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Hay que confiar en que el titular de este editorial pierda el prefijo de imposibilidad dentro de unos cuantos años, pero por ahora es así de desolador: una neurodegeneración sin ninguna medida terapéutica que frene su avance destructivo.
Desde hace varias décadas todos los fármacos que se han ido desarrollando para paliar los estragos cerebrales del alzhéimer han terminado por tirar la toalla en alguna de las fases de ensayo. Los últimos, como se informa en este número de DM, han sido idalopirdina, de Lundbeck, e intepirdina, de Axovant. Y el reciente anuncio de Pfizer de suprimir su división neurocientífica, tras sus millonarios intentos fallidos en alzhéimer y párkinson, ha hecho temblar la frágil estructura de este ámbito investigador.
Frente al abigarrado panorama que presenta por ejemplo el cáncer, para el alzhéimer solo hay 27 fármacos en ensayos clínicos en fase III y ocho en fase II, la mayoría dirigidos contra la proteína amiloide, según se informó en julio pasado en Londres en la conferencia internacional Researchers Against Alzheimer.
Una razón de esa parquedad investigadora es lo poco que aún se sabe del cerebro y sus engranajes. Las proteínas amiloide y tau parecen ser las grandes culpables, pero la semana pasada un equipo franco-canadiense informaba en Scientific Reports que, al estudiar ocho marcadores neuronales y sinápticos en la corteza prefrontal de 170 enfermos de alzhéimer, observaron pérdidas neuronales muy pequeñas, al contrario de lo que se pensaba hasta ahora. No habría por tanto destrucción sináptica -teoría que sustentaba la investigación farmacológica- sino disfunción sináptica. Puede de todos modos que mañana mismo surja otra hipótesis diferente.
No contento además con descerebrar a sus víctimas, el alzhéimer, insidioso y progresivo, acaba agotando, más que ninguna otra enfermedad, a los cuidadores, mujeres en su mayoría. Es un desgaste silencioso y sacrificado frente al cual las autoridades sanitarias se muestran bastante insensibles, por impotencia y falta de recursos. Y las previsiones futuras de multiplicación de casos tampoco parecen afectarles demasiado. La detección precoz y algunas medidas de prevención de dudosa eficacia son hoy por hoy las endebles armas contra el alzhéimer, aunque ese diagnóstico temprano sin remedios a la vista puede ser fuente de terribles angustias. Solo queda seguir confiando en que aparezca algún David con una honda certera que elimine el maldito prefijo.
febrero 5/2018 (diariomedico.com)