exista en el África subsahariana, ya que se originó una vez fuera del continente africano y los neandertales nunca volvieron a él.

Pero los misterios de los papilomavirus no acaban aquí. ¿Por qué la variante A tuvo tanto éxito? ¿Por qué se expandió furibunda por Europa, Asia y América? Y seguramente más importante: ¿Por qué la gran mayoría de las personas resuelven la infección sin complicaciones y sin embargo en otras se cronifica hasta desarrollar un cáncer? La respuesta, y esto es de momento una hipótesis, podría estar también en los neandertales, en los genes que nos cedieron.

Genes fundamentales en nuestras defensas
“Cada humano no africano lleva entre un 2 % y un 6 % de genoma neandertal –afirma Pimenoff–. Lo sorprendente es que las funciones de estos genes que nos traspasaron no parecen arbitrarias: una mayoría tienen que ver con la respuesta de nuestras defensas y con la formación del epitelio [la parte externa de las mucosas y la piel]. Son justamente genes que interactúan con el ciclo de vida de estos virus”. Es decir, junto con los microorganismos pudo saltar también la información que les permitía mantenerse y anidar dentro de nosotros.

Y quizás también podría explicar nuestra diferente respuesta hacia ellos. “Los mecanismos por los que el virus se cronifica en unas personas y no en otras, y por qué llega a producir tumores, no son del todo conocidos”, reconoce Bravo.

¿Por qué el papiloma solo provoca cáncer en algunas personas? La respuesta podría estar también en los genes neandertales.

“Sabemos que el VPH16 tiene un gen, el llamado E6, que ataca al principal gen supresor de tumores, el llamado vigilante del genoma o p53. El E6 parece necesario para que ejerzan su acción tumoral, pero otras familias de papilomavirus también lo tienen y no provocan cáncer”. Lo que sí parece claro es que nuestra genética condiciona el comportamiento del virus.

De hecho, la agresividad de una misma variante es diferente para los europeos que para los americanos o asiáticos. “Si los genes que nos legaron los neandertales son tan importantes para el virus como parece, quizás su mayor o menor presencia pueda estar condicionando su comportamiento”, sostiene Bravo.

Eso de momento es solo una hipótesis que liga con una de las limitaciones del trabajo: las muestras de los virus procedían en su mayoría de tumores, pero el genoma de los humanos estudiados no es el de esas mismas personas.

Problemas de consentimiento
“Para poder sacar conclusiones más sólidas deberíamos haber analizado el ADN de virus y humanos conjuntamente y así ver si esos pacientes tenían un gran porcentaje de genes neandertales, pero hay un problema: la mayoría de las muestras son de hace muchos años, y no tenemos el consentimiento informado”.

El mensaje principal del estudio, sin embargo, es este que apunta Bravo: “El cáncer es muy antiguo –hay incluso fósiles de dinosaurios con tumores– y los virus que pueden causar algunos de ellos también. Por lo que parece, algunos de los más agresivos los hemos heredado por contacto sexual con humanos arcaicos”. Y concluye, rotundo: “La historia de una especie es también la historia de los organismos que la infectan”.
octubre 28/2016 (edicionesmedicas.com.ar)

Leer más:

Multiple Evolutionary Mechanisms Drive Papillomavirus Diversification

 

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