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A partir del año de vida, los bebés comienzan a entender el lenguaje de manera similar a los adultos. Su cerebro reacciona de manera distinta ante su lengua materna que ante idiomas extranjeros, según una investigación publicada en la revista «Proceedings» de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos («PNAS«).
Las interacciones sociales y el habla lenta y clara de sus padres o cuidadores ayudan a los niños a aprender a hablar, y mucho antes de hecho de que pronuncien sus primeras palabras.
Los investigadores en torno a Patricia Kuhl, de la Universidad de Washington, en Seattle, registraron con un escáner de la cabeza la actividad de distintas zonas del cerebro en niños de siete a doce meses y en adultos cuando escuchaban palabras conocidas y extrañas.
Con siete meses, en los niños reaccionaban tanto las áreas auditivas del cerebro, encargadas de elaborar el lenguaje, como las áreas motoras. La actividad en estas últimas apunta a que los bebés están practicando en la imaginación la forma en que se conforman ciertas palabras. No se reconocían diferencias entre la lengua materna y otra desconocida.
Entre los 11 y 12 meses, esto cambia. Las áreas auditivas reaccionan mucho más ante los sonidos familiares, mientras que las motoras se activan más ante los sonidos desconocidos. Eso hace suponer a los investigadores que para los niños es más difícil imaginarse cómo son los movimientos que forman los sonidos. Los cerebros de adultos reaccionan de una forma similar ante lenguas extranjeras.
«Que hayamos encontrado una actividad en las áreas motoras del cerebro cuando los niños solamente están escuchando es significativo, porque implica que el cerebro de los bebés empieza a practicar las respuestas muy pronto», señala Kuhl en un comunicado sobre el estudio.
Es muy probable que el cerebro de bebés de siete meses ya esté tratando de descubrir con qué movimientos de la boca y la lengua surjen ciertos sonidos.
El estudio también muestra que la pronunciación exagerada ayuda a los niños a imitar lo que oyen. «El lenguaje de los padres es muy exagerado, y cuando los niños pequeños lo escuchan a sus cerebros les resulta probablemente más fácil modelar los movimientos necesarios para hablar», señala Kuhl.
julio 17/2014 (DPA)
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