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Un estudio evalúa la relación entre la contaminación atmosférica, el tabaco y las características del entorno construido desde la perspectiva del exposoma, es decir, los factores externos que actúan sobre el genoma a lo largo de la vida. El trabajo analiza 173 exposiciones diferentes.
¿De qué manera influyen las exposiciones ambientales durante el embarazo y la infancia en un mayor riesgo de obesidad infantil?
El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación “la Caixa”, y la Universidad del Sur de California han liderado el primer gran estudio que relaciona una multitud de contaminantes y factores ambientales, 77 exposiciones prenatales y 96 postnatales, con el riesgo de obesidad infantil.
Los resultados muestran el papel destacado que podrían tener la contaminación atmosférica, el tabaco y las características del entorno construido, como vivir en áreas densamente pobladas, en el desarrollo de esta enfermedad.
La exposición al tabaco, a la contaminación atmosférica y las características del entorno construido se asocian con un IMC mayor en la infancia. Las diferencias en el nivel socioeconómico no influyeron en las cifras.
Martine Vrijheid, primera autora del estudio, destaca que “las tasas de obesidad infantil están aumentando a niveles alarmantes en todo el mundo, y puede que durante el confinamiento por la COVID-19 se hayan incrementado todavía más”.
Hasta la fecha, varios estudios han abordado el efecto de los contaminantes ambientales, el estilo de vida y las características del entorno urbano en la obesidad infantil, pero se había estudiado cada exposición individual por separado. En este nuevo trabajo se ha tenido en cuenta el concepto de exposoma, lo que implica un cambio en la investigación de cómo los riesgos ambientales afectan a la salud.
En lugar de analizar por separado las consecuencias que cada exposición podría tener en nuestro organismo, se plantea el estudio conjunto de las diferentes exposiciones a las que una persona está sujeta desde la concepción hasta la muerte. Para ello, se han tenido en cuenta muchos elementos a los que estamos expuestos a través de la dieta, estilo de vida y el entorno en el que se vive.
La nueva investigación, que forma parte del Proyecto HELIX y se ha publicado en la revista Environmental Health Perspectives, partió de los datos de más de 1 300 niños y niñas de 6 a 11 años de cohortes de nacimiento de seis países europeos, España, Francia, Grecia, Lituania, Noruega y Reino Unido.
Por un lado, se recogieron una serie de datos relacionados con el sobrepeso y la obesidad de los niños y niñas: índice de masa corporal (IMC), circunferencia de la cintura, grosor de los pliegues cutáneos y niveles de grasa corporal. También se realizaron análisis de sangre y de orina, tanto de los niños y las niñas, como de sus madres durante el embarazo.
Los datos pertenecen a más de 1 300 niños y niñas de 6 a 11 años de seis países europeos: España, Francia, Grecia, Lituania, Noruega y Reino Unido.
Además, se estimaron un total de 77 exposiciones durante el embarazo y 96 exposiciones infantiles, incluyendo contaminantes del aire, las características del entorno construido, el acceso a espacios verdes, el tabaquismo y contaminantes químicos (contaminantes orgánicos persistentes, metales, ftalatos, fenoles y pesticidas).
Los resultados, con datos anteriores a las medidas tomadas para frenar la pandemia, muestran similitudes con las cifras mundiales: una prevalencia de sobrepeso y obesidad general del 29 %, con unos porcentajes más altos en las cohortes de España (43 %) y Grecia (37 %).
Las conclusiones mostraron que la exposición al tabaco, al humo materno durante el embarazo y al pasivo durante la infancia, a la contaminación atmosférica (partículas PM2.5 y PM10, y dióxido de nitrógeno, NO2, tanto en el interior de las viviendas como en el exterior) y las características del entorno construido se asociaban con un índice de masa corporal mayor en la infancia. El estudio no halló que las diferencias en el nivel socioeconómico influyeran en las cifras.
Obesidad y ciudades poco caminables
Las asociaciones con contaminantes químicos fueron menos consistentes, con la exposición a algunos químicos (metales pesados, cobre y cesio) que se vincularon a un IMC más alto, y otros contaminantes orgánicos persistentes como PCB y pesticidas DDE que se relacionaron con un IMC más bajo.
“Esto puede explicarse por el hecho que los químicos se analizaron al mismo tiempo que se midió la obesidad en los niños y niñas, y su estado puede haber influido en los niveles sanguíneos de dichos químicos. Es necesario un seguimiento longitudinal de la cohorte para establecer mejor esta relación”, argumenta Vrijheid.
“Los niños y niñas que vivían en áreas densamente pobladas y que iban a escuelas en zonas que contaban con pocos servicios e instalaciones tenían más riesgo de sufrir obesidad”, explica Leda Chatzi, última autora e investigadora de la Universidad del Sur de California.
Esta relación entre obesidad y características del entorno “van en la línea de estudios anteriores y podría ser explicada por las pocas oportunidades que tienen los más pequeños de caminar y hacer actividad física en el exterior”, añade.
“Estos resultados fortalecen la evidencia existente y muestran que la modificación de las exposiciones ambientales a principios de la vida puede limitar el riesgo de obesidad y sus complicaciones asociadas”, destaca Martine Vrijheid. “Esto tiene importantes implicaciones para la salud pública, ya que ayuda a identificar las exposiciones relacionadas con esta enfermedad para su prevención e intervención temprana”, concluye.
Este estudio ha recibido apoyo económico del Séptimo Programa Marco de la Comunidad Europea (7PM/2007-2013) con el acuerdo de subvención nº 308333, el proyecto HELIX, y del National Institute of Environmental Health Sciences (NIEHS) de los Estados Unidos, R21ES029681.