sep
8
Ningún objeto simboliza mejor la pandemia que la mascarilla, que podría volverse parte de nuestro atuendo diario en los próximos años. Sin embargo, también incita rechazo. Científicos sociales proponen indagar en las causas y cambiar el discurso: no solo presentarla como herramienta de control de infecciones, sino enfatizar valores como la solidaridad y el cuidado del grupo.
Hace nueve mil años, en lo que hoy es Israel, agricultores ya usaban máscaras esculpidas de piedra con grandes agujeros para los ojos. Los arqueólogos que las encontraron en cuevas cerca del Mar Muerto, plantean que pueden haber sido usadas durante ceremonias y rituales de la era Neolítica para representar antepasados y así no olvidarlos.
Como estas piezas, el registro histórico muestra que las máscaras han estado presentes en la mayoría de las sociedades humanas, ya sea para ocultar total o parcialmente el rostro o para llamar la atención sobre él.
Se trata de objetos con una multiplicidad de usos y significados. Cubrirse la cara se ha asociado con asumir una identidad diferente El llanero solitario, Batman, el Zorro, y para ceremonias y ritos. Hay máscaras profundamente políticas como la de Guy Fawkes, usada por manifestantes anticapitalistas contemporáneos y el colectivo hacker Anonymous. Desde finales de la Edad Media, máscaras mortuorias preservaron los rostros de reyes y conquistadores, compositores, poetas y figuras como Isaac Newton.
En 2020, ningún objeto simboliza mejor la pandemia que la mascarilla. En ausencia de un medicamento o vacuna, funciona como barrera ante el avance de la enfermedad para salvar a otros o para protegerse a uno mismo.
Sin embargo, desde antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia el 11 marzo de este año, este accesorio se ha instalado en el epicentro de una guerra política y cultural. Se ha convertido en un tema polarizador: incita protestas y desafíos a las autoridades públicas que recuerdan a movimientos reaccionarios del pasado.
En Occidente, estos objetos se han convertido en un tema polarizador: incitan protestas y desafíos a las autoridades que recuerdan a movimientos reaccionarios del pasado
El discurso médico no basta para comprender por qué algunas personas las rechazan. Se requiere, más bien, tanto una perspectiva histórica como sociológica. La médica Helene-Mari van der Westhuizen sugiere, por ejemplo, tener en cuenta la variedad de sus significados en diferentes entornos para fomentar su adopción.
“Necesitamos cambiar la conversación”, dice a SINC esta investigadora sudafricana de la Universidad de Oxford, especialista en tuberculosis. “Pasar de hablar de las mascarillas como herramientas médicas de control de infecciones a enfatizar los valores subyacentes como la solidaridad y la seguridad comunitaria. Es probable que estas medidas mejoren la aceptación de las mascarillas y ayuden a frenar el impacto devastador de la pandemia”.
El sociólogo Peter Baehr habla de la predominancia de “la cultura de la máscara” en Oriente. Las coberturas faciales, según este investigador, crean una sensación de confianza colectiva ante el peligro, una idea de deber cívico.
“Al cubrir el rostro de un individuo, le dio mayor prominencia a la identidad colectiva”, indica este profesor de la Universidad Lingnan en Hong Kong. “Al difuminar las distinciones sociales, produjo semejanza social. El uso de mascarillas activó y reactivó el sentido de un destino común. La máscara era mucho más que un profiláctico contra la enfermedad. Mostró deferencia a las emociones públicas y la decisión de respetarlas”.
De ahí que cuando el Gobierno chino promulgó una política obligatoria de uso de mascarillas a finales de enero, la medida no encontró resistencias. No ocurrió lo mismo en culturas occidentales, países sin tradición de este tipo de intervenciones de salud pública. Al anunciarse la aplicación de la obligación de máscaras faciales en Austria, el canciller Sebastian Kurz afirmó: “Soy consciente de que las máscaras son ajenas a nuestra cultura”.
En Estados Unidos, llevar una máscara se tomó como un signo de los demócratas y, por lo tanto, anti-Trump, así como rasgo de debilidad
En Estados Unidos, la obligación de cubrirse el rostro se interpretó como un atropello a las libertades civiles. En audiencias en el estado de Florida los críticos se refirieron a ellas como “bozales” para describir la deshumanización del individuo por parte del estado. Otros objetores afirmaron que usar una máscara era “lanzar el maravilloso sistema respiratorio de Dios por la puerta”.
Llevar una máscara se tomó en aquel país como un signo de demócrata y, por lo tanto, anti-Trump, así como rasgo de debilidad. “Las personas se rebelan naturalmente cuando se les dice qué hacer, incluso si las medidas pudieran protegerlas”, dice el psicólogo Steven Taylor, autor de The Psychology of Pandemics.
El mensaje confuso dado por la OMS no ayudó. Al principio sostuvo que las personas sanas no necesitaban mascarillas. Luego en abril revocó su consejo.
Hacia un nuevo simbolismo
Las mascarillas se han vuelto el emblema de la crisis sanitaria actual como lo fue a mediados el condón para la pandemia de VIH/sida. Se las ha comparado con los cinturones de seguridad de los automóviles.
“En España, el problema no es tanto convencer del uso de la mascarilla como de informar acerca de su uso correcto. Hay que evitar la sensación de que solo por llevarla ya se está contribuyendo a evitar contagios”, advierte el sociólogo Luis Miller, del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC.
“La presión de grupo, respaldada por leyes y sanciones, ha servido mucho durante esta pandemia. Se ha mostrado que algunos comportamientos que comienzan siendo fruto del miedo a las multas acaban generando hábito y manteniéndose mucho más allá”, continúa este experto en investigación conductual sobre cooperación social.
Pero este proceso es lento porque se produce de forma secuencial o en cascada, explica Miller: “Algunas personas adoptan el comportamiento muy pronto, pero otras necesitan ver que la mayoría de personas a su alrededor lo han adoptado para hacerlo ellas”.
En un artículo publicado en el British Medical Journal, un equipo dirigido por Helene-Mari van der Westhuizen sugiere que para que una política de enmascaramiento público tenga éxito se debe instalar un nuevo simbolismo en torno al uso. Por ejemplo, describir a los usuarios de mascarillas como altruistas o como protectores.
Esto ha sido efectivo en lugares como la República Checa, que el 18 de marzo de 2020 se convirtió en el primer país de Europa en legislar la cobertura obligatoria de la boca y la nariz en todas las áreas públicas.
A través de una campaña de promoción, las mascarillas fueron una parte fundamental de la estrategia de contención del gobierno a través de eslóganes como “guarda tus gotas para ti” y “mi máscara te protege, tu máscara me protege” que apelaban a un conjunto compartido de valores sociales.
Para que una política de enmascaramiento público tenga éxito se debe instalar un nuevo simbolismo en torno al uso. Por ejemplo, describir a los usuarios de mascarillas como altruistas o como protectores
Las máscaras faciales se transformaron en un indicador de cuidado colectivo. Ahora queda por ver si esta práctica social se mantendrá más allá de la pandemia. En un escenario de enfermedades infecciosas emergentes y contaminación del aire, podrían volverse parte de nuestro atuendo diario, en un medio más de expresión individual y personalizado como sombreros, chaquetas, bufandas o ponchos.
“Creo que esto dependerá en gran medida de cómo y durante cuánto tiempo la pandemia siga desarrollándose, mutando e influyendo en la vida cotidiana”, afirma Almila. “Los nuevos hábitos necesitan tiempo. Lo que sí creo que podría suceder es una mayor facilidad de enmascaramiento ocasionalmente, en especial en las grandes ciudades. La máscara puede parecer una alternativa atractiva para las personas preocupadas por la vigilancia si llega a definirse como socialmente aceptable o al menos justificable”.