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Los suicidios han aumentado en España un 11,3 %, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, correspondientes a 2012, encontrándose entre las tres principales causas de muerte entre los 15 y los 44 años de edad. La tasa de personas que acaban con su vida de forma voluntaria ha aumentado desde la crisis financiera de 2008 y en España los casi diez suicidios diarios en 2012 suponen la cifra más alta desde 2005, según revela ¨Eurostat¨.
Son datos que ponen de relieve en ¨Nature¨ André Aleman, catedrático de Neuropsiquiatría Cognitiva en la Universidad de Groningen (Holanda), y Damiaan Denys, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Ámsterdam (Holanda), quienes lamentan que, sin embargo, «la psiquiatría ha descuidado este asunto durante mucho tiempo». El suicidio y los pensamientos suicidas no aparecían en la cuarta edición del DSM salvo como síntomas del trastorno límite de la personalidad y los trastornos del humor. El DSM-5 no codifica el comportamiento suicida, el supuesto más prominente atendido en urgencias, exponen ambos autores.
Otro indicio en esta dirección, según los especialistas, es que, durante los últimos cinco años, en las dos principales revistas de la especialidad (¨American Journal of Psychiatry¨ y ¨JAMA Psychiatry¨), por cada estudio sobre el suicidio se han publicado seis sobre esquizofrenia, cuya incidencia es una cuarta parte de aquel y no abordan los mecanismos subyacentes.
Cuatro pasos
Los autores proponen, pues, «una hoja de ruta para el estudio sistemático del comportamiento suicida, independiente de cualquier trastorno asociado». Con este fin, son necesarios cuatro pasos. El primero, «definir el suicidio como un trastorno autónomo. El tratamiento de las enfermedades habitualmente asociadas al suicidio, como la depresión, es incapaz de prevenir el comportamiento suicida en la mayoría de las personas. La psiquiatría debería definirlo adecuadamente e incorporarlo a los sistemas de clasificación, desarrollando escalas para predecir y evaluar y examinando las opciones de tratamiento. Este le daría visibilidad como enfermedad mental».
El siguiente paso sería comprender los mecanismos, que pueden incluir aspectos psicológicos y neurobiológicos. Ansiedad, pobre control de los impulsos y agresividad creciente son otros factores asociados, a los que hay que añadir que las personas con comportamiento suicida tienden a suprimir emociones y encontrar dificultades para identificar sus sentimientos. La neuroimagen se ha mostrado ya como una herramienta útil en este campo.
Aleman y Denys proponen, asimismo, que las agencias públicas de investigación dediquen más fondos a este asunto, empezando por el Programa Marco de la Unión Europea de Investigación e Innovación Horizonte 2020. Y, por último, promover la prevención, con inversiones oficiales análogas a las que se dedican a la reducción de los accidentes mortales de tráfico. Solo en 2008-2009 el Reino Unido dedicó 19 millones de libras a campañas de concienciación sobre seguridad en la carretera, una cifra que contrasta con el millón y medio de libras dedicados, en tres años, a estudios del suicidio. Los accidentes de tráfico se han reducido mientras que los suicidios han aumentado.
junio 4/2014 (Diario Médico)