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En una reserva natural de Kenia, un dromedario refunfuña cuando un veterinario hace girar un hisopo gigante en su fosa nasal. Una prueba PCR (reacción en cadena de polimerasa), para detectar un primo de la COVID-19, el MERS, que algún día podría causar la próxima pandemia mundial.
Resulta que al dromedario, de 2 metros de alto y 300 kilos de peso, tampoco le gusta que le hagan la prueba del coronavirus.
Gruñe y forcejea. Tres camelleros lo sujetan por el cuello, el hocico y la cola mientras un veterinario con bata azul realiza rápidamente la prueba.
«Tomar una muestra del animal es difícil porque nunca se sabe lo que puede pasar (…) si lo haces mal, puede ser incluso peor porque te puede dar un golpe, morderte», explica Nelson Kipchirchir, veterinario de la reserva natural de Kapiti.
En esta brumosa mañana, uno de los camelleros recibe una coz durante las muestras -nasal y sanguínea- efectuadas a diez de los 35 dromedarios de Kapiti.
En esta inmensa llanura de 13 000 hectáreas perteneciente al Instituto Internacional de Investigaciones Pecuarias (ILRI), cuya sede mundial está en Nairobi, conviven animales salvajes y rebaños de ganado, dedicados a la investigación.
El ILRI comenzó a estudiar los dromedarios de Kenia en 2013, un año después de la aparición de un virus preocupante en Arabia Saudita: el MERS-CoV, el coronavirus causante del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio.
Con la pandemia de la COVID-19 el mundo descubre el alcance de las zoonosis, estos virus transmitidos por animales que representan el 60 % de las enfermedades infecciosas humanas, según la OMS. El abanico es amplio: murciélagos, pangolines, aves de corral…
En el caso del MERS-CoV, según la OMS, el virus se transmitió a las personas a través del estrecho contacto con este rumiante, dando lugar a una epidemia que causó cientos de muertos en el mundo entre 2012 y 2015, sobre todo en Arabia Saudita.
El virus causa síntomas similares a la COVID-19 (fiebre, tos, dificultad para respirar a las personas y un ligero resfriado a los dromedarios) pero es mucho más letal, porque mata a uno de cada tres enfermos.
En Kenia el dromedario tiene mucho éxito. Los consumidores aprecian su leche y su carne y los pastores nómadas de las regiones áridas están satisfechos con su adaptación al calentamiento global.
«El dromedario es muy importante», afirma Isaac Mohamed, uno de los camelleros de Kapiti.
«En primer lugar, no puede morir en caso de sequía. En segundo, puede aguantar 30 días sin beber», detalla este hombre delgado originario del extremo norte, en las fronteras de Etiopía y Somalia, unas zonas donde abundan los camélidos.
A pesar de que cuenta con unos 3 millones, Kenia todavía no conoce bien a este animal.
En los laboratorios del ILRI en Nairobi, la bióloga Alice Kiyong’, recibe regularmente muestras de dromedarios de distintas regiones de Kenia. Con una pipeta, reactivos y máquinas, analiza cada una para detectar la presencia del MERS, inicialmente transmitido por el murciélago.
Una investigación de 2014 reveló la existencia de anticuerpos contra el MERS en el 46 % de los dromedarios estudiados, pero solo en el 5 % de las personas (de los 111 camelleros y trabajadores de mataderos hubo 6 positivos).
«El MERS que tenemos actualmente en Kenia no se transmite fácilmente a los seres humanos», en comparación con el MERS de Arabia Saudita, más contagioso, concluye.
Como sucede con la COVID-19, aquí los investigadores están obsesionados con la posibilidad de que puedan aparecer variantes que podrían hacer que el MERS de Kenia fuese más contagioso para las personas.
«Es exactamente como con la COVID, (…) han aparecido variantes, como por ejemplo la B.1.1.7 (en Inglaterra). Es lo mismo con el MERS: el virus cambia todo el tiempo», subraya Eric F¨vre, especialista en enfermedades infecciosas en el ILRI y en la Universidad de Liverpool (en el Reino Unido).
«Me encantaría tener una bola de cristal y poder decirle si esto será alguna vez extremadamente peligroso para las personas, o si lo será con algunas mutaciones genéticas. Creo que lo importante es mantener un esfuerzo de vigilancia (…) porque de este modo estaremos preparados cuando suceda», añade F¨vre.
En 2020, el grupo de expertos de la ONU en biodiversidad (IPBES) advirtió que las pandemias serán más frecuentes y mortales en el futuro debido al mayor contacto entre los animales silvestres, el ganado y las personas por la destrucción del medio ambiente.
«Hay un renovado interés en todo lo que afecta a los virus, las enfermedades zoonóticas, debido a la COVID», se alegra Eric F¨vre, quien se queja de problemas de financiación.
Esto «nos ayuda a hacer este trabajo tan importante».
abril 17/2021 (AFP) – Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2019. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.