may
4
Una de las grandes dudas con esta pandemia, reflejada en multitud de estudios de seguimiento, es cuánto dura la inmunidad de los contagiados, pregunta que ahora se está trasladando a cuánto dura la inmunidad de los vacunados.
Los análisis a más largo plazo, de ocho a diez meses, están comprobando con alivio que la inmunidad pervive, a pesar de que los anticuerpos vayan menguando: se mantiene la inmunidad profunda, la de las células T de memoria.
Sin embargo, algunos nubarrones, como la amenaza de las variantes o las no muy frecuentes reinfecciones, ya están impulsando actualizaciones de las vacunas. En una encuesta a 77 epidemiólogos de 28 países miembros de la Alianza Popular de Vacunas, el 66,2 % pensaba que el mundo tiene un año o menos antes de que las variantes hagan que las vacunas actuales sean ineficaces. Dicha Alianza es una coalición de más de 50 organizaciones, entre ellas la Alianza Africana, Oxfam, Ciudadanos Públicos y ONUSida. Otros expertos, como Anthony Fauci, hablan de revacunación bienal.
Según los CDC de Estados Unidos, entre los primeros 77 millones de vacunados en ese país ha habido 5 800 infecciones, con 396 hospitalizados y 74 muertes. Algunos casos parece que se debieron a una débil respuesta inmune, sobre todo entre personas mayores, trasplantados y algunos enfermos crónicos, y otros a variantes más contagiosas.
Para entender los misteriosos engranajes de la inmunidad ante los virus, el virólogo Miguel Ángel Jiménez, del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, escribía este mes en The Conversation, que hay que tener en cuenta “dos cosas muy simples: no todos los virus evolucionan de la misma forma y el sistema inmunitario no actúa igual frente a todos los virus”.
El escenario ideal
El sarampión, por ejemplo, o su vacuna, conceden inmunidad de por vida. Como recordaba en el New York Times el epidemiólogo Marc Lipsitch, director del Centro para la Dinámica de Enfermedades Transmisibles de la Universidad de Harvard, “ese es el escenario ideal”. El médico danés Peter Panum lo descubrió cuando visitó las islas Feroe (entre Escocia e Islandia) durante un brote en 1846: los mayores de 65 años que habían sobrevivido a un brote anterior de 1781 estaban protegidos.
En función de su estructura vírica, de su capacidad mutante y de otros factores, hay virus que provocan una respuesta inmune robusta y duradera. Un estudio de 2007 publicado en el New England Journal of Medicine encontró que se tardaría más de 200 años en que desaparecieran incluso la mitad de los anticuerpos después de una infección por sarampión o paperas. Lo mismo ocurre con el virus de Epstein-Barr. Sin embargo, se necesitan unos 50 años para perder la mitad de los anticuerpos contra la varicela, y 11 años para perder la mitad de los anticuerpos contra el tétanos.
Pero al virus de la polio le cuesta mucho modificar su genoma; “por eso estamos casi a punto de erradicarlo”, comentaba en Live Science, Marc Jenkins, inmunólogo de la Universidad de Minnesota. Incluso al mortal virus del Ébola no le interesan anfitriones muertos; sería su fin. De ahí que se estime en una cuarta parte los infectados asintomáticos por este virus hemorrágico.
Los virus, mejor adaptados a los seres humanos han evolucionado para infectarnos, pero suavemente. El citomegalovirus humano es un excelente ejemplo: omnipresente, pero casi siempre asintomático, ha desarrollado un conjunto de trucos para evadir el sistema inmune que no deja de acosarle. Para cuando los humanos llegan a la vejez, hasta una cuarta parte de las células T citotóxicas se dedican a combatirlo. Los casos en que se vuelve mortal, generalmente en un paciente inmunodeprimido o anciano, se deben a que ese equilibrio se desajusta.
Mutar para sobrevivir
La flexible gripe, en cambio, necesita una vacuna anual. Mark Slifka, un inmunólogo del Centro Nacional de Investigación de Primates de Oregón, en Estados Unidos, razona que puede deberse a que ese y otros virus parecidos no suelen superar las vías respiratorias superiores, algo que al organismo no le preocupa demasiado. “Eso es lo que estamos viendo con los casos leves de la COVID-19. Al no traspasar las vías respiratorias superiores, el cuerpo no lo trata como una amenaza”; la contrapartida es que el desarrollo de anticuerpos no es tan fuerte.
Es conocido además que la fortaleza inmune decae con los años, también la proporcionada a través de las vacunas. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), de Estados Unidos, la vacuna para la gripe estacional de 2018-2019 fue efectiva en tres de cada cinco niños menores de 17 años, pero solo en uno de cada cinco adultos mayores de 50 años. Y el mayor riesgo de la gripe se da en este grupo de edad: casi tres de cada cuatro personas que murieron de gripe durante esa temporada tenían 65 años o más.
Los mayores tienen más dificultades para responder a patógenos a los que aún no han estado expuestos. Un ejemplo es la fiebre amarilla, un virus endémico del África subsahariana y América Latina. Los estudios indican que las personas mayores de otras regiones, la mayoría de las cuales nunca habían estado expuestas a ese virus, tardan más en producir anticuerpos en respuesta a la vacuna contra la fiebre amarilla, y esos anticuerpos tienden a ser menos eficaces para detener el virus.
Slifka menciona la teoría de que las bacterias y virus más simétricos, con un patrón repetitivo de proteínas en sus superficies, como el SARS-CoV-2 o la viruela, son más susceptibles a una respuesta inmune potente y duradera. Por su escasa capacidad de mutación, a pesar de las apariencias actuales, y por la experiencia con otros coronavirus, dos años de inmunidad comprobada para el SARS-1 y tres para el MERS, es posible, añade Jenkins, que el SARS-CoV-2 se pueda controlar fácilmente con las vacunas.
“No podemos descartar que surja una variante realmente preocupante, y hay que mantener la guardia alta, pero tampoco es fácil que lo haga”, coincide Miguel Ángel Jiménez. “El proceso de formación de serotipos es largo y complejo: han de acumularse muchas mutaciones en posiciones clave”. De todos modos, y a diferencia de otros virus más localizados, la amplia difusión mundial del SARS-CoV-2 en todo tipo de poblaciones y la presión a la que está siendo sometido mediante fármacos y ahora vacunas, pueden forzarle a evolucionar y mutar con más celeridad y eficacia que otros virus parecidos.
No hay que olvidar una inmunidad de rebaño -natural o artificial- que puede acabar acorralando o domesticando al SARS-CoV-2. Los cuatro coronavirus que ya circulan entre los seres humanos solo causan resfriados comunes. Con todo, luchará por seguir replicándose y adaptándose, y nuestros sistemas inmunes y nuestros cerebros investigadores seguirán aprendiendo nuevas formas de defenderse contra él.