Un estudio australiano revela que una de cada tres mujeres sufre depresión postcoital. Haber padecido algún tipo de abuso o bien ciertas características psicológicas personales pueden desencadenar la melancolía en la cama.

La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Pues un estado de disforia postcoital.
No lo contempló Rubén Darío en su poesía, pero sí lo han hecho investigadores del Instituto de Tecnología de Queensland, en Asutralia, que han descubierto que una de cada tres mujeres sufre este estado de melancolía justo después de una relación sexual. Porque, aunque en circunstancias normales “el después” es un momento de bienestar y de relajación psicológica y física, hay para quienes es de todo menos placentero.

Según explica el autor principal del estudio, Robert Schweitzer, “en el trabajo examinamos a 222 mujeres de entre 17 y 61 años, que habían sufrido disforia postcoital (PCD) en algún momento de su vida o bien este fenómeno se había repetido durante al menos cuatro semanas.

Así, comprobamos que el primer caso representaba un 32,9%, mientras que el segundo lo había experimentado el 10% de las féminas analizadas”. Según se desprende del trabajo, los sentimientos descritos son ganas de llorar, ansiedad, irritabilidad y agitación. “Una de las participantes describía cómo se iba al baño después del coito con su pareja y se quedaba llorando”, añade el investigador australiano.

Las conclusiones sugieren que este fenómeno puede ser más frecuente de lo que parece. Entre las causas que barajaron los científicos para llegar a la raíz del trastorno se encuentra haber padecido agresiones sexuales en algún momento de sus vidas (lo que provoca sentimientos de culpa y vergüenza, y también características psicológicas personales de las mujeres.

Esos argumentos dejarían tranquilas (por el momento) a las parejas, pues, al parecer, los gestos torcidos no serían consecuencia de malas maniobras o poca destreza en la cama. Sin embargo, la sexóloga y terapeuta de pareja Ana Mercedes Rodríguez matiza que “hay mujeres que no llegan al orgasmo placentero 100% y se quedan con un “regustillo” amargo. Muchas veces es debido a que no han sentido esa unión con la pareja. Pueden quedar insatisfechas desde el punto de vista psicológico, por no sentirse atendidas como esperaban. Otras, porque no alcanzan el ansiado orgasmo simultáneo”.

La otra variable es “que se excitan, pero sencillamente no llegan al clímax, y aunque la sensación sea agradable, se quedan con ganas de completarlos”.
Unos factores que no han tenido en cuenta los australiano. Schweitzer explica que “no asociamos esta sensación con la ausencia de amor hacia mi pareja o de mi pareja hacia mí, porque no creo que tenga relación con este fenómeno”.

Otra de las hipótesis que tienen en mente está orientada a “una posible predisposición biológica como fuente importante en la comprensión del trastorno”. De ahí que el científico y su equipo planteen próximos estudios. “Quiero ver cómo las mujeres ven su “sentido de mí” para ver si conduce al trastorno”.
junio 7/2011 (Diario Salud)

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