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Un reloj central ubicado en el hipotálamo, en la parte interna del cerebro, se encarga de sincronizar todos nuestros tejidos para que puedan coordinar sus funciones y estén a la misma hora. Un nuevo estudio ha revelado que si bien cada tejido recibe información desde el reloj central para coordinar sus funciones, cada uno de ellos tiene también la capacidad de responder a la luz de forma autónoma y detectar los cambios entre el día y la noche.
La investigación ha sido posible gracias a un nuevo modelo experimental de ratón que ha permitido aislar la comunicación de cada tejido con el resto. Los científicos compararon los ritmos circadianos en la epidermis o el hígado de este modelo de ratón en el que no hay comunicación entre los diferentes tejidos, con los de ratones sanos y otros ratones en los que no funcionaba el reloj central. Así confirmaron la autonomía de ambos tejidos para responder a los cambios de luz que se producen a lo largo del día.
Sin embargo, aunque cada tejido tenga autonomía, ello no significa que no exista comunicación con el resto del cuerpo: el reloj central se comunica desde el cerebro con el resto del cuerpo, proporcionando información útil para su correcto funcionamiento, permitiendo por ejemplo que el tracto gastrointestinal, el hígado y el páncreas sepan cuándo es la hora de comer y se preparen a la vez para la digestión. Pero cuando esta comunicación falla, cada órgano es capaz de saber qué hora es para llevar a cabo las funciones adecuadas
Según los autores, el estilo de vida actual nos expone a luz en momentos en los que deberíamos estar a oscuras. Dado que cada órgano es capaz de responder de forma autónoma a la presencia de luz, esto llevaría a la realización de funciones propias del día durante la noche. Este pequeño desfase diario o jet-lag social puede ser responsable de un envejecimiento prematuro.