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La amígdala cerebral, situada en las profundidades de los lóbulos temporales, ha estado siempre asociada a emociones básicas negativas, especialmente al miedo, pero también podría estar relacionada con comportamientos positivos como la bondad o la generosidad.
Esta es la principal conclusión de una investigación liderada por el profesor de neurociencia de la Universidad Pensilvania Michael Platt, junto a Steve Chang (Universidad de Yale) e investigadores de la Universidad de Duke, que publica la «PNAS«.
Según este estudio, los núcleos neuronales que forman las amígdalas también pueden influir en sentimientos positivos como las donaciones o la generosidad, un hallazgo que podría «tener implicaciones para las personas con autismo, esquizofrenia o trastornos relacionados con la ansiedad», sostuvo Platt.
«Estamos intentando identificar y comprender el mecanismo cerebral básico que nos permite ser amables con los demás y responder a las experiencias de otras personas», explicó.
«También estamos tratando de utilizar ese conocimiento para evaluar posibles terapias que podrían mejorar la función de estos circuitos neuronales, especialmente para aquellos que tienen dificultades para conectar con los demás», puntualizó el científico.
Para este estudio, Platt y su equipo analizaron el comportamiento social de un grupo de macacos «Rhesus», una especie de primates que llevan estudiando 22 años en laboratorio y en libertad (en la isla de Cayo Santiago, Puerto Rico).
Por sus comportamientos parecidos al de los humanos y porque viven en grandes grupos con vínculos sociales, estos macacos son un buen modelo para estudiar las habilidades sociales.
Los investigadores incorporaron a su trabajo una tarea y nueva manera de observar cómo estos animales tomaban decisiones beneficiosas, algo que Platt describe como «recompensa-donación».
«Tenemos un mono actor y un mono receptor. El mono actor aprende que las formas de diferentes colores en la pantalla se asocian con una recompensa que puede ser para sí mismo, para el otro mono, para compartir entre ambos o para ninguno de los dos. Los monos entrenan esta situación un par de semanas.»
Una vez que los macacos entendieron el juego, los investigadores presentaron al mono actor varias alternativas con sus correspondientes recompensas potenciales; los primates podían quedarse el premio (en este caso un vaso de zumo), compartirlo, regalarlo o desperdiciarlo.
«Por lo general, nuestro mono actor prefiere premiar a otro mono antes que no dar uso a la recompensa»; además, la relación social entre ello también cuenta: «son más proclives a dar a sus conocidos y subordinados», apuntó Platt.
Al mismo tiempo que observaban el comportamiento de los macacos, Platt y sus colegas registraron la actividad neuronal de la amígdala de cada animal y vieron que el valor de la recompensa quedaba reflejada en esta región de la misma manera en el mono que premia y el premiado.
En función de estas respuestas neuronales, los científicos fueron capaces de predecir cuándo los actores iban a dar recompensas a sus semejantes.
El siguiente paso de la investigación fue fijarse en cómo variaban estos comportamientos con la introducción de la hormona de la oxitocina, implicada en los lazos sociales entre individuos.
En los animales se ha demostrado que crea fuertes lazos entre la madre y sus crías, mientras que entre los humanos el papel de esta hormona aún no está completamente definido, si bien se sabe que en algunos casos podría ayudar a personas con autismo a entender mejor los códigos sociales.
En el experimento vieron que los monos que tomaron oxitocina se volvieron más dispuestos a dar recompensas a los otros monos y a prestarles más atención.
diciembre 17/2015 (Notimex)