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Se dice que camino a la guillotina, en 1794, Antoine Laurent Lavoisier, uno de los padres de la química moderna, pidió como última voluntad la posibilidad de hacer un experimento final: comprobar si una cabeza cercenada seguía teniendo conciencia.
Con ese propósito pestañearía sin descanso desde antes de que cayera la hoja y trataría de seguir haciéndolo después de que esta lo decapitara. Los observadores de la época dicen que la cabeza de Lavoisier abrió y cerró los ojos sin detenerse después de desprenderse del cuerpo, durante 15 segundos.
Por más de 300 años esta historia ha sido tomada como mito, sobre la base de que al cortar la cabeza se suspende de inmediato la suplencia de sangre, y con ella el oxígeno, que es el soporte indispensable de la vida.
De este modo se ha afianzado el concepto de que la muerte es un proceso en el que la respiración, el corazón y el cerebro cesan su actividad; sin embargo, muchas teorías modernas han demostrado que estos tres acontecimientos no son simultáneos, sino que ocurren a través de un proceso en el que no todas las células del cuerpo mueren de inmediato.
Ha sido difícil probar esta teoría en humanos. Los primeros que intentaron hacerlo fueron los científicos de la Universidad de Raboud (Holanda), que mediante un modelo informático y químico concluyeron que la decapitación no era el acto final para el cerebro, al punto que sugieren que las neuronas pueden ser revividas si se les suministra oxígeno y glucosa antes de diez minutos.
La vida de las neuronas, después de que todo signo de vida corporal ha desaparecido, ha inquietado a investigadores de todo el mundo, al punto que las experiencias de personas que recobran la conciencia después de haber sido declaradas muertas, tienden a ser minuciosamente analizadas.
El túnel con una luz brillante al fondo que llama a la persona en medio de una sensación de paz y tranquilidad, mientras la historia de su vida pasa veloz ante sus ojos son visiones típicas de experiencias cercanas a la muerte, que hasta hoy están más próximas a lo místico que a lo científico.
No obstante, estudios recientes sugieren que en ellas no hay, en realidad, nada paranormal. De hecho, las definen como la manifestación de un cerebro aún vivo ante un inminente evento traumático y desastroso, casi siempre indoloro, como la falta de oxígeno y glucosa en las neuronas.
En el artículo Peace of mind: near-death experiencies now found to have scientific explanations , publicado en septiembre del 2011 en Scientific American, investigadores ingleses intenta darles explicación a algunos de los relatos más comunes. Por ejemplo, sus autores señalan que la sensación de abandonar el cuerpo y ser testigo de la propia muerte, es similar a la descrita en el síndrome de Cotard, un desorden psiquiátrico según el cual los afectados, cuyo cerebro tiene déficits de algunos neurotransmisores (sustancias que dinamizan la función cerebral), creen estar muertos.
Cuando una neurona está expuesta a la muerte, deja de recibir todo, incluyendo neurotransmisores, lo que facilita que se perciba una sensación similar a la que produce este síndrome.
En el mismo estudio, los investigadores sostienen que el túnel puede ser explicado por el proceso que deja sin oxígeno a las células de la retina, que son neuronas. En últimas, esta isquemia las activa tanto que transmiten a la corteza cerebral un destello; cuando las personas recuperan la conciencia, tienden a describirlo como una luz brillante.
Este fenómeno ha sido experimentado por algunos pilotos de aviones que al ser sometidos a elevadas fuerzas de gravedad, manifiestan una visión de túnel luminoso, de duración variable (de 8 a 10 segundos), explicada por la misma causa, y que es similar a la que viven aquellas personas que han estado a punto de morir.
En el 2012 científicos de la Universidad de Cambridge, encabezados por Caroline Watt, trataron de explicar los encuentros con familiares muertos o ángeles a partir de las alucinaciones que experimentan pacientes de alzhéimer o párkinson. En este caso sugirieron que podrían deberse a un funcionamiento anormal de la dopamina, que se altera en situaciones de máximo estrés.
También lanzaron la hipótesis de que al destruirse de manera aguda la mácula -que es una zona de la retina-, esta engaña al cerebro enviándole mensajes que la corteza aún viva interpreta como fantasmas.
Las explicaciones no se quedan ahí. Los investigadores responsabilizan del rápido paso de la vida ante los ojos de un moribundo al locus coeruleus, una zona en la mitad del cerebro que libera grandes cantidades de noradrenalida, que es la hormona típica del estrés.
En cuanto a la tranquilidad que la mayoría de las personas que estuvieron cerca de la muerte dicen haber sentido, para el neurocientífico Olaf Blanke, del Instituto Federal Suizo de Tecnología, en Lausana, puede ser consecuencia de una liberación excesiva de opioides dentro del cerebro (familiares de la morfina); se ha demostrado, en animales, que esto ocurre, de manera natural, para protegerlos de un traumatismo inminente.
Lo anterior, valga aclararlo, es de corte teórico. Sin embargo, hace unas semanas neurocientíficos de la Universidad de Michigan demostraron en ratas de laboratorio que las oscilaciones gamma del cerebro aumentan de manera considerable después de un paro cardiaco, lo que indica una gran actividad neurológica durante la agonía. Se trataría de la primera evidencia experimental de que el estado de conciencia puede verse afectado por la actividad cerebral turbulenta en ese momento, lo que explica todo lo que las personas refieren.
En resumen, sostiene Jimo Borjigin, neuróloga y profesora de la Universidad de Michigan, esta frenética actividad en el último instante de la vida, sería semejante a un estallido de impulsos neuroquímicos en el cerebro, que se reproducen en visiones, proyecciones, voces y otros detalles que relatan los pacientes que han regresado de la muerte.
Si bien se trata de explicaciones científicas, las personas prefieren relacionarlas con elementos místicos, porque se sienten mejor con la idea de que se puede sobrevivir a la muerte del cuerpo.
Todo se dispara en la agonía
Hace unas semanas, neurocientíficos de la Universidad de Michigan demostraron en ratas que las oscilaciones gamma del cerebro se elevan, de manera considerable, tras un infarto, lo cual indica una gran actividad neurológica durante la agonía. Se trataría de la primera evidencia experimental de que el estado de conciencia puede verse afectado por la actividad cerebral turbulenta en ese momento, lo que explicaría los fenómenos que refieren las personas. Jimo Borjigin, profesora de la Universidad de Michigan, afirma que esta actividad frenética que se presenta al borde de la muerte sería semejante a un estallido de impulsos neuroquímicos en el cerebro, que se reproducen en voces, visiones, proyecciones y otros detalles que relatan quienes han estado cerca de morir.
septiembre 6/2013 (Diario Salud.net)