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Los sujetos sometidos a tomografía computarizada (TC) tienen un riesgo de cáncer un 24 % superior, según un estudio. Los nuevos escáneres reducen las dosis por exploración sin perder calidad de diagnóstico.
Los efectos carcinogénicos de las radiaciones ionizantes usadas en el diagnóstico médico se conocen desde hace mucho tiempo y la evidencia científica no ha dejado de crecer. Sin embargo, hasta hace pocos años ni la industria tecnológica, ni los profesionales, ni los responsables sanitarios estaban suficientemente concienciados sobre este riesgo. Ahora parece que se inicia una nueva etapa en la que la protección radiológica cobra por fin el protagonismo que merece. Estas son las claves del cambio que se avecina.
Legislación
La directiva 2013/59/Euratom de 5 de diciembre de 2013 establece las normas básicas de protección radiológica que los estados de la Unión Europea deben cumplir en 2018. Marina de la Fuente, jefa de Radiología de la Clínica Ruber, de Madrid, señala que uno de los aspectos más importantes es «la obligación de registrar la dosis que recibe cada paciente en las exploraciones que utilizan radiaciones ionizantes, en especial las que se realizan con TC, radiología intervencionista y exploraciones cardiacas, que son las tres técnicas que más radiación utilizan en sus estudios».
La información del paciente se consignará en una tarjeta o cartilla radiológica a la que se pueda acceder desde cualquier lugar.
En opinión de Ángel Morales, responsable estratégico de la Sociedad Española de Radiología Médica (Seram) y experto en seguridad asistencial, «esta directiva da un giro copernicano. Todos los servicios estaremos obligados a tener niveles de referencia y a medir».
Estudios médicos
Existe consenso sobre la necesidad de tener presente el principio de precaución y la noción de que no hay un umbral de seguridad. A partir de ahí, el debate sobre los límites de radiación ionizante a los que puede exponerse una persona ha sido intenso. «Es un tema no demasiado pacífico», reconoce Morales, quien apunta que está claro que «la radiación tiene efectos determinísticos ligados a la dosis». Sin embargo, en radiodiagnóstico lo que se aprecia son «efectos probabilísticos, fundamentalmente cáncer».
El seguimiento a largo plazo de los supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki ha sido la referencia para la investigación de los efectos de las pruebas de radiodiagnóstico. Entre los últimos estudios realizados destaca el dirigido por Mark Pearce, de la Universidad de Newcastle, en Reino Unido, y publicado en 2012 en The Lancet, que valoró los historiales de 180 000 jóvenes de más de un centenar de hospitales que se habían sometido a TC entre 1985 y 2002, y a los que se efectuó un seguimiento de diez años. Los investigadores llegaron a la conclusión de que al menos 74 casos de leucemia y 135 tumores cerebrales se debieron a esa radiación.
Otro estudio reciente muy citado es el llevado a cabo por investigadores australianos, con John Mathews -de la Universidad de Melbourne- a la cabeza, que se publicó en 2013 en British Medical Journal. En él se comparó la incidencia de cáncer en más de 680 000 individuos de entre 0 y 19 años explorados con TC con la de 10 millones de personas de las mismas edades que no se expusieron a esa radiación. Se constató que entre quienes se sometieron a TC el riesgo de cáncer aumentó un 24 por ciento.
Tecnología
Marina de la Fuente lamenta que, durante los últimos 20 años, el objetivo prioritario haya sido «la mejora de la imagen a costa del aumento de la dosis». Cada vez son más los hospitales españoles que están sustituyendo los escáneres multicorte por los de baja radiación, pero hay que tener en cuenta que muchos de los antiguos no están amortizados. Tal y como apunta Morales, un informe de la Federación Española de Empresas de Tecnología Sanitaria (Fenin) de 2015 señala que el 23 por ciento de los equipos de TC tienen más de 10 años y otro 44 por ciento entre 5 y 10. «Eso significa que solo un 34 por ciento tienen menos de 5 años y, por lo tanto, cuentan ya con técnicas de reducción de dosis».
Los nuevos aparatos reducen la radiación de dos formas: por un lado, modulando la dosis en función del volumen corporal y del área anatómica que se va a radiar, lo que, según De la fuente, «reduce entre un 35 y un 40 por ciento la radiación respecto a los escáneres multicorte». Por otra parte, disminuyen la radiación al bajar los datos técnicos. De esta manera, se genera una imagen bruta con mucho ruido que se corrige posteriormente con un software de reconstrucción iterativa. «Así nos ahorramos otro 40 por ciento de radiación», agrega De la Fuente.
Profesionales
«Es fundamental concienciar a los profesionales que prescriben pruebas radiológicas de que no hay dosis de radiación inocua». Así lo considera la experta de la Clínica Ruber, que cree que el radiólogo «debe tener un papel más activo, ser un consultor».
Se calcula que hasta un 40 por ciento de los entre 4 y 5 millones de TC que se realizan anualmente en España son innecesarios. Una de las claves para reducir las exploraciones es una adecuada evaluación de los riesgos y beneficios. Otra es atajar en lo posible la medicina defensiva, que está detrás de muchas pruebas.
«Estamos realmente preocupados porque la radiología está muriendo de éxito», concluye Morales, pero añade que aún no es demasiado tarde para actuar.
Cribado de pulmón con más seguridad
Con los equipos antiguos resultaba más difícil defender el cribado del cáncer de pulmón; pero el panorama ha cambiado. «El cáncer puede detectarse en estadios más precoces con TC de baja radiación. Esta prueba permite identificar el tumor cuando forma pequeños nódulos en el pulmón y antes de que se extienda a otras zonas del organismo», detalla José María Echave-Sustaeta, jefe del Servicio de Neumología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid. La utilización de TC de baja radiación expone al paciente a una dosis de radiación equivalente a una cuarta parte de la que una persona recibe de fuentes naturales durante un año.
abril 20/2016 (Diario Médico)