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El Hospital Posadas de Argentina no tiene pacientes internados en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) desde hace más tres semanas, pero su jefa, Constanza Arias, no se relaja: «Siempre está el fantasma de otra ola», dice.
El 22 de septiembre se dio de alta al último paciente con COVID y «fue una alegría inmensa. Pero estamos con temor siempre», dice esta médica que recuerda muy vívidamente las mañanas en las que recibía a cinco o seis pacientes críticos, con el personal aún sin vacunar, pero igualmente entregado a los enfermos.
Argentina, con 45 millones de habitantes, registra más de 5,2 millones de casos de COVID-19 y supera las 115 500 muertes desde marzo de 2020.
Pero las autoridades sanitarias anotan que la curva de infecciones cae sostenidamente desde hace 20 semanas, junto con la cantidad de internados en terapia intensiva y de fallecidos por la enfermedad.
De un pico de 7 839 enfermos en terapia intensiva en mayo se pasó a 920 en la actualidad, según el ministerio de Salud.
«Hemos vuelto un poco a la dinámica de la terapia intensiva habitual, la de antes de la pandemia», comenta Arias, aún impactada por lo que fue «la afluencia de muchos pacientes críticos al mismo tiempo».
Alberto Maceira, médico intensivista, asumió como director del Hospital Posadas, el más importante del país, en enero de 2020, tan solo dos meses antes del inicio de la pandemia que marcó su gestión.
«Cada compañero fallecido generaba un dolor muy grande. La pasamos mal todos. Creo que lo peor que nos puede pasar es que un compañero se enferme y muera. A muchos nos va a costar sacárnoslo de la cabeza», dice.
El año pasado, más de la mitad del personal del hospital se enfermó de COVID-19 y muchos fallecieron, según Maceira.
Sin embargo, con una vacunación que empezó en enero y que actualmente alcanza con el esquema completo a más de 53 % de la población, este 2021 no hubo ningún contagio en ese centro de salud.
«Ojalá que éste sea el final, o que la enfermedad quede como endémica o esporádica. Pero que no vuelva a haber 40 000 casos por día», pide Arias.
Diego Rivero (52) estuvo internado durante once días de abril con oxígeno y corticoides. Sus hijas de 16 y 20 años también enfermaron de coronavirus y quedaron aisladas solas en su casa. Pocos días antes había muerto su madre, de 93 años, que vivía con él.
«Lo duro era saber que mis hijas tenían COVID y no poder hacer nada por ellas», evoca. Entonces, desde su cama de hospital, les comunicó los bienes que les dejaría. «Yo me quedé muy tranquilo, porque sentía que estaba haciendo lo correcto, pero a ellas les cayó como una bomba, lo tomaron como una despedida».
Ya vacunado, este emprendedor sin embargo se muestra escéptico de que el peligro haya pasado.
«Tengo la idea de que esta fue una. Estoy convencido de que va a haber un COVID-23, un COVID-25. Esta posibilidad de contagio masivo de enfermedades más o menos letales para mí no se terminó. Creo que estamos al final de ésta, pero la próxima está acá, a la vuelta de la esquina», afirma.
octubre 15/2021 (AFP) – Tomado de la Selección Temática sobre Medicina de Prensa Latina. Copyright 2019. Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.