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Los microbios proliferan en la Tierra desde hace más de 3 .500 millones de años. Cuando los observamos al microscopio vemos que no tienen núcleo, que se protegen con una pared celular altamente resistente… y que se desplazan. Viven en todos los ambientes y se adaptan a las condiciones físicas y químicas más extremas, incluso ocupan el cuerpo humano
Estos microorganismos conforman el 90% de la masa de seres vivos de la biosfera y, cómo no, también nos colonizan tanto por fuera como por dentro, especialmente en la piel, la vagina o el intestino, la parte visceral del aparato digestivo. Algunos causan pandemias o asolan los deseos más íntimos, pero la mayoría son beneficiosos para el mantenimiento y el desarrollo de la vida.
Se estima que existen más de cinco millones de trillones de microbios, aunque en la actualidad solo es posible estudiar alrededor de un 3 % de ellos (virus, bacterias, arqueas, priones, protozoos, hongos, algas, levaduras). Se sabe que por cada célula humana con ADN coexisten diez microorganismos no humanos.
Bacteria “Deinococcus radiodurans”, que resiste una radiación 1 000 veces superior al nivel letal.
Solo en la boca podemos encontrar hasta 500 especies y en un mililitro de saliva habría hasta 40 millones de bacterias. En cada centímetro cuadrado de piel residen 100 000 y expulsamos por el recto cerca de cien millones en cada deposición, cifra que aumenta cuando una persona sufre diarrea.
Para el catedrático de Microbiología, César Nombela Cano, rector de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo (UIMP) de Santander, “son esenciales para la supervivencia de las especies y por eso no podríamos vivir sin ellos. Los microbios nos habitan, pero no somos nosotros”.
Nacemos libres de microbios, o al menos esa teoría es la que está establecida en la literatura especializada; pero nada más nacer somos invadidos por vida microbiana, la mayor parte proveniente de la zona genital de la madre, cuando no hay cesárea, de su piel, del entorno hospitalario y del alimento materno.
“Especialmente importantes son los microbios intestinales, los que tenemos en nuestro aparato digestivo. El contenido microbiano de nuestro intestino está formado por una masa de seres vivos que llega a pesar cerca de dos kilogramos; se puede catalogar como otro órgano corporal con entidad propia”, indica César Nombela.
La población de microbios contiene cerca de diez billones de microorganismos, incluyendo hasta mil doscientas especies diferentes de bacterias, depositarias de alrededor de tres millones de genes, 150 veces más que el genoma humano.
La microbiota intestinal varía en número, variedad y calidad desde la infancia, y se mantiene bastante estable en la edad adulta hasta que experimenta modificaciones significativas en la vejez, años en los que va reduciendo su variabilidad o en los que aumenta o disminuye su número, siendo más sensible a los cambios que se desarrollan con el curso de la edad más avanzada.
Un tercio de estos microbios intestinales son comunes en la mayoría de la gente, mientras que otros dos tercios dependen de la fisiología de cada persona, lo que significa que la microbiota de los intestinos es análoga a un documento de identidad personal.
Los microbios cumplen múltiples funciones, desde proporcionarnos las vitaminas B o K, que ellos mismos generan, hasta ayudarnos a digerir muchos alimentos, como los polisacáridos -moléculas-, e incluso se arriesgan a degradar compuestos tóxicos defendiendo la mucosa intestinal.
La misisón primordial del tubo intestinal.es favorecer el desarrollo del sistema defensivo del cuerpo humano.
“La maduración del sistema inmunitario se consigue, en buena medida, gracias a los microbios. Por eso es importante tener una microbiota intestinal equilibrada, ya que la alteración de su composición causa diferentes patologías, como la infección por Clostridium difficile -colitis-”, señala el microbiólogo.
En un reciente estudio internacional se constata que el germen Helicobacter pylori -que causa la mayoría de úlceras al parasitar el estómago humano- provoca a su vez un incremento de la grasa corporal, algo parecido a lo que consigue el adenovirus AD-36 al suscitar una mayor división de las células adiposas, elemento constitutivo del tejido graso.
Esta “infectobesidad” define la influencia de los microorganismos en el incremento de peso y alude a la teoría de que las personas obesas tienen una flora bacteriana distinta que hace que procesen los alimentos de manera diferente, lo que determinaría, en parte, su ganancia de peso al almacenar más grasa.
La dieta, como la mediterránea, influye muchísimo en la cantidad y variedad de microbios que viven en nuestro intestino, pero también en la calidad de sus funciones protectoras.
“Comer adecuadamente es la clave para tener una microbiota adaptada a nuestras necesidades, y cuando la modificamos, bien por los alimentos inadecuados o bien por la ingesta excesiva de antibióticos, podemos reducir, sin querer, nuestra capacidad inmunológica”, apunta.
El alimento de la microbiota
Las intervenciones dietéticas con alimentos e ingredientes diseñados para modular la microbiota intestinal, como los productos probióticos y prebióticos, pueden controlar y reducir la incidencia de las enfermedades relacionadas con la dieta.
“El personal sanitario, los médicos o los farmacéuticos, nos pueden asesorar acerca de cómo mantener una microbiota adecuada en nuestro tracto intestinal y cómo corregir las alteraciones que nos perjudican la salud”, dice el investigador toledano y actual rector de la UIMP.
Durante los últimos diez años se ha conocido la vida microbiana tal y como se originó y se ha empezado a manejar para muchas cosas; además, se ha logrado conocer cómo son los patógenos de los propios microbios.
Ahora, los científicos se plantean el conocimiento del microbioma, que es el conjunto de microorganismos, muchos de ellos microbios, que viven en el interior del cuerpo humano, imprescindibles para su desarrollo.
Numerosos equipos de investigadores trabajan en la resistencia de algunas bacterias a los antibióticos en investigaciones sobre enfermedades concretas relacionadas con la microbiota intestinal.
El catedrático César Nombela, además de rector, desarrolla en el laboratorio, junto a un equipo especializado, organismos sencillos en levaduras para facilitar la creación de fármacos o de mecanismos de biotecnología.
Este artículo se ha fundamentado en el curso de la UIMP “Microbiota y enfermedades crónicas relacionadas con la nutrición” que se impartió a primeros de julio de 2015 en Santander durante la XVI Escuela de Nutrición “Francisco Grande Covián”.