Gran parte de la psicología social se basa en la influencia, a veces inconsciente, sobre el cerebro y el comportamiento de señales o estímulos sutiles.
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Este subgénero de investigación ha producido una serie de hallazgos interesantes, pero por desgracia un número creciente de ellos no se han podido replicar, como la idea de que la exposición a palabras relacionadas con el envejecimiento frena la velocidad al caminar o que pensar en el dinero aumenta el egoísmo.
El llamado efecto Macbeth es un ejemplo clásico que ganó amplio reconocimiento y aceptación. El término fue introducido por los psicólogos Chen-Bo Zhong y Katie Liljenquist, quienes informaron el año 2006 en Science de que “una amenaza a la pureza moral o a la ética de alguien induce la necesidad de limpiarse”: es decir, Lady Macbeth se siente culpable por su responsabilidad en el asesinato de su esposo.
Un metanálisis de Jedediah Siev, Shelby Zuckerman y Joseph Siev aparecido en septiembre pasado en Social Psychology y centrado, tras la criba pertinente, en 15 estudios y 1746 participantes, indica que, si bien el efecto encontrado en los tres estudios originales fue de moderado a significativo, en los once intentos de replicación independientes “no hubo ningún efecto”.
El efecto Macbeth se habría exagerado, al igual que otros como el de la pose de poder, el experimento de Milgram o el de la prisión de Stanford. Más universal es la culpabilidad que se siente ante un acto perverso o criminal: se pueden lavar las manos de sangre, pero no la conciencia.
diciembre 5/2018 (diariomedico.com)