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Pequeñas manías como obsesionarse con la limpieza de la casa o lavarse demasiado a menudo las manos, suelen aceptarse socialmente como parte de la personalidad de la persona, pero pueden ser el indicio de un trastorno obsesivo-compulsivo, capaz de dominar la vida del enfermo hasta el punto de afectar a su relación con el entorno que le rodea.
Lavarse demasiado a menudo las manos, colocar con regularidad las estanterías, obsesionarse con mantener la casa siempre limpia o conductas similares, suelen ser relativamente comunes. Este tipo de manías están socialmente acepadas, consideradas como un rasgo más de la personalidad que muchas veces puede ser molesto, pero desde luego no un problema.
Sin embargo, algunas de estas pequeñas obsesiones pueden ser el indicio de un problema mucho mayor. El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) consiste en una serie de tareas repetitivas que varían dependiendo del paciente, el cual siente una gran ansiedad que sólo se ve aplacada mediante determinadas maniobras como contar monedas, abrir y cerrar puertas u obsesionarse con la higiene. Los afectados mantienen a pesar de las compulsiones, sus capacidades intelectuales intactas, por lo que son totalmente conscientes de sus actos, lo que les lleva a una situación de incomprensión, tanto familiar como social, que en ocasiones puede derivar en depresión.
En torno a un dos por ciento de la población española padece TOC, lo que la convierte en una enfermedad prevalente. Sin embargo, muchos de los enfermos no acuden a un especialista al considerar que no existe ningún problema, que todo forma parte de su personalidad, lo que implica un aumento de la sensación de incomprensión, la cual puede afectar negativamente en el entorno familiar y laboral. \»Los enfermos de TOC pierden mucho tiempo realizando el acto compulsivo y por ello, puede considerarse como una discapacidad\», señala Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.
Según Bobes, por esta razón el diagnóstico puede llegar con un retraso de entre 8 y 10 años, lo que dificulta su tratamiento. \»Hemos mejorado los dispositivos, el problema es que el sistema social no toma este trastorno como tal\», indica. \»Lo importante es que los médicos detecten el problema a tiempo y manden al paciente al psiquiatra para que el diagnóstico sea más rápido\».
Una vez diagnosticado, la forma más común de tratar el trastorno obsesivo-compulsivo es mediante el uso de fármacos, los cuales pueden ser recetados por el propio médico de familia. Desde los años sesenta, es común el uso de antidepresivos cíclicos para combatir este tipo de trastornos, en especial la clorimipramina, aunque en los últimos años, se está generalizando el uso de otros más efectivos que afectan a la serotonina, como la fluoxetina o la paroxetina, y que han permitido una evidente reducción de las compulsiones en la mayor parte de los pacientes.
En los casos más graves, cuando otros tratamientos no han surtido efecto, también suele recurrirse a la cirugía neurológica, que consiste básicamente en quitar las conexiones cerebrales y anular los núcleos de base causantes del trastorno, de forma que el paciente pueda volver a hacer vida normal.
Para Bobes, el tratamiento psicológico también puede ayudar, especialmente a la hora de tratar la ansiedad que padece el paciente, pero sin duda, el tratamiento más efectivo en los casos de TOC es el farmacológico.
Gracias a todos estos tratamientos, actualmente es posible la cura del trastorno obsesivo-compulsivo, aunque conseguirlo supone recorrer un camino muy largo. El primer paso para ello, es detectarlo y aceptarlo como una enfermedad, acabando así con el aislamiento al que se ven sometidos los pacientes, lo que permitiría un diagnóstico más rápido y como consecuencia, un mejor tratamiento.
Agosto 5/2011 (Diario Médico)