La depresión mayor es un problema que afecta a entre el 3,4 y el 5 % de los adolescentes. Lo sufren más las hembras que los varones (se calcula que el triple) y, si no se trata correctamente, puede desembocar en el consumo de drogas y hasta en el suicidio o ser un lastre para el futuro adulto. Los expertos señalan que la depresión en la adolescencia está infradiagnosticada porque se confunde con los problemas de adaptación y los cambios del estado de ánimo tan frecuentes en esta difícil etapa de la vida.

El paso de la infancia a la adolescencia supone la entrada en la depresión para muchos chicos y chicas. Antes de la pubertad sufren este problema aproximadamente el 2 % de los niños; pero, cuando empieza, ese porcentaje llega al 3,4-5 % en el caso de la depresión mayor, «aunque hasta un 10 % de los adolescentes presentan sintomatología depresiva subclínica», explica Sara Lera, psicóloga clínica del Hospital Clínico de Barcelona. Y esta enfermedad aumenta en las niñas: se estima que la incidencia es el triple en ellas.

Hay que tener en cuenta, además, que «entre el 20 y el 40 % de los adolescentes con depresión pueden estar sufriendo el debut de un trastorno bipolar a partir de ese episodio depresivo».

El criterio fundamental para distinguir una tristeza de la depresión es la incapacidad funcional: que los síntomas impidan llevar una vida normal.

Los síntomas más habituales son, la anhedonia, el aislamiento social, la pérdida de interés por relacionarse con sus iguales, la irritabilidad, las quejas somáticas, el aumento o el descenso del apetito y los problemas para dormir. «Las chicas son más internalizantes, tienden más al aislamiento y la anhedonia, mientras que los chicos son más externalizantes y se muestran sobre todo irritables, agresivos y con problemas de conducta», señala María Ángeles Mairena, psicóloga clínica del Hospital San Juan de Dios, de Barcelona. Son síntomas que fácilmente se pueden confundir con una adolescencia un poco más difícil de lo habitual.

«Muchos padres no se dan cuenta de que sus hijos están deprimidos. Y, a veces, algunos se autoengañan, no quieren ver lo que pasa, porque es habitual que la familia también tenga algún problema», añade Mairena. Sin que exista un tipo de funcionamiento estándar identificado, las familias que presentan alta conflictividad entre sus miembros o «los padres con un estilo educativo muy crítico y exigente hacia los hijos tienen más dificultades para el reconocimiento y la aceptación de los síntomas depresivos», explica, por su parte, Lera.

Y Lola Picouto, psiquiatra infanto-juvenil del San Juan de Dios, indica que «más o menos un 75 % de los adolescentes que sufren depresión no están diagnosticados, aunque cada vez se detectan más casos». El criterio fundamental para distinguir una tristeza normal de la depresión es «la incapacidad funcional, que los síntomas impidan llevar una vida normal, que un adolescente empiece a suspender muchas asignaturas, por ejemplo».

Según estas expertas, es importante estar atento a los cambios a peor: cuando un adolescente empieza a suspender, a encerrarse en casa o a consumir drogas. «Cuando la familia está desestructurada o se producen pérdidas o divorcios aumenta el riesgo de depresión», apunta Mairena.

Base biológica
Ambas coinciden en que no se puede hablar de una única causa porque el origen es biológico, psicológico y social. Como explica el psiquiatra Joan Romeu, «hay algunas chicas que tienen predisposición a deprimirse durante la fase luteínica. Otro factor biológico es que se cree que la depresión podría estar relacionada con el gen que se encarga de activar el transporte de la serotonina. Cuando falla uno o dos de sus dos alelos, aumenta el riesgo de depresión». Y los adolescentes que tienen algún familiar con una enfermedad psiquiátrica presentan más riesgo de sufrir depresión; es un factor asociado a lo biológico pero también a lo psicológico, ya que convivir con un padre o una madre con depresión u otro trastorno psiquiátrico condiciona el desarrollo del adolescente.

Como manifiesta Lera, «la historia de depresión en los padres, sobre todo en la madre, y el alcoholismo en la familia aumentan el riesgo hasta tres y cuatro veces. Y haber sido víctima de abuso sexual, maltrato físico o psicológico o negligencia, la ausencia de calidez afectiva en la relación entre los cuidadores principales y el niño o ciertos grados de deprivación sensorial en la primera infancia predisponen también a un número significativo de depresiones».

Los conflictos con los iguales pueden ser igualmente causa de depresión, «sobre todo cuando son graves, como en el caso del acoso escolar», afirma Picouto.Y no hay que olvidar que la sociedad demanda al adolescente un nuevo papel. Se espera de él que tome decisiones, que empiece a ser un adulto, que comience a preocuparse de su futuro. «Cuando era un niño no tenía que preocuparse de todo eso», precisa Romeu. El miedo a la libertad, a perder la protección y las ventajas que supone la infancia pueden ser factores demasiado estresantes para muchos chicos.

Los riesgos de la depresión en la adolescencia pueden ser muy graves. Muchos jóvenes recurren al consumo de drogas, según Romeu, «para aliviar algunos de los síntomas de su depresión». Asimismo, en los casos más graves se puede llegar incluso al suicidio, «que es la segunda causa de muerte entre los adolescentes». Cuando se habla de depresión en la adolescencia es necesario tener en cuenta las conductas o los pensamientos de suicidio. La probabilidad de sufrir un trastorno depresivo «es arrolladoramente superior entre los menores que han realizado algún acto suicida o que tenían pensamiento de hacerse daño», indica Lera. Una gran proporción de los menores que consuman el suicidio no han tenido contacto con la red de salud mental, por lo que se recomienda a médicos de primaria, psicólogos y psiquiatras preguntar y hablar abiertamente de ello con los adolescentes deprimidos.

LA TERAPIA
«Se recomienda empezar con psicoeducación, explicándole al paciente en qué consiste la enfermedad y dándole consejos de rutinas, y con la familia», explica Lola Picouto. Así mejoran el 15 %. «Para depresiones leves-moderadas está indicado el tratamiento psicológico cognitivo-conductual», dice Sara Lera. Y en los casos más graves y refractarios a la intervención psicológica se recurre a la fluoxetina, un antidepresivo. «El abordaje combinado con inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina y terapia cognitivo-conductual es el de mayor remisión y prevención logra». En los casos graves hay que valorar la hospitalización.
junio 24/2012 (Diario Médico)

junio 25, 2012 | Lic. Heidy Ramírez Vázquez | Filed under: Pediatría, Psiquiatría | Etiquetas: , |

Comments

Comments are closed.

Name

Email

Web

Speak your mind

*
  • Noticias por fecha

  • Noticias anteriores a 2010

    Noticias anteriores a enero de 2010

  • Suscripción AL Día

  • Categorias

    open all | close all
  • Palabras Clave

  • Administración